Una lavadora vieja, un carrito de la compra hasta arriba de restos de hierro y metal, una caldera magullada dentro de una bañera desconchada... Y el sonido de un martillo que repiquetea sobre el metal desacompasado. Es lo que parece, sin lugar a dudas: una chatarrería.  Y hasta aquí todo normal. Lo sorprendente es que un negocio así esté instalado desde hace años en un edificio catalogado por el Ayuntamiento de Barcelona y por la Generalitat de Catalunya como "Bien Cultural de Interés Local”.

Nadie lo diría, pero, bajo esa caótica chatarrería de aspecto ruinoso y deplorable, se esconde una historia que se remonta al siglo XVI.  Entonces, era una torre de vigilancia y defensa en la que hacían alto los soldados que se dirigían al castillo de Valldaura desde Barcelona. De planta cuadrada y construida en tapial con esquinas de ladrillo, aún se puede distinguir en la fachada principal la puerta de la entrada con arco dovelado y dos ventanales de estilo gótico. En el del primer piso hay esculpidas dos cabezas, una de mujer y otra de hombre. Este último, tocado con turbante, es posiblemente el que le ha dado el sobrenombre popular de la torre del Moro

DECLIVE CON LOS JUEGOS OLÍMPICOS

En realidad, esta antigua finca se llamaba Mas Enrich y es una superviviente que, por su carácter defensivo, también recibió el nombre de Ciutadella. A finales del siglo XVIII, Mas Enrich dejó atrás su pasado como torre defensiva y se convirtió en una fábrica de pieles. En torno a ella, se fue creando un núcleo urbano, fuera del centro histórico de Horta, que sobrevivió hasta principios de los años 90. En esa época empezó el derribo del barrio de Ciutadella: la ciudad vivía su transformación urbanística para acoger los Juegos Olímpicos. ¿Quién recuerda hoy aquel barrio? De él solo queda el nombre en una calle cercana y también en la plaza donde se ubica la destartalada Torre del Moro.

Un dato curioso: el edificio albergó los talleres donde se imprimía la revista comunista Mundo Obrero.

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