Del blanco y negro industrial al filtro instagramizado de los turistas. De no ver el mar a llenar las playas durante todo el año. De las fábricas repletas de obreros a las empresas tecnológicas con jóvenes en tejanos. Del bar Manolo al restaurante de cocina vegana y ecológica. En pocos años, el distrito de Sant Martí ha vivido tantos cambios que los residentes de toda la vida en zonas como Poblenou, apenas lo reconocen. Prosperidad sí, admiten, pero también quebraderos de cabeza para una zona de Barcelona que es referencia en las guías internacionales de la ciudad.
“Recuerdo de mi infancia que pese a ser una zona industrial era como un pueblo, todos nos conocíamos… Ahora hay mucha gente nueva, es distinto”, describe Aurora, nacida en el barrio de Poble Nou en 1954. “La verdad es que desde los Juegos Olímpicos el barrio ha evolucionado mucho para bien, pero esto ha comportado también una masificación dificil de digerir. Porque para los hijos de los que hemos vivido aquí siempre, ahora es imposible comprar o alquilar y se tienen que marchar, esto se tendría que frenar de alguna forma”, añade.
TOALLAS Y GORROS
Es noviembre pero los pantalones cortos y las chanclas siguen presentes, aunque mucho menos que en agosto, en la Rambla del Poblenou. La difusa frontera entre la arena y el asfalto de la ciudad provoca un desfile incesante de gente ataviada con toallas y gorros durante buena parte del año, especialmente durante los fines de semana. “Lo que molesta más es el poco respeto que muchas veces tienen los turistas, el poco pudor a la hora de pasearse por el barrio sin camiseta…”, esgrime Ramón, que vive en la Rambla.
Del malestar vecinal ha nacido “Ens Plantem”, una plataforma que lucha contra la pérdida de identidad del barrio y que ha tenido varios encontronazos con las autoridades por intentar boicotear la construcción de más hoteles. “No hace tanto vivir en Poblenou era vivir alejado de lo que era la gran ciudad… Pero siento que ahora formamos parte del centro, como mínimo en cuanto a demanda de alojamiento”, razona Engràcia, vecina de siempre. El mismo patrón turístico que están viviendo muchos barrios se reproduce en esta zona, como una mancha de aceite que empezó en el casco antiguo y que se expande rápidamente por la metrópoli.
Una preocupación similar a la que empiezan a vivir en el Clot, otro de los barrios históricos de Sant Martí que ya ha creado el Observatori d’Habitatge i Turisme viendo que zonas colindantes están sufriendo un veloz proceso de gentrificación. En esta zona, además, se juntan algunos de los problemas infrasestructurales por excelencia de la ciudad, como las obras de las Glòries. “Pero no solo tenemos este problema, también tenemos problemas como los del AVE en La Sagrera o la Gran Vía…”, cuenta Miquel Catasús, vocal de Urbanismo de la Asociació de Veïns del Clot i Camp de l’Arpa. “Sant Martí es un distrito inmenso, desde el Clot queda muy lejos la problemática del Besòs, vemos que falta capacidad del Ayuntamiento para asumir todos los problemas que hay, debería estar más descentralizado, con más entidad administrativa para los barrios”, argumenta.
FALTAN EQUIPAMIENTOS
Lo cierto es que la distancia entre el Clot y las zonas que tocan la periferia ciudadana del distrito no se cuantifica únicamente en kilómetros, sino que también se puede clasificar en dejadez institucional con infraestructuras precarias o por renta por cápita. “La zona de Besòs-Maresme ha mejorado respecto a mediados de siglo pasado, pero en los últimos años notamos dejadez en muchos aspectos, como por ejemplo en la flora de los parques y jardines”, cuenta Santos Pérez, presidente de la Associació de Veïns de esta zona. “Notamos una alarmante falta de equipamientos para la gente mayor y para los niños, poca conexión con la zona centro y los hospitales… Hay mucho trabajo”, reivindica Pérez a sus 82 años.
Entre la zona del Clot y el extremo periférico del distrito se encuentra Sant Martí de Provençals. “Tanto este barrio como la Verneda, aquí al lado, se han hecho a base de lucha vecinal, todo se ha tenido que sudar… Desde un semáforo hasta las cloacas”, cuenta Ángel, de mediana edad y nacido en esta zona. Pese a ser una de las partes más humildes de la ciudad, cree que los efectos del turismo se acabarán notando también: “Estamos a 15 minutos del centro en transporte público. Llevo ya un tiempo alertando a los vecinos de que en breve la llegada del turismo también nos afectará y si no hacemos nada nos va a coger el toro”.
“En la Pau y la Verneda hemos vivido siempre de forma humilde y a decir verdad a veces nos hemos sentido como que no formamos parte de la Barcelona que todo el mundo conoce… Seguimos padeciendo algunos problemas alarmantes en infraestructuras y casas que se hicieron hace décadas de cualquier manera”, se queja por su lado Vicente, que llegó a esta zona de Barcelona a mediados de los años 50 procedente de Jaén.
“La heterogeneidad de este inmenso distrito, con diez barrios, ofrece una diversidad de problemas que no puede ser abordada a nivel global, porque los problemas de drogas y ocupación ilegal de la zona de Besòs-Maresme, por ejemplo, poco tienen que ver con la masificación turística y la polémica con las terrazas de los bares de la Rambla de Poblenou”, explica Maite, vecina de Camp de l’Arpa de mediana edad.
Sant Martí unifica en si mismo la aglomeración de problemáticas actuales con las que debe lidiar Barcelona. De la masificación turística a la dejadez de las infraestructuras básicas de la periferia, donde la vida de sus habitantes, sin filtros multicolor, sigue siendo como cuando las fotos eran, únicamente, en blanco y negro.