Alma es otra forma de mirar la realidad social, desde el optimismo y la diversidad. Una ventana abierta a las iniciativas de ”la Caixa” y a los infinitos proyectos sociales que nos rodean.
«No podemos solucionar todos los problemas sociales del mundo, pero sí podemos no dejar de intentarlo».
Hemos ido a la Facultad de Derecho de la Universidad de València para hablar con el catedrático de Filosofía del Derecho Javier de Lucas acerca de la obra colectiva Fronteras, de la cual ha escrito el prólogo, coordinada por el fotoperiodista Javier Bauluz. Se trata del segundo libro de la colección Compromiso con la que la editorial Libros.com, en colaboración con ”la Caixa”, quiere acercar al gran público obras de carácter social que anteponen la calidad, el rigor y lo humanitario a lo comercial.
El despacho de Javier de Lucas presenta ahora mismo un alegre caos: libros apilados, cajas a medio hacer, fotocopias… Y es que, tras toda una vida dedicada a la docencia, este catedrático de Filosofía del Derecho y especialista en políticas migratorias se está mudando: va a abandonar su despacho para dar un paso más en su lucha por los derechos de refugiados e inmigrantes asumiendo su cargo como senador. Han sido 40 años dando clases en la Facultad de Derecho de la Universidad de València y escribiendo libros que han hecho de De Lucas una referencia ineludible en políticas migratorias.
Se acaba de publicar el libro Fronteras. ¿Cuál es el mensaje central que se quiere transmitir?
El objetivo común de todos los autores es romper con uno de los peligros más grandes que acechan a la inmigración: la deshumanización de los inmigrantes, a los que se alude con cifras y estadísticas. Por encima de cualquier otra cosa son personas con historias que involucran elementos culturales y sociales, y yo quería subrayar que ante todo son individuos con derechos.
Hay casos como el del niño Aylan Kurdi en el que la opinión pública sí quedó consternada. ¿Es necesario que haya una imagen icónica para darnos cuenta del drama de los refugiados?
No estoy en contra del uso de imágenes que golpeen la conciencia, pero el peligro es que la imagen sea tan poderosa que propicie una respuesta tan emocional como efímera. Hay que recordar que esa familia pierde a tres niños y a la madre, y que niños y niñas de esta edad mueren todos los días. Me preocupa que el impacto nos lleve a una reacción de pena y lástima: la inmigración no es un asunto de limosna ni de conmiseración.
¿Seguirá habiendo flujos migratorios mientras no dejemos a África desarrollar sus potenciales y aprovechar sus recursos?
De alguna manera desvinculamos la realidad de la movilidad humana del proceso que la ha causado y de nuestro papel en él. Pero detrás de buena parte de esos movimientos se encuentran cambios inducidos desde fuera: del continente africano los europeos hemos extraído y explotado desde materias primas hasta esclavos. Es cierto que ha habido una inversión europea que ha contribuido a un tipo de progreso y riqueza (casi siempre desde una visión paternalista). Pero no se les ha dejado que se sean dueños de su propio destino. Ahora en África estamos implantando un modelo con cultivos transgénicos que modifican grandes territorios y obligan a grandes poblaciones a huir. Tampoco estamos ayudando al desarrollo de la democracia en estos países, porque sometemos nuestros acuerdos de ayuda a que los países retengan e incluso acojan a los que no queremos recibir en vez de condicionar esa ayuda al progreso de la democracia y de los derechos humanos.
En pleno siglo XXI, ¿es verdad que vivimos en el mundo más amurallado desde la Edad Media?
El problema de la tendencia al amurallamiento es que es primero normativo y luego comunicativo. Europa ha desplegado un sistema de leyes para impedir el libre tránsito de las personas e incluso llegamos a convenios con ciertos países africanos para que sean ellos los que pongan las murallas. El objetivo es que solo lleguen los que queremos que lleguen y mientras los necesitemos.
¿Hay un desfase entre el número de refugiados que creemos acoger y los que realmente acogemos?
Si tú le preguntas a cualquiera cuántos refugiados recibimos, seguramente la cifra multiplique por varios miles los números reales. Ahora mismo hay en España entre 90 y 100.000 solicitudes de asilo o refugio acumuladas a lo largo de los tres últimos años, pero la gente cree que tenemos millones de refugiados. También se cree que la mayoría de esos refugiados proceden de países islámicos o en guerra, cuando el país que más solicitudes de refugio presenta en España es Venezuela. En cambio, Uganda recibió en el 2018 más de un millón de refugiados de Sudán del Sur.
¿Por qué no se pone nunca el acento en lo que los refugiados pueden aportar en lugar de hacerlo sobre lo que supuestamente “nos quitan”?
Es difícil que la población perciba la dimensión positiva que tienen los movimientos migratorios porque casi nunca aparece en el espacio comunicativo. Algunas de las más grandes aportaciones a la riqueza y al conocimiento universal las han hecho refugiados, como Albert Einstein y Hannah Arendt. Pero es difícil que cale el mensaje de que los refugiados tienen esta dimensión positiva porque, por ejemplo, en Alemania, se los instala en lugares particularmente deprimidos y, a la vez, crece la sensación de que reciben más ayudas que tú.
¿Qué pueden hacer las políticas interculturales para acabar con la estigmatización de los migrantes?
Respecto a las políticas interculturales mantengo un optimismo teórico y un escepticismo práctico. Creo que para llevarlas a la práctica se deben dar unas condiciones que exigen cambios en la voluntad política y no veo esos cambios. El modelo que debemos poner en práctica en la interculturalidad debe entenderse como un diálogo en condiciones de igualdad entre los interlocutores. Y a mí me da la impresión de que, en la práctica, estas condiciones de simetría no se dan.
En este sentido ¿qué piensas que pueden aportar iniciativas como el Proyecto de Intervención Comunitaria Intercultural (ICI) de ”la Caixa”?
Creo que precisamente donde se pueden dar iniciativas exentas de paternalismo es en programas como el de ”la Caixa”, porque los agentes privados tienen más capacidad para salir de la posición de poder en el diálogo intercultural. No digo que todos los programas privados salgan de esta posición de poder, pero sé que una de las características del Proyecto ICI precisamente es evitar posiciones paternalistas trabajando en el buen sentido de la interculturalidad y aportando, a través de un partenariado público-privado, el desarrollo de un proceso comunitario intercultural que ayude a los municipios en el desarrollo de políticas públicas.
Has sido elegido senador, ¿cuál es tu objetivo respecto a las políticas migratorias?
Llevo toda la vida dedicado a la docencia y a la investigación, en gran parte enfocada a la crítica de las políticas migratorias de los últimos 40 años. En abril pasado, el presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, me dijo que ya era hora de dejar de criticar desde fuera y que me decidiera a participar desde dentro. El primer problema para mí es que no existe una política de coordinación entre las administraciones con mayor responsabilidad y, como el Senado tiene un papel importante en el equilibrio de las competencias y los recursos territoriales, mi intención es aportar en este sentido.