Ha pasado más de una década desde la última corrida en Catalunya, en una abarrotada plaza de la Monumental. Se acabaron ya las tardes de gloria taurina, las instituciones se han replegado, la afición se ha apagado. En un rincón del Gornal, seis niños de entre 12 y 18 años forman la última escuela para jóvenes toreros de la comunidad, donde practican regates y recortes con animales de cartón o papel maché.
La única escuela taurina de Catalunya se ubica en una explanada de apenas 50 metros cuadrados de l’Hospitalet de Llobregat, entre un pipicán y un campo de hierba artificial, cuyas farolas son el único reflejo de luz que llega al terreno. Seis jóvenes corretean entre capotes y olés. Aquí no huele a sangre, a sudor y a bestia, sino a tierra y campo. No se escuchan vítores, sino el ruido destartalado de un Rodalies a su paso por el barrio.
FUNCIONAMIENTO DE LA ESCUELA
La escuela se inauguró hace 25 años, pero vivió un verdadero viacrucis tras la prohibición de los toros en Catalunya. “Nos convertimos en una entidad de resistencia, de lucha contra el olvido”, señala Enrique Guilén, director. Ahora, los alumnos se desplazan hasta Vinaròs, el sur de Francia o Aragón para matar a toros que no sean de cartón.
El material y el precio de los viajes se costean gracias a las aportaciones económicas de personalidades del sector taurino, como el célebre matador José Tomás. Los dirigentes y entrenadores no reciben sueldo ninguno por su faena y los alumnos tampoco pagan cuotas. El apoyo por parte de las instituciones es casi inexistente: sólo cuentan con la concesión municipal del pequeño espacio donde entrenan de lunes a viernes.
JÓVENES A CONTRACORRIENTE
Mientras, Mario Vilau, Marcos Adame, Hugo Casado y Alba Caro estudian bachillerato o un grado, pero los fines de semana o en vacaciones se escapan a cualquier lado a torear. Construyen su vida en Barcelona, pero saben que para cumplir su sueño deben abandonarla.
De momento, los jóvenes acuden cada tarde, después de la escuela, a practicar los movimientos de capote durante más de dos horas. "Pese a que sólo tenemos dos días de clase teórica, venimos siempre que podemos", concluyen los alumnos.
“Hay que tener mucha personalidad para venir aquí a torear, con todo lo que conlleva. En el colegio no pueden ni hablar del tema o se les tacha de asesinos”, menciona su entrenador, quien bajo una atenta mirada corrige la posición de los pies, la cadera o las manos de los alumnos.
DOS NIÑOS CON UNA DOBLE VIDA
De entre los seis alumnos que tiene la escuela, sorprende la historia de los más benjamines. Dos niños gemelos de doce años quedaron prendados con la tauromaquia en un viaje que emprendieron tras el fin del Covid a Madrid. Su visita a Las Ventas los dejó embelesados, y se pasaron los siguientes días imitando los recortes de los matadores.
Desde entonces, los pequeños acuden a escondidas a las clases de toreo, con la connivencia de su padre y a espaldas de su madre. “Toda su familia materna es animalista y ecologista”, asegura el padre a este medio.
Además, los dos niños toreros han comenzado a desarrollar una suerte de doble vida. Con la familia de su madre simulan su catalanidad y acuden religiosamente al Camp Nou o a Montjuïc, mientras que en privado cantan pasodobles y celebran los goles del Real Madrid.