Un suceso y una herida abierta. “Hace veinte años mi mejor amigo mató a su hermana y se tiró por un barranco”. Así empieza El dolor de los demás (Anagrama, 2018), un crudo viaje al pasado; a una huerta murciana donde tuvo lugar esta tragedia que presenció el autor, Miguel Ángel Hernández. A través de las reflexiones y encuentros con vecinos y familiares, el lector descubre un universo hermético, religioso, lleno de habladurías e incógnitas. En El dolor de los demás, el historiador del arte nos deleita con un “streptease emocional”, sincero y sin pretensiones. Y una pregunta flota en el aire durante todo el trayecto: ¿El pasado nos persigue?

La obra empieza con el pastel descubierto: el crimen ya se ha cometido. ¿Tuviste claro desde el principio que sería así?

Sí, tenía claras las dos primeras frases. Quería dejar claro desde el principio que ahí no había ningún tipo misterio, que esta no iba a ser una novela policiaca. Lo importante de la historia no es saber qué ha pasado, sino todo lo que la rodea.

Hay un ambiente denso en la huerta donde viviste gran parte de tu vida. ¿Te ha removido volver a ese mundo?

Mucho. (Silencio) Había intentado escapar de ese lugar, de ese tipo de habladurías. Como en todos los ambientes cerrados, uno se siente siempre vigilado. Salir de eso fue necesario. Y volver a esa especie de coro griego fue duro. La novela cuenta una cuestión personal pero todo el mundo puede sentirse reflejado. Hablo de un joven que no se ajusta a su mundo. El adolescente por naturaleza es contrario al lugar en el que vive...

Uno de los temas que resuena a lo largo de la novela es, de hecho, la carga del pasado.

El pasado es algo que uno casi incorpora físicamente como si fueran tics. En un momento de la novela cuento que me santiguo, como en el pasado. También hay términos murcianos de los que no soy consciente y aparecen sin querer. El pasado está muy presente y nos configura. Por mucho que intentemos huir, la sombra nos persigue. 

El morbo y la ética también irrumpen en la novela.

Quería que el lector me acompañara en el proceso de descubrimiento, pero también en el proceso de frustración. Hay un momento en el que digo “yo ya no puedo más, no quiero ver nada más del crimen”, y... ¡no sé si consigo que el lector también desista conmigo, porque es muy exigente y siempre quiere ver más! (Ríe) Sobre todo el lector de novela policíaca. Pero no va de eso. Con la novela descubro que no estaba buscando a mi amigo, me buscaba a mí mismo. No escribía sobre el crimen de mi amigo, sino sobre el que he cometido con mi pasado. No me va a solucionar nada ver si la violó o no. Ya está hecho. Eso sería curiosidad, y no me hice escritor por la curiosidad.

Aun así, el abuso está siempre presente...

Me costaba mucho pensar en esa palabra. No es lo mismo escribir asesino que violador. Creo que la mejor amiga de Rosi prefería pensar lo mismo. Dentro del drama y la tragedia es una defensa mental y tiene que ver con ese imaginario mental que aún no estaba creado. Es una especie de armadura como para librarse del monstruo. Intenté no juzgar, pero en algunos momentos me aparecía el pensamiento. Por eso reconozco que voy frenado... porque no quiero entrar por ahí.

"Con la novela descubro que no estaba buscando a mi amigo, me buscaba a mí mismo"

Explicas que la palabra abuso no apareció en la prensa. ¿Cómo crees que se hubiese tratado este caso hoy?

Completamente diferente. Me sorprendió muchísimo que no apareciera ni siquiera una sola mención a la violencia de género, machista o doméstica. Hoy el periódico no hubiese abierto con la imagen del barranco, sino con la cara de la víctima. Y el titular sería “otra mujer asesinada a manos de un hombre”, o algo así. A veces el lenguaje configura la realidad. No existía ese término hace veinte años. Me ha sorprendido que un mundo relativamente cercano esté tan lejos. Es como la prehistoria. Ha sido como volver al pasado.

Miguel Ángel Hernández durante un momento de la conversación | HUGO FERNÁNDEZ



En el bar El Yeguas, escenario de conversaciones en la novela, ¿hay WIFI ahora?

Sí, ¡y se ven los partidos del Madrid! Los que están ahí se mandan por Whatsapp vídeos de la romería de la huerta. Hay una especie de conjunción entre pasado y presente que se da la mano. Los que quedan ahí son como residuos del pasado pero con su Whatsapp mandando Spam. Esos dos mundos están en colisión y se está produciendo algo muy raro. Eso decía Gramsci, que cuando una época acaba y empieza otra es donde nacen los monstruos. Es marciano y muy curioso.

