Son muchos los rincones que recuerdan lo que Barcelona una vez fue. Desde el pequeño poblado íbero de Barkeno, pasando por la Barcino romana hasta llegar a la metrópolis que es hoy en día, la ciudad oculta muchos secretos que no aparecen en las guías turísticas, que no se encuentran en la mayoría de libros y que permanecen impasibles, esperando la mirada del ojo despierto. A plena vista, delante de todos, uno de los museos de la ciudad se levanta sobre lo que antaño fue una prisión de la Inquisición española.
Ubicada en el barrio del Gòtic, al lado de la Catedral de Barcelona --no podía ser de otra manera--, el museo Frederic Marès se yergue sobre las ruinas de las celdas y salas de interrogatorio de aquellos señalados como herejes --o sospechosos-- por uno de los brazos más oscuros de la Iglesia.
Museo de escultura
Pero pasaron los años, la Inquisición desapareció, y volvió a aparecer, y volvió a desvanecerse. En el lugar, el escultor Frederic Marès (1893-1991) fundó un centro cultural con piezas de la escultura española. Para entonces, este espacio era ya parte del antiguo Palacio Real de los condes de Barcelona.
Caminando por la calle de los Comtes, todavía se puede ver el escudo en lo que era la entrada a las celdas y salas de interrogatorio del Santo Oficio.
El ojo despierto todavía podrá observar al ver el escudo, símbolos característicos de la institución, como la cruz, la rama de olivo, la espada y la cadena de la orden del Toisón de Oro. De las celdas y lo que ocurriera en ellas ya no queda nada.
Este edificio data de 1487, año en el que el inquisidor Alonso de Espina se asentó en la ciudad y estableció estas dependencias, que contaban con trece celdas. Uno solo puede imaginar la desdicha de vivieron los que tuvieron que "hospedarse" allí.