Tras una larga exposición de la piel al sol con insuficientes medidas de fotoprotección se producen quemaduras solares. La capacidad de la melanina de proteger la piel de la luz ultravioleta es limitada y diferente según cada tipo de piel. Los fototipos de piel clara son más vulnerables a este tipo de radiación, mientras que la cantidad de melanina de los fototipos de piel oscura es mayor y toleran una mayor exposición al sol sin desarrollar una quemadura. En cualquier caso, si excedemos esta capacidad protectora de la melanina, aparecen quemaduras en la piel.
Según el grado de intensidad de la quemadura, los síntomas pueden ser desde un leve enrojecimiento de la piel, a un enrojecimiento severo de la misma, sensibilidad, dolor, hinchazón, calor al tacto, aparición de ampollas o incluso reacciones más graves como fiebre, náuseas y escalofríos. En general se trata de síntomas temporales que desaparecen con el paso de los días, pero es importante destacar que las consecuencias de este daño solar son permanentes. Los efectos negativos de las quemaduras solares tienen consecuencias a largo plazo, principalmente, el desarrollo de cáncer de piel y el envejecimiento prematuro de la piel.
Ante una quemadura solar lo primero que debemos hacer es evitar a toda costa la exposición al sol. Se aconseja el uso de ropa holgada y de algodón, aplicar crema hidratante y frío local para aliviar la quemazón y el dolor, darse baños o duchas con agua fría y beber mucha agua para recuperar la hidratación del cuerpo. En caso de aparición de ampollas, no deben manipularse ni estallarse, puesto que podrían infectarse.
Pasadas las primeras 48 horas tras la quemadura, las molestias empiezan a disminuir y remitir y acabarán por desaparecer al cabo de los días. No obstante, el daño solar está hecho y es irreversible. Está demostrado que hay una relación directa entre la fotoexposición y el desarrollo de cáncer de piel. El melanoma está estrechamente vinculado con las quemaduras solares, sobretodo en la infancia. Así pues, se considera que una persona tiene el doble de riesgo de desarrollar melanoma si ha sufrido cinco o más quemaduras solares en su vida. En referencia a los cánceres de piel no melanoma (el carcinoma basocelular y el carcinoma escamoso), se correlacionan con la acumulación de sol en la piel a lo largo de los años, es decir, con el daño causado por años de bronceado.
Por esto, no debemos olvidar la premisa básica: no quemarse. Y para no quemarse basta con unos buenos hábitos de fotoprotección, que se resumen en:
- Evitar la exposición al sol en las horas de mayor intensidad (de 12h a 17h). En caso de estar en el exterior, buscar la sombra.
- Utilizar ropa que cubra al máximo nuestro cuerpo.
- Utilizar sombrero o gorra que cubra bien nuestro cuero cabelludo y proteja la cara, la nuca y las orejas.
- Aplicar fotoprotectores solares adecuados al tipo de piel y a la actividad a realizar. Es recomendable adquirir el hábito de aplicarse fotoprotector en la cara cada mañana. A partir de ahí, reforzarlo y aplicar de forma generosa en las zonas descubiertas al salir o realizar una actividad en el exterior. No olvidar repetir la aplicación pasadas unas horas.
- En días nublados la radiación ultravioleta también incide en nuestra piel, puesto que las nubes no la cubren en su totalidad. Por ello, no debemos olvidar estas medidas en días nublados.
La fotoprotección en la infancia es especialmente importante, puesto que los daños sufridos en los primeros años de vida son los que mayores consecuencias negativas tienen. Así pues, debemos ser muy estrictos con la fotoprotección de los niños y enseñar buenos hábitos de fotoprotección que se instauren y propaguen en las siguientes generaciones.