Las fotografías incluidas en el libro tienen un efecto demoledor.

Creo que las imágenes enfatizan la realidad. Ves el barranco y te imaginas la escena. Luego está mi imagen en la entrevista televisiva... ¡Ahora sigo poniéndome igual de nervioso frente a la cámara! Me ha caído el pelo y llevo barba, pero no he cambiado. Permanece la esencia. La foto de la portada fue un dilema. No quería que aparecieran las caras de las víctimas.

Las imágenes que formas con las palabras también enfatizan la realidad. En pleno duelo, por ejemplo, experimentas una erección cuando te abraza la chica que te gusta.

Hay una frontera muy escasa entre el duelo y el placer. Tiene que ver con lo corporal. Cuando sucede lo más terrible, el único límite que nos queda para estar vivos es lo corporal. Por eso la gente se pone caliente en los entierros, como cuenta Milena Busquets en También esto pasará. El cuerpo reacciona. El organismo frente a la muerte necesita sentirse vivo. Hacerse presente. Y una de esas formas es a través del sexo.

"No puedo meterme en el dolor de los demás, es imposible de transitar"

En ese momento te replanteas que puedas parecerte un poco a tu amigo Nicolás.

¡Claro! Es la cercanía con el monstruo. Eso explica un poco mi adolescencia en la huerta. El cambio hormonal por un lado, y la iglesia, el pecado, la creencia de que me voy a ir al infierno porque me masturbo, por otro. Es una sopa gorda la que te montas en la cabeza... ¡bastante que seguimos vivos después de la adolescencia!

Después de indagar y conocer otras versiones y opiniones, ¿has llegado a comprender a Nicolás?

Me he dado cuenta que a él no lo conocía nadie. El que mejor lo conocía era yo. A él lo he conocido hacia dentro en mi proceso de rescate de la memoria y a la única que he podido conocer hacia fuera es a Rosi, su hermana, que de ella no sabía nada. Es curioso. Son dos maneras que al final se anudan. Conocemos a la gente en la mezcla entre lo que vemos de fuera y cómo lo sentimos por dentro.

"No me he curado con esta novela, no estoy en paz con mis fantasmas... el duelo es infinito"

El título hace referencia al dolor de los demás, pero es tu dolor el que te impulsa a escribir, ¿verdad?

El libro va sobre mi dolor, sí, pero me preocupa el dolor ajeno. El de sus familiares, que es inconmensurable frente al mío. No puedo meterme en el dolor de los demás, es imposible de transitar. Puedo empatizar, pero no puedo llegar a comprender. Así que al final el único dolor del que puedo hablar es del mío, de hecho, hago un streptease emocional. Pero ¿estoy legitimado para hablar de los demás? La gente no ha pedido salir en la novela. Los cuestionamientos éticos me siguen perturbando. ¿Era necesario para ellos que volviera todo ese dolor? Tengo que lidiar con esa carga.

Miguel Ángel Hernández en el Hotel Condes, escenario de la entrevista | HUGO FERNÁNDEZ



¿Qué te llevas de todo este proceso?

Que el viaje en sí mismo es lo importante, que es realmente cuando se aprende. En la literatura y las películas siempre se revela una verdad: se crea una tensión y se soluciona. Pero en la vida nunca se solucionan las verdades, es mucho más compleja. Y la novela se parece a la vida. Al hecho de que no hay fin, no hay una resolución. No me he curado con esta novela, no estoy en paz con mis fantasmas... el duelo es infinito. ¿Para qué me ha servido escribirla? Para escribirla, para andar un poquito más. La literatura no resuelve nada. Las palabras siempre fallan.

¿Cómo te sientes después de haber publicado esta historia del pasado?

Mi relación con el libro es ambivalente. Me está dando satisfacciones, a la gente le gusta, pero intento no celebrarlo. Preferiría no haberlo escrito y poder estar hoy tomándome una copa con mi amigo y que su hermana siguiera viva. Está escrito muy a mi pesar. Pensaba que sería una catarsis, que se solucionaría, que terminaría el duelo, pero ha sido todo lo contrario. A veces la escritura no cura, sino que hiere y abre más las heridas. La parte positiva es que he encontrado a gente que ha pasado por lo mismo. Ahí descubres por qué escribes: quieres contar cosas a alguien y que te devuelva un poco la conversación. Es una manera de compartir el dolor y no sentirse solo. Te identificas, generas un sentimiento de pertenencia... Es bonito saber que alguien te va a entender.

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