La cafetería escondida en un bosque atemporal con gnomos, árboles y cascadas, sin duda alguna uno de los iconos restauradores de la ciudad, celebra este 2018 los 25 años. El Bosc de les Fades abrió sus puertas como cafetería del aledaño Museo de Cera en abril de 1993 en plena Barcelona post-olímpica. La familia Alarcón, propietarios del museo, crearon un espacio dividido y ambientado, un local que sin duda ha estado y está presente en la vida de todos los barceloneses.
Con pocos cambios y mucha historia, El Bosc de les Fades sigue luciendo perenne mediante habitaciones de detalles y troncos, murmullo de manantiales, castillos encantados o casitas. Cruzas la puerta y vuelas. También en la Habitación de los prodigios, donde tras tu reflejo del espejo aparece y desaparece otro detrás. No te asustes. Es el mundo mágico del Bosc.
También destacable, y asustadizo, es el efecto tormenta que, aleatoriamente, toma el bar. Las luces, sin previo aviso, bajan su intensidad a la vez que se escuchan y notan relámpagos y truenos. Cogerás fuerte a tu pareja, a tu amigo, a tu amiga para, tras el fenómeno, pensar que el anillo que luces en el dedo tiene poderes. Frodo Bolsón puede estar delante. El picoteo de entre horas o la caña se disfruta diferente en el Bosc.
Porque, sin ser restaurante, el local también oferta gastronomía. Tortilla de patatas, croquetas de gustos, escalibada, empanadas o ensaladas de bonito comparten espacio y misterio con cervezas o cócteles de autor. También con cafés extraídos de esa máquina eterna modelo “Belle Epoque” que surte variedades de Kenia, Jamaica o Colombia. Pensarás que estaba regado el café cuando veas una figura del barón de Munchausen haciendo levitar a una dama. No, estás bien. Es el Bosc de les Fades. Por muchos años más.