Como en casi todas las primeras veces, no sabes muy bien que tienes que llevar puesto ni como tienes que actuar. Ni tan siquiera como reaccionar a según qué situaciones. Llegas al lugar con cierta timidez y con un sentimiento de 'ojalá no se den cuenta de que estoy aquí'. Casi sin hacer ruido, entras en la sala y sientes como te miran. 'De acuerdo, ya han notado que soy nueva en esto', piensas.
Cuento el Sónar como novata. No vengo a divertirme, vengo por trabajo, aunque viendo que es el 25 aniversario y que han montado un buen fiestón, me dejaré llevar si la ocasión lo requiere. Siento que todo el mundo se conoce, se saluda, e incluso la prensa extranjera recibe un caluroso 'Welcome, I'm happy to see you again', signo de su veteranía. Yo no. Yo me enfrento a mi primer Sónar, y sola. Así que decido empezar por las conferencias Sónar+D como primera toma de contacto. Alucino, ¡y mucho! Observo, escucho, aprendo... ¡y me divierto con Susan Rogers!
Tras las primeras conferencias decido adentrarme en el Sónar Village. Por algún motivo, el postureo sigue sorprendiéndome y en este caso me parece exagerado. Infinidad de fotógrafos buscando 'La foto' del outfit más original, más extravagante, más raro.
Aunque juraría que algunas llevan a sus 'amigos/novios' como fotógrafos, y las que no, poco tardan en hacerme saber que quieren que les haga una. Bien sea con una mirada seductora, con un gesto extravagante o pidiéndomela directamente acercándome su cámara vintage Fujifilm de 'usar y tirar'.
Camino con el mapa en la mano. Veo a la que podría ser mi abuela, al que pasaría por mi padre, incluso a varios que indiscutiblemente podrían ser mis ahijados o sobrinos, y me mola. Disfruto viendo a esos padres modernos con sus pequeños en brazos bailando y compartiendo sonrisas. Para ellos también es su primer festival, y su presencia me reconforta. ¡No soy la única nueva!
Me adentro entre la multitud, y decido viajar entre la gente hasta el Sónar Complex. ¡Sorpresa! El Sónar también tiene turistas japoneses haciendo fotografías. Le miro. Me mira. Le sonrío y me sonríe. "Amazing!" me chilla. "Yeah, yeah, crazy!" le contesto. Él también va solo, y su soledad me ayuda a sentirme menos sola.
Me estoy divirtiendo más de lo que me pensaba. Disfruto con la exposición de Mediapro y con el Sónar Calling. Con el transgresor concierto de Niño del Eche y la insuperable actuación de George Fitzgerald. Me divierto hablando con unos y otros. Me dejo llevar y la marea festivalera me arrastra hacia el mogollón. Bailo, me río y por un momento olvido de que estoy sola. Y es que ya me lo habían advertido, este Sónar sería lo más.
Entre tanto baile y tanta cerveza, algunos deciden descansar, y lo hacen en cualquier lugar. Donde caiga el cuerpo. Porque ser un festivalero no es tan fácil como yo me pensaba.
Me siento y observo. Todo lo que me habían contado y me habían prometido estaba ahí delante. Creatividad, innovación, diversión, color, extravagancia, calidad... Es en ese momento, cuando entiendo el motivo de su larga trayectoria, de sus 25 años. El Sónar tiene algo especial que va más allá de un simple fiestón. Es allí, en el suelo del Sónar Village, cuando me convenzo de que al año que viene volveré siendo menos novata.