Me informa mi amigo Manolo Vázquez, cineasta alternativo, de que él y otros damnificados de la mítica editorial Bruguera están volviendo a la carga para recuperar los originales de sus ancestros y a acceder, a ser posible, a sus derechos de autor (los primeros llevan décadas secuestrados en algún polvoriento almacén y los segundos nunca han estado ni se les ha esperado). Consciente de que he empezado esta crónica de manera algo críptica, paso a explicarme.
Bruguera fue la gran editorial del cómic español en épocas pasadas, que no remotas. Los más provectos recordarán revistas como Pulgarcito, Tiovivo o DDT y a autores como Ibáñez, Cifré o Vázquez, el difunto progenitor de mi amigo Manolo. Además de practicar el humor para todos los públicos con Mortadelo y Filemón, Doña Urraca o las Hermanas Gilda, Bruguera contribuyó poderosamente al tebeo de aventuras con héroes inolvidables como El Capitán Trueno, El Jabato o El cosaco Verde. Aprovechando las señales de cansancio y ranciedad que emitía la Editorial Valenciana (casa madre de El Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín), Bruguera supo controlar el mundo del tebeo español desde finales de los años 50 hasta bien avanzados los 80. Acabó hundiéndose, y me sabe mal reconocer que yo contribuí a ese hundimiento cuando, junto a otros insensatos, me hice cargo de otra cabecera mítica, TBO, que Bruguera acababa de adquirir (la remozamos de tal forma que conseguimos perder a su público de toda la vida sin reemplazarlo por uno nuevo: éramos jóvenes y radicales, además de zotes).
DERECHOS DE AUTOR NO RECONOCIDOS
En sus años de esplendor, que fueron muchos, Bruguera se acostumbró a una práctica infame consistente en que, si querían publicar regularmente, los autores se veían obligados a renunciar a sus derechos de autor e incluso a recuperar sus originales, que pasaban a ser propiedad de la editorial. El mismo material se publicaba una y otra vez sin que el dibujante viera un duro de cada nueva edición de unas páginas ya amortizadas. Y al que no le gustara la coyuntura, ahí tenía la puerta. Los tebeos con los que nos reíamos y nos emocionábamos los críos de mi generación se basaban en el esclavismo, una situación que debería haber terminado hace mucho tiempo, pero que sigue prácticamente igual. Tras el hundimiento de Bruguera, la editorial se vendió dos veces. Primero, al grupo Zeta. Después, a Random House cuando este gigante de la edición se hizo con Zeta. Finalmente, a su actual propietario, el grupo Moll, especializado en prensa regional, que recientemente hizo un amago de ascender a primera división con la adquisición de El Periódico de Catalunya. Pese a los cambios, las páginas originales de los viejos maestros siguieron almacenadas, los derechos de autor sin ser reconocidos y los descendientes de los dibujantes sin ver ni un euro del trabajo de sus ancestros. Y así seguimos, según me cuenta el amigo Manolo.
Añadamos a la desgracia el hecho de que hay un montón de material fundamental del tebeo español secuestrado al público y a las instituciones, imposibilitando así la organización de exposiciones o la integración de miles de páginas formidables en algún organismo oficial que las trate como se merecen. Y lo peor de todo es que las cosas, además de no avanzar, no se entienden muy bien. ¿Qué ganan los nuevos propietarios de Bruguera manteniendo su glorioso material en un almacén criando polvo? Bueno, sí, se puede seguir reeditando hasta la náusea y sin aflojar la mosca a nadie, pero ése es un tipo de actitud miserable que nunca ha sido de recibo y menos en la época actual.
Huelga decir que les deseo a Manolo y a sus compañeros de lucha toda la suerte (y la justicia) del mundo. Hace mucho tiempo que se abolió el esclavismo en el mundo real y ya va siendo hora de que se haga lo propio en el mundo del cómic.