Dice la bióloga Mónica Fernández-Aceytuno, autora del maravilloso diccionario de la naturaleza que lleva su nombre, que entre las dos ramas del saber, Ciencias y Letras, existe una tercera: la rama donde anidan los pájaros. En las siguientes líneas me dispongo a hablar de las tres, tal vez sin orden, pero a buen seguro con mucho concierto, porque voy a hacer un breve recorrido por Barcelona en busca de aves, la música que han inspirado, y la ciencia que pueden inspirar.

La compositora y violinista británica Sally Beamish se ha basado en Hafez, poeta persa del siglo XIV, para crear un ciclo de canciones en que la historia de un pájaro, o un animal, sirve para describir el dolor de la separación y el ansia por reencontrarse con la Amada. Excelente banda sonora para un paseo por el parque de Miralles en Diagonal Mar, obra de arte ya por sí mismo, en busca de las abubillas, uno de los protagonistas de la pieza. Si damos con ellas, podrían incluso poner el acompañamiento con el peculiar reclamo hueco que da origen a su nombre científico, Upupa epops, y a otras denominaciones onomatopéyicas en varios idiomas. Además, al quitarnos los auriculares, oiremos, según las épocas y las trashumancias, el coro de garzas reales y bueyeras, gaviotas, ánsares, patos azulones, herrerillos y jilgueros, que ventilan, ellos también, cuitas amorosas, usando con todo descaro sus tuits como si estuviesen en Tinder, aunque algunos se escondan entre bambalinas.    

En el chaflán donde menos lo esperamos, silueta de sí mismo recortada sobre la rama de un jabonero de la china, nos puede sorprender con sus improvisaciones el mirlo, sobre todo en primavera. Olivier Messiaen, uno de los grandes del siglo XX, opinaba que los mejores profesores de música son los pájaros, y no dejaba de salir todos los años 15 días al campo, grabadora en ristre, a tomar lecciones. Al mirlo le dedicó una deliciosa pieza de cámara, El mirlo negro, y en su Catálogo de aves convirtió el piano en un auténtico bosque animado, explotando al máximo las posibilidades del instrumento para la transcripción de cantos.

OCHENTA ESPECIES DE PÁJAROS

Los ornitólogos han identificado más de 80 especies de pájaros que crían en nuestra ciudad. Por supuesto, varían con el tiempo, lo mismo que sus proporciones. En las últimas décadas hemos visto llegar al arrendajo y a la gaviota de Audouin, mientras que los estorninos, el pinto y el negro, pasaron ya hace tiempo de ser visitantes invernales a residentes. Mozart tuvo un estornino amaestrado y la Broma musical, un divertimento para dos trompas y cuerdas, contiene sus llamadas típicas. Sentía tal devoción por la criatura que hasta le compuso un réquiem.          

Entre los valores en alza en Barcelona, la calderilla del aire que anida ya hasta en las plazas duras, y nos recibe siempre con honores en el parque del Poblenou. A saber (entre otros muchos): petirrojo, carbonero, curruca y lavandera blanca, que a pesar de su nombre nunca se rinde, incansable y curiosa por naturaleza. Nadie retrata los diálogos de toda esta gente menuda con más gracia que Jean-Philippe Rameau en La llamada de los pájaros para clavecín, también muy recomendable en la versión para piano, transparente y apropiadamente etérea, de un Víkingur Ólafsson.

Senderistas en Collserola / AMB

Cuando nos asalta el capricho de escuchar a cucos, oropéndolas, o ruiseñores, el recurso más seguro consiste en subir a Collserola. Otra opción, desde algún mirador con amplias vistas al oeste, es contemplar los fulgurantes atardeceres sobre la sierra, que convierten por unos minutos las agujas de Gaudí en la torre herida por el rayo. De esa manera, enseguida vienen a la cabeza los sones de la Pastoral, con el trino de la flauta haciendo de ruiseñor, el oboe de codorniz y dos clarinetes de sendos cucos. La crítica de su tiempo recibió la ocurrencia con indignación, hasta provocar el abandono de la sala de la Sociedad Filarmónica de Londres por parte de uno de sus más venerables miembros, Mr. William Horsley, al grito de «¡A eso llaman música!». Sin embargo, desde entonces, convertida la pieza en una de las más queridas del repertorio, las tres aves se han probado dignas del verso de Keats: "Thou wast not born for death, immortal Bird!".

Para quien tenga más el día de Mahler, el cuco es el protagonista absoluto en el arranque de su primera sinfonía, de los sones bucólicos del clarinete al mayor éxtasis aviar de la historia de la música, con varias secciones gritándose unas a otras el famoso intervalo hasta concluir el movimiento por extenuación.

UNA VERDAD ESTÉTICA

El cuco, en estado salvaje, empieza cantando una tercera menor descendente en abril, amplía después la distancia entre notas de tercera mayor a cuarta, y termina cumpliendo en junio el dicho francés que invita a hacer en mayo lo que a uno le dé la gana (En mai, fais ce qu'il te plaît), porque en ese mes olvida su tonada característica y se inventa otras que pueden ser hasta ascendentes. Así, con su buen oído, demuestra ser por mérito propio uno de los pájaros más musicales, y sin duda también se cuenta entre los que más juego han dado a los compositores. Por ejemplo, a Haydn (o no, ya lo veremos). El austriaco evitó por los pelos la castración, gaje del oficio de los niños cantores de la época, y tal vez por eso encaró el resto de sus días con un sano (aunque no menos tajante) sentido del humor, que le llevó, por ejemplo, a ganarse una azotaina pública después de cortar la coleta a un compañero de coro, o a escribir una sinfonía, la de Los adioses, solo para pedir unas vacaciones.

Las 'agujas' de Gaudí, en la Basílica de la Sagrada Família de Barcelona en una imagen de archivo

Su Sinfonía de los juguetes es tan poco seria que en ella se utiliza el reloj de cuco, la carraca y un silbato que imita a los pájaros, y no se sabe ni siquiera quién la escribió, si Joseph, su hermano Michael, o Leopold Mozart. Pudo incluso componerla el benedictino tirolés Edmund Angerer, según las teorías más recientes, y después ser atribuida a la celebridad para vender más partituras. En todo caso, si fue una broma póstuma que le gastaron al propio Haydn, al menos podemos estar seguros de que le hubiera hecho gracia.

Solo nos falta la visita a la rama de la ciencia y, con ese fin, nada mejor que recurrir a las palabras de un físico que conectan definitivamente los bípedos plumes con la música y las cosas del saber. Porque, según David Deutsch, pionero de la computación cuántica, pensando que las flores, evolucionadas para atraer insectos (y algunas aves), gustan también a los humanos, debemos deducir que existe una verdad estética tan objetiva como las leyes de la física o las matemáticas. En ciencia, nos dice, la belleza se llama elegancia, y es cierto que una teoría elegante puede ser tumbada por los hechos, pero sabemos que tarde o temprano encontramos otra subyacente aún más hermosa. Por eso, aunque la belleza no sirva como criterio de lo verdadero, nos da buenas pistas para encontrarlo. Así que, ya lo saben ustedes: si quieren competir por los Nobel, la imaginación al poder. Con cuidado, eso sí, de que no se les llene la cabeza de pájaros por el camino.