La fisura anal es una dolencia relativamente frecuente que, en general, no reviste gravedad, salvo que se vuelva crónica. No existen estadísticas definitivas sobre su incidencia real, ya que en muchos casos el paciente no acude a consulta por confundir sus síntomas con las hemorroides y la fisura termina curándose por sí sola. No obstante, algunos estudios sugieren que podría afectar a aproximadamente el 11 % de la población en algún momento de su vida.
Como su nombre indica, se trata de una pequeña herida o desgarro que se produce en la mucosa que reviste el ano. En cuanto a sus causas directas, las más habituales son la expulsión de heces grandes o duras, el estreñimiento, el parto, la diarrea crónica, las relaciones sexuales con penetración anal y algunas enfermedades que provocan inflamación intestinal.
El hecho de que el parto e incluso el embarazo sean factores de riesgo para su aparición colabora en que los casos de fisura anal sean hasta cuatro veces superiores en mujeres, que además son más propensas a sufrir estreñimiento que los hombres. Por lo demás, son más habituales en bebés -sin que se conozca la causa- y entre los 20 y los 40 años, aunque se puede producir a cualquier edad.
El principal síntoma es el dolor, que puede ser intenso, durante la defecación o justo después de la deposición. También puede producir un pequeño sangrado que se observa en el papel higiénico al limpiarse. Picazón o irritación alrededor del ano son otros síntomas posibles.
FIBRA, CIRUGÍA...
Según explica el doctor Manuel Alcántara, “tanto la prevención como la curación de las fisuras anales se consigue generalmente con simples cambios dietéticos que faciliten las deposiciones. Tomar alimentos ricos en fibra, suplementos probióticos y mucho líquido facilitan el tracto intestinal y, por tanto, previenen la aparición de fisuras y ayudan a su curación cuando ya se han producido”. Algunos medicamentos en forma de cremas, baños de asiento y la práctica de ejercicio también pueden formar parte del tratamiento más conservador.
Sin embargo, “no todos los pacientes responden a estas medidas terapéuticas y la fisura puede volverse crónica o recurrente”, añade el mencionado especialista del servicio de cirugía general y digestiva del Hospital Universitario General de Catalunya. En estos casos se puede indicar cirugía, que no está exenta de ciertos riesgos.
“La cirugía suele tener un alto índice de eficacia en la curación de la fisura anal, pero presenta el inconveniente de que puede provocar incontinencia fecal en un número no desdeñable de casos, además de los riesgos inherentes a toda intervención quirúrgica”, admite el doctor Alcántara.
...Y BÓTOX
Para evitar la cirugía, desde hace algunos años está disponible un tratamiento a base de infiltraciones de toxina botulínica, lo que popularmente se conoce como bótox. “Numerosos estudios clínicos y nuestra propia experiencia en el Hospital General de Catalunya demuestran que este tratamiento tiene un nivel de eficacia igual al de la cirugía, pero sin sus efectos adversos”. Además, añade, “se realiza de forma ambulatoria y sin necesidad de ingreso hospitalario”.
Como hemos visto antes, las fisuras anales suelen producirse cuando el ano se ve sometido a una fuerte tensión debido, por ejemplo, a la expulsión de heces grandes o duras o al estreñimiento. “Lo que conseguimos con la toxina botulínica es rebajar esa tensión durante el tiempo que duran sus efectos, lo que favorece y acelera la curación del desgarro. La cirugía persigue ese mismo objetivo, pero se corre el riesgo de que la distensión sea permanente, lo que puede provocar la mencionada incontinencia fecal”, detalla el doctor Alcántara.
No obstante, solo un estudio pormenorizado de cada caso permitirá al especialista determinar cuál de los tres tratamientos será el más indicado para cada paciente.