Barcelona acoge en su seno una gran cantidad de rincones tenebrosos. Más allá de los lugares místicos que pueden encontrarse en la capital catalana, algunas de las mejores 'joyas' de lo paranormal se encuentran en los municipios aledaños.

En concreto, a las afueras de la localidad de Esparraguera, en la comarca del Baix Llobregat se encuentra una de esas 'mecas' de lo paranormal, un enclave casi de peregrinación para los amantes del ocultismo. Se trata del antiguo balneario de La Puda y es, probablemente, uno de los sitios emblemáticos más castigados por el tiempo de toda Catalunya.

UN LUGAR PELIGROSO

Tan es así que los Mossos d'Esquadra recuerdan que, aunque en ruinas, se trata de una propiedad privada y recomiendan encarecidamente no entrar en el edificio, pues existe un serio peligro de colapso del inmueble y es un peligro para la seguridad. Durante décadas, sin embargo, fue lugar de retos de valor para la juventud barcelonesa.

Interior del balneario de la Puda Luis Miguel Añón

La zona tiene muchos residuos que indican que ha vivido gente allí, desde latas y envases hasta colchones y mantas que acumulan sendas montañas de polvo. Caminar por el interior del balneario es hacer un viaje a finales del siglo XIX, a esa inauguración en 1871 en la que se juntó la flor y nata de la alta burguesía catalana. El balneario de La Puda se concibió gracias a un terremoto que tuvo lugar en la zona en el siglo XVIII. Tras el seísmo, comenzaron a brotar aguas sulfurosas.

ALTAR PROFANADO

En algún momento, este complejo fue un espacio de lujo para el asueto, pues las plantas inferiores no solo ofrecían aguas beneficiosas, sino tratamientos variados para la relajación. El recinto contaba también con servicios complementarios, como restaurante, cafetería e incluso una capilla.

Y este último es particularmente tétrico, pues poco queda de sagrado más que los restos de un altar profanado y simbología satánica. Quizá haya sido obra de vándalos en busca de emociones fuertes, pero una rápida búsqueda revela testimonios que aseguran que supuestos cultos y sectas se colaron durante años en las instalaciones para llevar a cabo rituales.

Entrada principal al balneario de la Puda Luis Miguel Añón

A medida que uno recorre los pasillos y plantas del complejo, puede sentirse la atmósfera viciada, cierto olor a podrido que trae el viento y que contrasta radicalmente con el frescor de la noche en las zonas exteriores. El pasar susurrante del aire por las copas de los árboles, el ruido de lo que parece --o uno quiere creer-- ser un animal silvestre correteando plantean una más que dura batalla contra el miedo a lo desconocido.

La oscuridad tiene una densidad particular en este balneario al que solo llega el ruido puntual de los coches que pasan por una carretera cercana. De alguna manera --y a pesar de un cielo estrellado--, sin la ayuda de focos y linternas, es prácticamente imposible distinguir nada más allá de donde alcanza el brazo. Una completa inmersión en la nada, en el vacío, con una constante sensación de inseguridad y desprotección que se asienta en la espalda y no se va desde que se entra hasta que se abandona el espacio, pues la vida de una persona encontró aquí su final.

Exterior del balneario de la Puda Luis Miguel Añón

PRUEBAS DE VALENTÍA

En 1933, un hombre, Antonio Figueras, murió en un accidente en el que se desprendió una barandilla y se precipitó hasta el río Llobregat. Durante la Guerra Civil española, se convirtió en un refugio para 800 personas que huían de los bombardeos. Tras la guerra, siguió funcionando como balneario hasta la década de los 50, cuando una subida del río arrasó el complejo, que no se volvió a recuperar.

Ruinas en el balneario de la Puda Luis Miguel Añón

En los más de 60 años que ha pasado abandonado, son muchas las personas que han llevado a cabo psicofonías, rituales e incluso raves ilegales en las instalaciones. Los jóvenes de otras generaciones recorrían las ruinas como muestra de valentía. De lo que algún día fue uno de los espacios más exclusivos de la alta sociedad barcelonesa, hoy solo quedan ruinas vandalizadas que dejan intuir lo que otrora fue un lugar opulento donde reina una atmósfera asfixiante que no abandona, como un oscuro acompañante que observa de cerca a cada visitante.