Es un auténtico gustazo ver Turandot en el Liceu. La ópera inconclusa de Puccini, la del Nessun Dorma, se puede ver en el teatro de las Ramblas en todo su esplendor. No hay inventos, la escenografía, el vestuario, la música, las voces… son lo que tienen que ser, sin aditamentos ni distracciones. Uno más uno son dos, sin decimales.
La puesta en escena de Núria Espert, con su nieta Bárbara Lluch al frente de la reposición, es impecable. La dirección musical de la mexicana Alondra de la Parra, brillante. Los coros, tanto el titular del Liceu como el infantil del Orfeó Catalá, excelentes. Y los cantantes, prácticamente todos, están más que bien. La pregunta es por qué no podemos gozar más veces de producciones como la presente. Nos gustan a todos, como demuestra tanto el lleno en todas las funciones como las ovaciones con las que concluyen todas ellas. No queremos ni inventos ni reinterpretaciones, queremos simplemente ópera.
En una producción “redonda” como la actual, también los cantantes están a la altura. El tenor Michael Fabiano, ya un habitual del Liceu, encarna un buen Calaf, bien tanto en tonalidad como en volumen, en ocasiones más que necesario, pues la directora optó por llevar a la orquesta a todo volumen, deslumbrando al público, pero obligando a los cantantes a un esfuerzo adicional. Turandot, interpretada por Elena Pankratova, también brilló por su volumen y dicción, y la no tan conocida Vannina Santoni fue de menos a más, encandilando al público por su interpretación de Liú, especialmente en la escena de su muerte, la última escrita por Puccini.
El trío de Ping, Pang, Pung fue excelentemente defendido por Manel Esteve, Antoni Literes y Moisés Marín, dotando de gran teatralidad una buena interpretación musical. Si alguien se quedó atrás, lamentablemente, fue el emperador interpretado por el legendario Siegfried Jerusalem, que a sus 83 años mostró síntomas de agotamiento según avanzaba la obra. Marko Mimica configura un buen Timur y David Lagares también compone un buen Mandarín.
La reacción entusiasta del público fue, ni más ni menos, que la esperable cuando se presenta una ópera sin inventos, fiel al libreto y con el mejor de los finales posibles, ya que al dejar Puccini la obra inconclusa, hay finales más “originales” que despistan más que aportan. Viendo una producción aún produce más pena el sacrilegio del año pasado con Tosca, emborronando la historia de Puccini con una irrelevante historia de Pasolini. Puccini necesitó 10 años para componer una obra sublime y al “artista” que creó la producción de Tosca se le ocurrió superponer cosas que no venían a cuento. Nada de eso sucede, afortunadamente, en esta producción de Turandot.
Pero como poco dura la dicha en casa del pobre, nos acabamos de enterar de que la estrella de la temporada, Jonas Kaufmann, se borra en junio de Adriana Lecouvreur “por motivos ajenos al teatro”. Le habrá salido un bolo mejor y ha decidido pasar de este humilde teatro de provincias.