El universo del coreógrafo Jean-Christophe Maillot es rico e infinito. Esta vez encandila al público de Barcelona con Le songe –interpretada por 50 bailarines de distintas edades del Ballet de Montecarlo– que se alojará en el Gran Teatre del Liceu hasta el 19 de mayo. Se trata de una pieza madura, compleja, desgarradora, basada en El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare.
A diferencia de otras creaciones suyas, como Roméo et Juliette o Cendrillon, en esta aborda tres mundos –y no dos–, que se corresponden a los distintos estados de madurez del bailarín: los Atenienes, las Hadas y los Artesanos. La música clásica de Mendelssohn se compagina con las pulsiones electrónicas de Daniel Teruggi y de Bertrand Maillot creando un sabroso cóctel único en su especie.
La introducción al mundo de las Hadas –lleno de erotismo y sensualidad– es demoledora. La puesta en escena recuerda a El Jardín de las Delicias de El Bosco: los detalles abundan de tal forma que es imposible captarlos todos en una sola mirada. Los bailarines se mueven al unísono alternando las ondas del torso con los movimientos secos de las extremidades. Los "animales" corren con elegancia por el escenario sobre sus puntas. Hay pasión, besos, deseo carnal.
Viendo Le songe es imposible no pensar por momentos en Le Sacre du Printemps de Serge Diaghilev que representó por primera vez en 1913 con los Ballets Rusos. De hecho, el Ballet de Montecarlo es discípulo del gran precursor de la danza moderna que tanto revuelo causó en París a principios del siglo XX. Las semejanzas entre ambos son ineludibles.
Los Artesanos en esta pieza representan la parte más cómica, más teatral de la pieza. Con ellos llegan las risas entre el público. Para Maillot el bailarín es también un actor, por eso los interpretan los más bohemios y también los más experimentados de la compañía. Los Atenienses, por su parte, son los jóvenes: así que esta parte de la coreografía es más dinámica, enérgica y abundan los pas de deux.
Después de recorrer el universo más completo de Maillot, llega la coda de Le songe con un final nada convencional. Y una vez más –plouff– surte el efecto de la danza... ese imposible de poner en palabras, ese que solo el cuerpo es capaz de narrar.