Los jardines Joan Brossa esconden parte de la historia de Barcelona. En este espacio verde y familiar donde ahora se respira tranquilidad se levantó un almacén de polvorín entre 1897 y 1899 con motivo de la guerra de Cuba. En la década de los 60, sus muros pasaron a formar parte de uno de los mayores atractivos de la ciudad: el Tren Fantasma del Parque de Atracciones de Montjuïc. Fue, junto con la montaña rusa Boomerang, la Noriavisión, el Vikingo o el Martillo, un reclamo familiar que dio vida a la montaña hasta finales de los 90. A día de hoy solo quedan algunos vestigios escondidos como una de las entradas al túnel fantasma, ahora tapada por el verde de la vegetación.

En 2008, unos exploradores urbanos pudieron acceder al interior de los túneles. Una hazaña o temeridad que volvió a repetir un grupo de individuos en 2014. Ayudados con linternas, registraron con sus cámaras los raíles y muros de una atracción que años atrás recorrian con cierto estupor padres e hijos. Pero, ¿qué fue del parque? ¿Qué pasó para que acabara desmantelado y escondido tras los muros? Recorremos junto a Júlia Costa, miembro del Centre de Recerca Històrica de Poble-Sec (CERHISEC), el mismo espacio para recrear la historia.

Puerta tapiada del antiguo Tren Fantasma en el muro del polvorín



TERRENOS CON MUCHA HISTORIA

El 1962, el empresario venezolano José Antonio Borges Villegas proyectó un parque de atracciones en la montaña de Montjuïc. El espacio escogido fue el mismo que años atrás había albergado, entre otras cosas, un polvorín militar y otro parque de atracciones, el Maricel Park, inaugurado en 1930 y cerrado seis años con el inicio de la Guerra Civil española. En las décadas de los 40 y 50, esos terrenos fueron el escenario de la Barcelona de las barracas, hasta que Borges, con experiencia en el mundo de las atracciones, quiso darles una vida muy distinta. Negoció con José María Porcioles, alcalde franquista entre 1957 y 1973, y consiguió una concesión de explotación del terreno por 30 años. Durante el transcurso de las obras, se encontraron huesos humanos de lo que probablemente fue un cementerio judío.

 



Cápsula realizada por Sergio Alfonso para BTV Sants-Montjuïc / Youtube



El 18 de junio de 1966 fue el día de la presentación ante los medios de comunicación. Cinco días después, Francisco Franco presidió la inauguración oficial acompañado de sus nietos. Tras las puertas, los visitantes encontraron 41 atracciones, la mayoría procedentes del parque venezolano Coney Island. El Tren Fantasma, Los Tubos de la risa, el Carrusel gigante, el Zeppeling, la Montaña Rusa Gigante, la Noria o el Loco Ratón escribieron los primeros años de su historia. A las instalaciones se sumaron cuatro restaurantes, diez cafeterías, máquinas de juegos, un teatro con capacidad para 6.000 personas y aparcamientos gratuitos para los que no accedían con el Funicular o los autobuses 61 y 101.

Estructura del bar Fanta / M.S.



LOS 70 y 80, ÉPOCA DE LUCES Y SOMBRAS

La época de esplendor llegó en 1974. Ese año, Carlos Merino relevó a Borges apostando por la modernización del parque con 15 nuevas atracciones como el Twister, el Pulpo o el Ciclón. “Los 70 fueron años de mucho éxito, la gente venía mucho”, sostiene Costa. Una década en la que el skyline de Barcelona incluía la Noriavisión, construída en 1973 con un enorme rótulo luminoso que eclipsaba las vistas nocturnas de la ciudad.

El gran teatro al aire libre también fue un gran reclamo en el Parque de Atracciones. Sobre el escenario actuaron grupos como el Dúo Dinámico, Los Chichos y Olé Olé y cantantes como Manolo Escobar o Isabel Pantoja. Por la noche seguía la fiesta en la discoteca Lord Black, muy popular en su época.

Imagen de achivo enviada por Jose Luis Sierra al portal Homenaje al Parque de Atracciones de Montjuïc



Pero las luces del parque también tenían sus sombras. En 1977, 30 trabajadores eventuales fueron despedidos al protestar por sus condiciones laborales. A ello se sumaba la inquietud de la plantilla y la dirección por no saber si el Ayuntamiento prorrogaría el contrato del Parque y algún accidente que tiñieron su imagen. La duda sobrevolaba la montaña rusa y las inversiones se empezaron a reducir. Ese fue el principio del fin de la historia del parque.

LOS 90, EL PRINCIPIO DEL FIN

En 1992 se inauguró la montaña rusa del Boomerang, de 276 metros, pero a pesar de ese golpe de efecto, ya no interesaba invertir ante la incertidumbre del futuro del parque. Los Juegos Olímpicos tampoco jugaron en su favor ya que con las obras, el acceso era muy limitado. Poco a poco, las atracciones de Montjuïc se fueron apagando frente a la fascinación que despertaban otros como Port Aventura, inaugurado en mayo de 1995, o el impulso municipal que se volvió a dar al Tibidabo. “El de Montjuïc se fue degradando hasta que se cerró en 1998. Lo dejaron morir”, sentencia Costa mientras recorre los ahora jardines de Joan Brossa.

Monumento de la sardana, de Josep Cañas i Cañas / M.S



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Tras el cierre, algunas atracciones fueron trasladadas a otros parques como el Boomerang a Nueva Orleans (Estados Unidos) o el Ciclón, al PP’S, en Platja d’Aro (Girona), donde todavía se ilumina por la noche. En los 130.000 metros cuadrados que años atrás albergaban atracciones, ahora solo quedan las puertas de acceso al Tren Fantasma tapiadas o las estructuras del bar Damm, que ahora acoge convenciones y del Fanta, del que solo queda el paraguas de cemento.

También hay antiguas oficinas, ahora en desuso o adecuadas para los jardineros. Por último, se conserva el monumento de la sardana, de Josep Cañas i Cañas, y cuatro estatuas: el payaso, de Joaquim Ros i Sabaté (1972), que reproduce la figura de Charlie Rivel; Carmen Amaya, de Josep Cañas (1966); Charlot, de Núria Tortras (1972), con Charles Chaplin como protagonista, y Joaquim Blume, de Nicolau Ortiz (1966). El resto es verde, parques infantiles y caminos de tierra por  los que la imaginación todavía trasladan a algunos nostálgicos de la ciudad al que un día fue su parque de atracciones de referencia.

Estatua del payaso, de Joaquim Ros i Sabaté / M.S.



 

 

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