Este miércoles, 28 de junio, se estrena la, en teoría, quinta, última y definitiva aventura de Indiana Jones y mi niño interior ya lleva semanas que no caga (con perdón) ante la perspectiva de que lo lleve a verla a la mayor brevedad posible. Le daré esa satisfacción un día de éstos porque últimamente apenas se hace notar (sufre en silencio mientras espera que los ingleses le encuentren un sustituto a Daniel Craig para las nuevas andanzas de James Bond) y porque, en esta ocasión, el niño interior y el adulto exterior están totalmente de acuerdo en que Indiana Jones ha sido un héroe que les ha alegrado mucho la vida.
Ahora que tanto se habla de relaciones especiales entre Barcelona y gente como Bruce Springsteen (o Sprinter, que dice Núñez Feijoo), Woody Allen o el grupo Coldplay, no puedo dejar de recordar la muy especial relación que se produjo entre el arqueólogo del látigo y el sombrero fedora y un sector del mundo del cómic barcelonés a principios de los años 80, cuando una pandilla de devotos de la Línea Clara representada por Hergé y la escuela franco-belga sacamos la revista Cairo, con la intención de que nuestros colegas de El Víbora (a los que, en realidad, apreciábamos muchísimo) pareciesen una pandilla de hippies piojosos y trasnochados. En busca del arca perdida se estrenó en 1981 y el primer número de Cairo apareció en enero de 1982. El timing, pues, era perfecto. Y como nos disponíamos a exhumar una gloriosa antigualla como La marca amarilla, del jamás publicado en España Edgar P. Jacobs, Indy nos vino de maravilla para reivindicar la aventura rancia con pedigrí que nos retrotrajera a los cines de barrio de nuestra infancia. Aunque el doctor Jones no era un personaje de cómic, nosotros nos lo tomamos como si lo fuera. Puede que la relación con Barcelona del personaje creado por George Lucas fuese totalmente falsa, pero también lo es la de Esprínter, la de Allen o la de Coldplay. Si buscas una relación especial la encuentras, y nadie mejor que el maquetista de Cairo, Pasqual Giner (que en paz descanse), quien se marcó un artículo sobre Indiana Jones y su conexión con el mediterráneo que no se aguantaba por ninguna parte, pero que aplaudimos todos convenientemente por la cuenta que nos traía.
Personalmente, lo que más me atraía de las aventuras del arqueólogo aventurero era su tono retro. El éxito de La guerra de las galaxias (y luego de Blade runner) parecía haber unido la modernidad y la vanguardia al futuro y la ciencia ficción. Una historia ambientada en los años 40 no parecía, en principio, que tuviese el éxito garantizado. La propia génesis del proyecto tenía un punto viejuno, pues todo partía de un relato escrito por George Lucas en 1973 como homenaje a los seriales de los años 30 y 40 con los que tan bien se lo había pasado de niño (las adaptaciones cinematográficas de El hombre enmascarado o The Shadow, tan pulcras y tan art deco, fracasaron estrepitosamente). Ese relato cayó en manos de Steven Spielberg en 1977 y ahí se puso en marcha todo. En busca del arca perdida fue un exitazo global y luego vinieron Indiana Jones y el templo maldito (1984), Indiana Jones y la última cruzada (1989) e Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), dirigidas todas por el señor Spielberg. Tras muchos dimes y diretes (relacionados la mayoría con la edad provecta de Harrison Ford, que ya es octogenario), hoy llega a nuestras pantallas Indiana Jones y el dial del destino (2023), dirigida por James Mangold y ambientada en los años 60 (aunque con flashbacks de los 40 con un Ford rejuvenecido por ordenador).
Indiana Jones ha sobrevivido a Cairo, al pobre Pasqual Giner, a la divertida polémica Línea Clara contra Línea Chunga y a cualquier intento de convertir la industria del cómic para adultos en una cosa fiable y estabilizada. Los alegres muchachos de 1981 nos hemos hecho viejos, algunos se han quedado por el camino, otros sobreviven con pensiones ridículas o el sueldo de su mujer, quedan unos cuantos en activo y los hay que nos hemos dedicado a otras cosas y en ellas seguimos mientras el cuerpo aguante…Evidentemente, a mi niño interior Cairo se la sopla y si le hablo del asunto me dice que parezco el abuelo Cebolleta con mis batallitas (aunque no sé cómo conoce al personaje de Vázquez: ese cabroncete solo recuerda lo que le conviene). Pero, pese a todo, pienso llevarlo de la mano al cine para ver Indiana Jones y el dial del destino, pues llevo media vida conviviendo con el arqueólogo de marras. Y cuando le encuentren un reemplazo a Daniel Craig, ahí estaré yo, dispuesto a ver la nueva de James Bond (al que conocí antes que a Indy, en el verano de 1962, a la tierna edad de seis años).
En cuanto a que la quinta aventura de Indiana Jones sea la última, permítanme que albergue mis dudas al respecto. Hollywood es como es y si la película revienta la taquilla, es muy posible que al doctor Jones le pase lo mismo que a 007: Money talks, que dicen los anglosajones.