Lunático, perturbado, irreflexivo, alienado, desequilibrado. Son diferentes sinónimos de la misma palabra: L-O-C-O. Durante siglos, cualquiera de estos adjetivos sirvió para referirse en sentido despectivo a los enfermos mentales. Desde un rincón del actual barrio de Les Corts, una institución luchó por la dignidad de las personas que llevaron colgada esa etiqueta despectiva: el Instituto Frenopático. En la avenida de Carles III, a la sombra de la clínica Dexeus, se encuentra el antiguo edificio del frenopático, con su imponente fachada de unos 120 metros como una infinita y frágil línea que separa la locura de la cordura.

La institución fue fundada en 1863 por el médico alienista Tomàs Dolsa Ricart (1819-1909) y su yerno, Pau Llorach Malet. El frenopático -originalmente ubicado en Gràcia-de Dolsa y Llorach se creó al abrigo de las tendencias psiquiátricas europeas más progresistas, que consideraban al “loco” un enfermo con posible curación.

Los dos médicos firmaron la escritura de compra de un terreno de tres hectáreas el 24 de agosto de 1867 y encargaron al arquitecto August Font i Carreras el proyecto del nuevo centro, que se construyó entre 1872 y 1873. Lo que queda en pie es solo una pequeña muestra de lo que fue, pero revela el aspecto exterior austero del centro. Aún se puede intuir el espacio que ocupaban el pabellón de los hombres y el de las mujeres, separados por la capilla central.

RUPTURA EN LA PRÁCTICA PSIQUIÁTRICA

El edificio en sí no tenía valor arquitectónico, pero el frenopático supuso una ruptura, un antes y un después de la práctica psiquiátrica. Médicamente, el centro tenía unas instalaciones modélicas y avanzadas, lejos de las instituciones de la época. Aunque eso sí, solo al alcance de las clases acomodadas: había pacientes de primera, de segunda y de tercera clase, que pagaban 180, 125 y 90 pesetas de las de entonces, al mes.

En cualquier caso, su carácter privado le permitió llevar a cabo las técnicas más avanzadas en psiquiatría desde su creación hasta el año 2000, cuando Montserrat Bernat Matheu, nieta de Tomás Dolsa y última gerente, echó el cerrojo a 140 años de historia.

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