Huir es el verbo. Miles de niños desprotegidos huyen para cumplir su sueño: el de una vida mejor, menos incierta. Juan Pablo Villalobos deja –esta vez– de lado la ironía para abordar el drama de migración desde una perspectiva humana, sin entrar en cifras ni estadísticas. Yo tuve un sueño. El viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos (Anagrama, 2018) es un libro de no ficción que pone nombres a los números a través de historias personales.
Como si fuera Gabriel García Márquez en Relato de un náufrago, el escritor mexicano cuenta el viaje de diez menores no acompañados (sin papeles) desde El Salvador, Honduras y Guatemala a Estados Unidos, pasando por México. Los testimonios en primera persona desgarran al lector que se topa con la cara más frágil, inocente e íntima de niños que huyen de la violencia en busca de una vida más digna y menos peligrosa.
El proyecto empezó en 2014 cuando los medios se hicieron eco de la llegada masiva de menores no acompañados a Estados Unidos. Las autoridades advirtieron que entre mayo y junio habían contabilizado entre 60.000 y 80.000 niños en la frontera. El ganador del Premio Herralde de Novela –por No voy a pedirle a nadie que me crea– entrevistó entonces a dos niños, y luego decidió ampliar el proyecto con otras historias. El resultado es el de un libro plagado de sensibilidades, denuncias y vulneraciones de derechos humanos siempre con la esperanza como telón de fondo.
¿Cómo se consiguen los testimonios?
Ha sido un proceso larguísimo. Los conseguí trabajando con oenegés, abogados de migración y voluntarios. Ellos me facilitaron el acceso a los niños. Hacen un gran trabajo en EEUU, de hecho, hay un sistema bien organizado que funciona para proteger a los centroamericanos, o esto intentan.
"Juzgamos siempre las cosas desde el 'quiénes somos' pero no hay forma de comprender lo que ellos han vivido. Es imposible meterse en su piel"
En el libro decides no recrearte en la gravedad del viaje de estos menores que huyen solos.
No quería contar el sufrimiento ni caer en la compasión. Decidí borrarlo del libro y darles voz a ellos. Encontré a chicos muy fuertes: me estaban pidiendo que respetara su dignidad sin caer en el horror. Juzgamos siempre las cosas desde el “quiénes somos” pero no hay forma de comprender lo que ellos han vivido. Es imposible meterse en su piel. Situaciones que a nosotros nos parecen insoportables, terroríficas, ellos las viven de otra manera porque han vivido otras vidas. Han tenido una infancia de abusos, de abandono, de violencia en la casa, en las calles, y eso hace que lo que viven en el camino tenga otra perspectiva.
Aunque hay momentos en los que realmente pasan mucho miedo.
¡Por supuesto! En el camino hay un miedo a las circunstancias de amenaza. Pero hay un sentimiento que, de hecho, resume el título de uno de los relatos: Prefiero morir en el camino. Ellos piensan que si no lo hacen estarán condenados a una vida de miseria, incluso a la muerte en manos de los pandilleros. Decimos que es un viaje de inmigración pero es un eufemismo: son huidas. Huyen de la vida en la calle y de las familias. Prefieren morir en el camino antes que en sus casas.
"Si no lo hacen estarán condenados a una vida de miseria, incluso a la muerte en manos de los pandilleros"
La violencia de género también sale a relucir en algunos relatos.
Las mujeres de este libro hablan todo el rato de abusos y violaciones... Del peligro en sus casas con las pandillas, incluso del miedo que pasan por el camino, o que las puedan agarrar los Zeta. Incluso de la propia violencia dentro de las familias. Por ejemplo, un padre alcohólico que abusa de ellas y de ellos. Es una epidemia... Estos chicos no huyen por una razón, sino por el entorno que es el que los expulsa.
Uno de los casos más paradigmáticos es el del chico gay que huye del país.
Hay una ambigüedad en las historias que es valiosa. En su caso, él se enamora de un chico durante el viaje, que es como casi su primer amor. Imagínate lo complejo que es: él se siente expulsado por su preferencia sexual y en ese viaje –que es terrible– conoce a alguien y vive una historia de amor. Durante mis entrevistas con los chicos quería detectar esos momentos y que nos pudieran hablar de una forma más profunda de la experiencia de ese viaje. No quería mostrar solo lo malo, la parte dura. En esos viajes siempre conviven el horror y la esperanza. Quería dejar la crónica de lado y contar historias, identificar esos momentos tan significativos. Quería mostrar un viaje global, una especie de rompecabezas.
¿En qué coinciden todas las historias?
Cada una tiene sus singularidades, pero hay una historia arquetípica que en el fondo es la misma: el viaje de expulsión. Expulsión por violencia, el viaje traumático y la llegada. Es la misma de los chicos sirios, de los marroquíes. Es la historia de las migraciones que hay en el mundo.
"Es fácil decir Trump esto, Trump lo otro, pero mirémonos en el espejo"
México aparece en el libro como el territorio comanche, una zona hostil, de paso.
