Reconocimiento. Memoria para conocer la realidad de la Barcelona metropolitana, para entender que han anhelado y qué esperan miles de personas que llegaron a los barrios de poblaciones como Cornellà, L’Hospitalet, Santa Coloma o Badalona, entre otras muchas, y, después de instalarse como pudieron, comenzaron a reivindicar cosas muy concretas y necesarias, desde un dispensario médico a un semáforo que garantizara la seguridad de sus hijos. Raúl Montilla, periodista y escritor ha ahondado en esos recuerdos para poner en pie una obra notable, imponente: Las hijas de la fábrica (Grijalbo). Lo que escribe Montilla es que aquellas personas, que llegaban a esas ciudades procedentes del sur de España, en su mayoría, de provincias como la de Córdoba, reclamaban también libertades para que sus hijos pudieran vivir en otras circunstancias, con otras oportunidades vitales. Ahora, visto con los ojos de 2024, y con la experiencia acumulada, Montilla tiene claro que, pese al enorme salto que se ha producido, hay que ser consciente de que algo ha pasado en los últimos decenios: “En los barrios metropolitanos el ascensor social se ha estropeado”, asegura en una entrevista con Metrópoli.
Lo que plantea Montilla es la evolución de tres generaciones de mujeres, que dan cuenta de un tiempo convulso, el que se ve marcado por las revueltas sociales y la violencia, pero también por el amor y los anhelos de libertad, en una dictadura que se va despidiendo, pero no de forma precisamente grata. Es la historia reciente de España, la historia de cientos de miles de personas que se identificaron la suerte de las ciudades metropolitanas de Barcelona, que son hoy el gran motor económico de Catalunya.
Montilla refleja una de las grandes cuestiones que se han manifestado en los últimos años. En el seno de una familia, con una hija mayor combativa, que reclama mejoras y cambios sustanciales, tanto en los avances materiales como en el avance de las libertades, el choque generacional es enorme. Los padres, que habían sufrido las consecuencias de una Guerra Civil, con el traslado forzoso hacia las ciudades del norte del país, para ganarse el sustento, son prudentes, tienen memoria, y piden cautela. Franco ha muerto, y Lucía, la hija, lo celebra con júbilo, ante la severidad del padre, que recuerda que ha fallecido una persona, aunque sea el dictador. Es el contraste entre los mayores y los hijos, un choque que se ha manifestado también en el último decenio, con los nietos que reclaman saber qué pasó y cómó sucedió, a pesar de los años transcurridos. "A mis padres los mató una guerra", grita Manuel, el padre de familia, para dejar claro que en "una guerra todos matan".
El cinturón rojo
La novela indaga en todo ello, en las grandes protestas vecinales y de obreros que reclamaban sus derechos. Montilla quiere insistir en ello. "A todas las ciudades del área metropolitana las llamaban el cinturón rojo, porque las gobernaban alcaldes de izquierda, en buena medida del PSC. Pero el calificativo es anterior a la etapa democrática. Hay protesta, hay lucha obrera en ciudades industriales. No hay que pensar en el cinturón rojo por los alcaldes socialistas, sino por el espíritu anterior, que ya existía".
Pero, ¿y ahora? Montilla ha experimentado vitalmente ese constraste entre generaciones. Su padre tiene ochenta años, y su hijo 14. Les sirve para entender cómo ha evolucionado todo, pero, principalmente, para comparar las expectativas de futuro de cada generación. Y lo que ha visto y comprobado es que las nuevas generaciones, a pesar de partir con muchos más medios, con una situación en las propias ciudades metropolitanas que no se podía soñar en los años sesenta o setenta, es que "el ascensor social se ha estropeado, no funciona igual que en los ochenta o noventa".
Es decir, se podría hablar de un cierto paréntesis, de un momento único en el que los alcaldes democráticos y el autogobierno de la Generalitat recuperado, junto con un gobierno central con deseos de un cambio estructural, empujaron todos para dar un verdadero salto. "Hubo becas, se pudo estudiar en la universidad, se pudo comenzar a trabajar. Ahora, principalmente desde la crisis de 2008, las cosas han cambiado, porque hay una gran precarización laboral y los medios se han reducido. No sé si se puede hablar de paréntesis, como si todo aquello fuera algo único que no se repetirá, pero se ha dejado de avanzar en muchos aspectos", asegura Raúl Montilla.
La fábrica donde trabajaba Manuel, Montesa, "pasó casi en su totalidad a manos de los japoneses". Japoneses en Esplugues. "Montesa, de un día para otro, pasó a llamarse Honda Montesa". Se acababa un mundo, comenzada otro, más moderno, más internacional, que hablaba inglés. Es la transformación del área metropolitana, de sus fábricas, de sus gentes, de una población mezclada, que reivindicó, sin mucha ayuda, algo revolucionario entonces: trabajo, decencia en las calles, --equipamientos de todo tipo-- y libertades políticas. Esa es la historia que explica Raúl Montilla, que deja claro que, pese a todo, lo sucedido en Catalunya, desde aquellos lejanos años cincuenta, sesenta y setenta, es una história de "éxito, desde el trabajo y la reivindicación".