Empiezan a sonar los primeros acordes de Sympathy for the Devil y uno piensa que el rock ha muerto. Cientos de móviles se levantan por encima de las cabezas del público para grabar la canción. Pese a pagar 95 euros por disfrutar del concierto en pista, pero sin acceso a las primeras filas -restringidas a bolsillos más abundantes-, los asistentes prefieren inmortalizar el momento en su móvil a dejarse llevar por uno de los temas más míticos de la historia del rock.

Y uno piensa que el rock ha muerto, porque esa actitud de una mayoría de asistentes, que impide al resto disfrutar de una visión clara de los artistas, va contra el espíritu del género. Se podría esperar de un concierto para quinceañeros, miembros de una generación que mama de las nuevas tecnologías desde la cuna. Pero no del público de los Rolling, con edades desde los 30 hasta los 70 años. Pocos hay más mayores que los artistas. La moda de rodar tu propia película de la noche, de la que al día siguiente habrá decenas de versiones en Youtube, es tan ridícula como innecesaria.

Termina el tema, seguido a través de las pantallas gigantes del escenario, empieza It's only Rock 'n' Roll, (but I like It), y los móviles siguen allí. Por suerte, poco a poco van bajando y aparece una miniatura de Mick Jagger al fondo, moviéndose de lado a lado del escenario, incombustible a sus 74 años.

Poco queda del virtuosismo de los Stones. Las caderas de Mick Jagger ya no se mueven con la misma desenvoltura. Se añoran los solos de uno de los grandes de la guitarra como Keith Richards. O los de Ronnie Woods. Charlie Watts, el más veterano a sus 76 años, es el que ha envejecido peor. Pero todavía le llega para seguir el ritmo de las canciones con sus baquetas. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y ellos son muy viejos. El más joven, Ronnie Wood, apenas cuenta con 70 años, ¡quién llegara a esa edad con ese espíritu!

Perdido el empuje de la juventud, interpretan sus temas con una puesta en escena estudiada al milímetro. Y se acompañan de unos músicos de muy alto nivel, que en ocasiones parece que se contengan para no ensombrecer a sus satánicas majestades. Sabedores que no hay mayor protagonista que ellos mismos, el escenario lo presiden cuatro pantallas gigantes que no se pierden un milímetro de lo que hacen. Son el grupo vivo más famoso del rock y sus figuras son auténticas leyendas, a las que respetar y admirar.

Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y ellos son muy viejos

El show funciona a la perfección, mejorado tras décadas de giras, y el público venera a los artistas. Jagger presenta a sus compañeros y la ovación se vuelve en fiesta cuando le toca el turno a Richards, que se arranca a cantar dos temas, mientras su compañero descansa.

Mick Jagger interactúa con el público en catalán, luego en castellano y también en inglés. Explica que se ha comido un trinxat y una butifarra y despierta las risas del Estadi Olímpic, su casa en Barcelona desde 1990. El público está a sus pies desde antes de empezar a tocar, pero se esmeran por conquistarlo. Ronnie Woods se lo pasa de maravilla sobre el escenario y transmite felicidad.

Las canciones míticas de The Rolling Stones, banda sonora de la vida de muchos de los asistentes, se suceden para gozo del público. You Can't Always Get What You Want, Paint It Black, Start me up o Brown Sugar despiertan a un público hechizado por el aura de las leyendas vivas del rock. Llegan los bises y los móviles vuelven a levantarse. La actuación acaba con un espectacular (I can't get no) Satisfaction, coronado por fuegos artificiales lanzados desde las gradas de detrás del escenario.

El público se dispone a hacer la enésima cola, para abandonar el estadio, más fluida que el interminable acceso. 45 minutos para entrar en el concierto. Las nuevas medidas de seguridad, que obligan a pasar cuatro controles y recorrer los alrededores del Estadi Olímpic de Montjuïc, cual maratoniano de Barcelona 92, alargan la espera y provocan quejas entre los asistentes. Al entrar, colas en la barra, los baños o las tiendas de merchandising. Vasos a 2,5€, camisetas a 35€, entradas VIP a precios de más 500 euros... el negocio funciona a la perfección y mientras se mantengan en pie, difícilmente nadie querrá matar a la gallina de los huevos de oro.

Los móviles seguían grabando, incluso finalizado el concierto / METRÓPOLI ABIERTA



Los Rolling ya no son un grupo de Rock. Son mucho más, un espectáculo. Su público ha perdido la estética y actitud rocker, se ha heterogeneizado y compra las entradas sabedor de que es la última o una de las últimas oportunidades de verlos en directo. O no. Eso pensábamos la mayoría hace 10 años en el mismo escenario y allí nos volvimos a ver. Los viejos rockeros nunca mueren y ellos envejecen, pero no pierden el aura de la aristocracia del Rock. Larga vida a The Rolling Stones.

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