Barcelona no es una ciudad para el rock. No nos engañemos. Nunca lo fue y, viendo los derroteros por los que vamos, nunca lo será. Esa es una verdad que se alza cual molino imponente sobre una vasta llanura. Pero, por suerte, a veces aparece un Don Quijote, lanza en ristre, que se lanza a la batalla aun sabiendo que está perdida de antemano.
Javier Ezquerro (Pamplona, 21 de julio de 1969) era, para todos lo que profesan la religión del Rock’n’roll, Don Quijote, Sancho Panza, Rocinante y Rucio. Un soñador empecinado en tumbar esa verdad a puñetazos. Melómano, connoisseur, promotor… Un reverendo con cuerpo de luchador que desde su púlpito en la sala Rocksound de la calle Almogàvers, predicaba a todo aquel que quisiera escuchar las bondades de un género eternamente maltratado por los principales medios.
Gracias a su labor como cabeza visible de la promotora On the Road Music, muchos afortunados (aunque no tantos como deberían) tuvieron la posibilidad de descubrir artistas que hoy son realidades aplastantes. Su virtud fue darles voz cuando el gran público no había oído hablar de ellos. Daniel Romano, Electric Mary, Rival Sons o Blackberry Smoke hoy son un reclamo por sí mismos, pero no fue siempre así. Y cuando no lo era allí estaba Javier para abrirles camino a base de fe y tenacidad.
Desgraciadamente, el 26 de julio del pasado año, Javier perdió la batalla más dura de su vida. El cáncer, al maldito cáncer, lo derrotó. El coloso cayó. Pero, como no podía ser de otra manera, lo hizo luchando, pegado a su teléfono, organizando bolos y haciendo saber a los descreídos que aún había esperanza para Barcelona. Javier nunca dejó de creer, nunca dejó de empujar. Cuando todo se ponía en su contra, cuando la ciudad que él tanto quería remaba en sentido opuesto, él redoblaba su esfuerzo. Contraprogramó cuando el Primavera Sound se lo comía todo, pregonando a los cuatro vientos las bondades de las salas pequeñas, esas salas cuyas paredes sudan cuando las guitarras empiezan a sonar.
Su fidelidad y lealtad, su sentido del honor y de la amistad impresionaban a sus amigos y a los músicos con los que trabajaba. Las muestras de dolor de muchos de ellos, hoy estrellas, los días posteriores a su fallecimiento son una buena muestra del calado de su persona. Aún hoy, por poner un ejemplo, el grandísimo Scott H. Biram se niega a tocar en otra sala de esta ciudad que no sea Rocksound, pese a tener otras muchas ofertas, por fidelidad a la memoria de Javier.
Por todo eso, el miércoles en la sala Apolo de Barcelona, una de esas bandas a las que él ayudó a salir del anonimato, los ahora archiconocidos Blackberry Smoke, le rindieron un tributo más que merecido. Los de Atlanta presentaron su quinto álbum, el excelente “Like an Arrow”. Tras su última visita, en la que reventaron la sala Biquini con la presentación de su anterior LP “Holding all the roses”, descargaron su elaborada mezcla de country-rock en un recinto mayor. Luchando contra la presión de las comparaciones con los legendarios The Black Crowes o Lynyrd Skynyrd, Charlie Starr (voz y guitarra), Paul Jackson (coros y guitarra), los hermanos Brit y Richard Turner (batería y bajo) y Brandon Still (teclados) demostraron que pueden ser un referente en el resurgir del rock sureño más puro, en la senda de los Allman Brothers.
Por expreso deseo de la banda, todo el concierto sirvió de homenaje a un hombre que luchó lo indecible por un género musical que, así como en otros lares goza de una salud envidiable, en Barcelona agoniza desde hace tiempo. Barcelona y los amantes del rock que en ella viven tienen una deuda con Javier Ezquerro.