En las ya lejanas fiestas de Navidad de 2006, la sala La Paloma echó el cierre. El Ayuntamiento de Barcelona clausuró, por ruidos, el centenario establecimiento del Raval. Parecía que el cierre, primero, sería por unos meses, pero ya ha pasado más de una década. La reapertura se ha publicitado en innumerables veces, pero jamás se ha concretado. Ahora, parece, podría ser la definitiva. Mercè March, que fue la gerente y alma mater de la sala durante unos 30 años, explica a Metrópoli Abierta, que la música podría volver a sonar en La Paloma a finales de año, cuando se hayan realizado unas obras que quedan y el Ayuntamiento lleve a cabo los controles normativos necesarios. “Esperamos abrir en noviembre”, dice.
Diez años después, March sigue yendo casi a diario a La Paloma. “Es como la hija que nunca he tenido”. “Es bonita, ¿no?”, pregunta, esperando un sí por respuesta. March entró por primera vez en La Paloma a principios de los 70, de la mano del que sería su marido, Pau Solé. Solé era sobrino-nieto de Ramón Daura, el propietario, y acabó heredando La Paloma junto al Salón Cibeles, ya desaparecido, de la calle de Còrsega. Solé murió en 2010 y ahora el propietario es el hijo de ambos, Pau Solé March.
“Con Pau, mi marido, nos conocimos mientras estudiábamos Derecho. Me explicó que su familia tenía un bar en el barrio chino, pero no me esperaba encontrarme esto. Pensaba que sería un establecimiento cualquiera”, recuerda. La Paloma un icono de la noche barcelonesa. Es, también, una joya modernista, patrimonio artístico de la ciudad, que destaca por una lujosa decoración de estilo francés, una gran lámpara dorada que preside la pista de baile y las pinturas del techo de Salvador Alarma y Miquel Moragas.
ESPACIO CUIDADO
El local está como el primer día, ajeno al paso del tiempo, cuidado por March y su familia. Los relieves y las molduras brillan como el oro, los palcos se asoman, nerviosos, sobre el escenario, esperando ser ocupados de nuevo. La pista, con las sillas y sofás aterciopelados, está preparada para abrir. Sólo falta la música, el público, los camareros…
Fuentes municipales explican que se dio una licencia de obras para llevar a cabo los trabajos de mejora y adecuar el establecimiento a la normativa de seguridad. Al parecer, el permiso caducó y la propiedad lo solicitó de nuevo. Cuando las obras terminen, La Paloma deberá pasar un control, tal y como prevé la normativa, y si todo está correcto, podrá abrirá otra vez sus puertas.
“Las reformas principales ya se han realizado. Las obras de rehabilitación e insonorización de la nave central se han terminado. La pared más próxima a las viviendas y la cubierta se han aislado para evitar vibraciones, al igual que el suelo de los palcos, que se ha hecho nuevo. También se ha renovado la instalación eléctrica y los lavabos y se ha ampliado el vestíbulo”, explica March.
Ahora queda llevar a cabo unos trabajos en distintos locales colindantes con la sala. “Hay que reparar las vigas de madera, adecuar la instalación eléctrica a la normativa de seguridad…” La idea es que funcionen como camerinos y almacenes. Los trabajos se iniciarán a finales de abril. También se colocará una barandilla en los palcos, exigida por los bomberos. Y si todo se ajusta a las peticiones municipales, La Paloma prevé iniciar una nueva etapa en otoño.
BAILE CON ORQUESTA
La idea es que La Paloma funcione como salón de baile con orquesta, como antaño. La programación se enfocará al público de tarde-noche. Quizá se lleve a cabo también algún espectáculo. La sala es polivalente. “Sobre todo queremos recuperar la esencia. Lo que se descarta es abrir como discoteca para evitar causar problemas a los vecinos. Queremos que haya una buena convivencia”, dice March.
March echa la vista atrás. Recuerda estos años con la sala cerrada como “un viacrucis”. Las interminables y costosas obras de insonorización y mejora, el largo litigio con el Ayuntamiento, con la justicia de por medio, le ha causado un gran desgaste emocional y económico. “Ha sido muy difícil. No hemos tirado la toalla por la ilusión de volver a abrir”, cuenta.
La Paloma está situada en el corazón del Raval, entre las calles de La Paloma, del Lleó y del Tigre, y a pocos metros de la ronda de Sant Antoni. De puertas para fuera, la sala parece una nave industrial cualquiera –antes de abrir como salón de baile fue la fundición Comas y en sus hornos se forjó el monumento a Colón--, pero cuando se traspasan las cortinas rojas de la entrada, por la calle del Tigre, la vieja nave se transforma en una joya artística.
ABRIÓ EN 1903
La Paloma abrió oficialmente en 1903. El nombre de La Paloma no está claro de dónde proviene. La hemeroteca cuenta que se tomó de una de las tres calles que rodean el espacio. Otras fuentes revelan que la persona que urbanizó la zona tenía en el solar tres perros, Paloma, Lleó y Tigre, y que se puso a la sala el nombre de uno de ellos. “A mi me contaron que los perros eran del guardián de la fundición”, relata March. Su marido, sin embargo, aseguraba que su tío-abuelo bautizó las dos salas que tenía, La Paloma y Cibeles, con nombres madrileños en honor de su mujer, oriunda de Madrid.
A largo de su historia, La Paloma también se ha denominado La Camelia Blanca y Salón Venus Sport. El negocio lo iniciaron tres socios, pero acabaron cediendo el local a Jaume Daura, un empresario de bebidas gaseosas, en condonación de una deuda. Quien se hizo cargo de La Paloma fue Ramón Daura, el hijo más bohemio de Jaume y tío-abuelo del que fuera propietario y marido de March, Pau Solé.
Daura residió en París y allí se inspiró para dar a la sala un aire versallesco. Las obras se prolongaron dos largas décadas, desde 1903 hasta 1928. La decoración es obra Manuel Mestre y las pinturas del techo las realizaron Salvador Alarma y Miquel Moragas, autores de las pinturas del Liceu. En 1915 se construyó la galería del primer piso con los palcos, con cuatro escaleras, una en cada esquina. En 1919 se añadieron las molduras y los relieves dorados. Y en 1928, se colocó la gran lámpara central.
Durante la guerra civil, la sala fue incautada y se utilizó como galería de tiro. En la posguerra reabrió. Para evitar la censura franquista, Daura se inventó un personaje, La Moral, que se paseaba por la pista con un bastón para separar a las parejas que bailaban demasiado agarradas.
En unos meses, y si nada se tuerce, los pasodobles y los chachachás podrían volver al Raval.