En el número 10 de la calle Maquinista llama la atención una casa de planta baja y un piso de estilo novecentista y reformada en 1920. Limpia, rehabilitada y bien cuidada, luce en su fachada un bello esgrafiado en el que un ángel juguetea en torno a una musa semidesnuda, sentada de lado y con un pomo de flores a sus pies. La obra, de la misma época que el edificio, es de Emili Ferrer, dibujante, decorador y escenógrafo, que participó en la ornamentación del teatro Reina Victoria de Donostia. El artista, que había ilustrado el libro de poemas Els nens de la meva escala, de Joan Salvat-Papasseit –amigo de los Miquel--, convenció a la familia para que le dejara hacer este motivo ornamental que aún hoy preside la fachada, entre las dos aperturas del primer piso, unidas por el balcón corrido, y a cubierto, bajo el voladizo de tejas del coronamiento.
Salvador Miquel Laporta cogió las riendas del negocio de sastrería, al que la familia se dedicaba desde 1870, en cuanto abrió sus puertas en el nuevo local de la Barceloneta. Salvador era el tercero de cuatro hermanos y estuvo siempre muy vinculado al mundo de la cultura. De hecho, formó parte de la sociedad Lo Tràngol, creada por su padre, Antoni Miquel, y, antes de cumplir los 20 años, ya había participado en diversas entidades culturales como el Orfeó Llevant. También fue cocreador de publicaciones Psiquis y Mar Vella y colaboró con varias editoriales del Grup Excursionista Barcelonetí, creado en 1922.
Miquel Laporta destacó por su sensibilidad cultural y como mecenas. Y su sastrería no tardó mucho en convertirse en el punto de encuentro de hombres de cultura contemporánea. Figuras literarias de renombre como Salvat-Papasseit y Tomás Garcés se reunían en casa de los Miquel, que incluso llegaron a contribuir económicamente en varios proyectos editoriales.
El estallido de la Guerra Civil supuso un duro golpe para la cultura en este barrio. De 1937 a 1940, la sastrería Miquel fue colectivizada. La ebullición cultural en torno al local se disipó, y, al finalizar el conflicto armado, cuando “reunirse” era sinónimo de “conspirar”, dio al traste con cualquier intento de recuperar la actividad anterior. Los Miquel mantuvieron en pie su negocio de sastrería hasta el año 2003, cuando bajó la persiana definitivamente. Entre sus cuatro paredes quedó atrapada una de las etapas intelectualmente más ricas del barrio de la Barceloneta, sellada en la fachada por el delicado esgrafiado novecentista.
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