Los mexicanos, para tener la conciencia tranquila, decimos: “Pobres estos centroamericanos, con lo que sufren en EEUU”. Pero nunca queremos ver lo que les hacemos en México. Es terrible. Hay una labor de deportación de las autoridades mexicanas en acuerdo con EEUU y con fondos de ellos. Con el proyecto Frontera Sur quieren que contengan la migración y hagan una especie de barrera y que no llegue tanta gente. Luego está el repudio social que existe en las calles de México. Muchos de ellos sufren la indiferencia y el rechazo. Aunque algunos sí que son solidarios, estoy generalizando. El caso es que los mexicanos no lo queremos ver porque, evidentemente, somos en parte los malos de la historia. Quedamos muy mal. Es fácil decir Trump esto, Trump lo otro, pero mirémonos en el espejo. Varios de los chicos, durante la entrevista, me confesaron :“A mí lo que me daba miedo era México”.
¿La restrictiva política migratoria de Donald Trump han sido disuasoria para los centroamericanos?
Ese discurso abiertamente xenófobo puede resultar disuasorio, sí. Pero la evolución de ese tipo de flujos solo se puede ver a largo plazo, lo sabremos más adelante. Más allá de esto, es cierto que ha generado un clima en EEUU muy hostil y perjudicial para estos chicos.
"Lo que se encuentran en EEUU no es siempre lo que esperan. No es el final del cuento de hadas"
Después de haber llegado, ¿alguno de ellos se ha sentido decepcionado con EEUU?
Para todos ellos había merecido la pena y sentían que estaban mejor que en sus países. Aunque existe la sensación amarga de lo que dejas atrás. Algunos en EEUU se han encontrado con situaciones extrañas. Padres que no conoces, familias que se habían rehecho... Dos de ellos ya no conviven en sus casas. Lo que se encuentran no es siempre lo que esperan. No es el final del cuento de hadas.
El primer contacto que tienen con EEUU se produce a través de las hieleras. ¿Cómo son?
Son unas celdas improvisadas, unas jaulas, la gente duerme en el suelo y les dan unas cobijas de metal. Es un lugar de paso donde en teoría pasarán 48 horas o 72 máximo. Ahí deciden qué hacer con ellos: si hay posibilidad de obtener papeles por familiares que mandan la documentación, se pueden quedar. Entonces les mandan a un albergue mientras el familiar (el guardián en EEUU) gestiona los papeles para quedarse con el chico, aunque siempre con la amenaza de que algo salga mal y se produzca una deportación.
¿Algunos tenían miedo de volver a sus países?
Todos. ¡Huyeron! Saben que si volvieran correrían peligro e incluso sería peor que antes. Más amenazas, sufrirían revanchas, represalias... Es una realidad dura en términos políticos y sociales. Las instituciones están descompuestas, así que la pregunta es: ¿somos un estado fallido? El gran problema de estos países es la impunidad. No tienes una protección, eres vulnerable. Saben que si algo les sucede nadie lo investigará o durante ese proceso alguien será corrompido. Cualquiera que se salte la ley sabe que tiene la protección porque hay un sistema de complicidades que permite que esté tranquilo. La gente vive con miedo.
"Lo que yo he contado en el libro son 'historias de éxito' (entre comillas), de aquellos que han logrado sobrevivir"
Expones el testimonio de los supervivientes, pero muchos nunca llegan...
Pasa como en el Holocausto. ¿Qué pasa con todos los que desaparecen en México? No podemos contar sus historias. Con una de las historias del libro (Prefiero morirme en el camino) quise dejar una huella de aquellos que no sobreviven en el camino. Está contada en tercera persona y hay una elipsis final. Dos niños suben a una camioneta con un tipo peligroso y la amenaza pende sobre ellos. Quería perturbar al lector y lanzarle la idea de “¿qué podría pasarles?”. Imagínate qué es lo que podría pasar. Hay altas posibilidades de que suceda lo peor. Lo que yo he contado en el libro son “historias de éxito” (entre comillas), de aquellos que han logrado sobrevivir.
¿Por dónde pasa la solución al éxodo masivo?
Es un problema global. Para empezar, no se puede localizar. Las políticas tendrían que considerar una mirada más humana y no solo la mirada fría de los datos, las cifras, las conveniencias, las pirámides poblacionales... Más allá de los cálculos hay una dimensión humana que tiene que ver con una cuestión elemental de derechos humanos. Estos menores de edad, en su país de origen, en el camino de inmigración y en su llegada a EEUU están sufriendo una vulneración de sus derechos absoluta, están indefensos. Luego empiezan a tener protección. Hasta entonces la única protección que podían tener es la de un pandillero al que te habían unido o durante el camino a un guía que habían pagado. Es una crisis humanitaria, aunque no exista la figura de la guerra. Las cifras de muertos en Centroamérica son mayores que en algunas guerras, aunque no esté declarada. Existe otro tipo de violencia... Y estaría bien que personas que huyen de esto pudieran obtener el estatuto de refugiadas.