Empieza septiembre y con su llegada ya se ha da por finalizado el verano. La temporada que dejamos atrás no ha sido muy diferente al resto. La imagen de las playas de Barcelona ha sido la misma: abarrotadas. Toallas extendidas sobre la arena, casi superpuestas unas encima de las otras, en un mosaico de colores en el que no se distinguía dónde empezaba un grupo y terminaba otro, y música a todo volumen saliendo de pequeños altavoces. Este ha sido el paisaje habitual en playas como el Bogatell o la Barceloneta, donde la mayoría de usuarios han sido turistas que han hecho de este trozo de costa su refugio durante sus vacaciones.
Además de los visitantes, no ha faltado tampoco la imagen de vendedores ambulantes caminando playa arriba playa abajo cargados con sus mejores productos. "Mojito, beer!", su estribillo por excelencia, repitiéndose una y otra vez, es la banda sonora de cada verano.
Mojito, beer y...vapers
Pero esta temporada deja una novedad. A esta sinfonía veraniega se suma otro elemento: el vaper. Los vendedores ambulantes se han adaptado a esta nueva tendencia y han ofrecido una gran variedad de estos dispositivos.
La moda de fumar a través de estos aparatos electrónicos se ha impuesto entre los más jóvenes, quienes exhalan nubes de vapor que se disipan rápidamente. Al olor de crema solar y sudor se ha añadido el de frutas tropicales. Jóvenes tumbados en la arena con un vaper en una mano es la imagen que dejan las playas este verano. Algunos lo alternaban con una cerveza, otros simplemente disfrutaban de las caladas mientras observaban el mar o se hacían selfies para inmortalizar el momento.
Suciedad en arena y mar
Más allá de la imagen en la arena, el mar también ha estado igual de abarrotado, con decenas de cuerpos flotando y chapoteando. Aunque está prohibido el uso de colchonetas, pocos han hecho caso a las señales. Incluso en el agua, la sensación de estar rodeado ha sido ineludible.
Antes de entrar, uno siempre analiza la zona con menos gente, aunque resulte complicado. Y a esto se le suma la suciedad. A cada brazada, una tenía que esquivar tiritas de plástico, envoltorios de comida e incluso compresas femeninas que flotaban a la deriva, recordándonos que la invasión humana no solo afecta la arena, sino también al propio mar.
Entre toallas y sombrillas también no han podido faltar los residuos, convirtiendo la arena en un festín para las decenas de palomas que ya inundan la ciudad de por sí. Estos animales ahora se plantan con desparpajo en la playa, correteando por encima de las toallas en busca de comida. A escasos centímetros de los usuarios, las palomas picoteaban ávidamente los restos de patatas fritas esparcidos por un grupo de turistas que se marchó sin molestarse en limpiar.
Las playas representan a la Barcelona veraniega (y turística). Al igual que en las calles del centro, el litoral ha estado colmado de visitantes y locales 'fugaces', donde la música a todo volumen ha creado un sonido incesante, los vendedores ambulantes, con su monotema "mojito, beer" y ahora "vaper", han buscado marcar su presencia en la arena un año más. Este panorama de excesos es un fiel reflejo de la Barcelona que se presenta a los visitantes: un escaparate de consumo, donde la autenticidad local cede ante la vorágine turística.
Y es que si hay algo característico de un barcelonés auténtico es que raramente visitará sus playas. La considera poco atractiva, sucia, abarrotada de gente y un imán para los turistas. Y así será. Mientras los visitantes continúen apropiándose de la costa, los barceloneses encontrarán su refugio lejos de la gran ciudad, ya sea en localidades del área metropolitana o la Costa Brava.