El coronavirus ha machacado a las salas de conciertos en todo el planeta. En Barcelona, la situación de las más emblemáticas, como Apolo y Razzmatazz, es tremendamente preocupante. Es más, sus gestores vaticinan su desaparición si las medidas restrictivas que impiden la apertura del ocio nocturno por la pandemia del Covid-19 se prolongan otro medio año. Los locales menos glamourosos pronostican que cerrarán antes.

El problema de fondo de estos esablecimientos es que su final será el mismo si siguen con la persiana bajada. El director de la Sala Apolo, Alberto Guijarro, ha explicado en declaraciones a RAC1 que tiene margen “hasta enero o febrero” antes de tomar una decisión. En el caso de Razzmatazz, su gerente y también presidente de la Associació de Sales de Concerts de Catalunya (ASACC), Lluís Torrents, puede aguantar así hasta la primavera. No mucho tiempo más.

ALGUNAS YA ESTÁN EN VENTA

El mismo Torrents ha hablado también como representante de ASACC, que aglutina a unas 80 salas en toda Cataluña, y ha reconocido que “la mayoría” no llegarán a enero. “Llegará un momento en el que tendremos que tomar la decisión de si merece la pena endeudarnos, porque si cerramos después la deuda será mucho mayor”, ha indicado. Los propietarios, de momento, siguen pagando salarios, alquileres, impuestos pero “hay salas que ya se han puesto a la venta”.

“La situación es muy, muy, muy dramática”, señala Guijarro. “Lo que más duele es que no vemos la luz de cuándo podemos abrir y eso crea mucha incertidumbre e inseguridad”, añade el máximo responsable de la Razzmatazz. Las previsiones son muy malas, puesto que las restricciones de reunión se prolongarán hasta Navidades, por lo menos, según ha explicado la consejera de Salud, Alba Vergés.

LOS FONDOS BUITRE, AL ACECHO

Ante los rumores de venta de algunas de estas salas en la Ciudad Condal y en el conjunto de la región, los fondos buitre están al acecho para hacer su particular agosto. Para Guijarro, estas corporaciones carecen de la “sensibilidad” que las salas de conciertos han adquirido durante años “y forma parte del entramado cultural”. En este punto interviene el director de otra sala emblemática, Luz de Gas, Fede Sardà, que conoce el interés de estos fondos por comprar a bajo precio y llenar los locales de “ingleses y alcohol barato”, lo que supondría el fin de la cultura en la capital catalana.

Afortunadamente, la situación de Luz de Gas es un poco mejor que la de Apolo y Razzmatazz, dado que ha podido renegociar el alquiler en estos tiempos. Pero también está al límite, con ayuda de créditos, justo cuando celebra su 25º aniversario.

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