Voces que necesitan traspasar las fronteras del encarcelamiento para ser escuchadas. Historias personales llenas de heridas, recuerdos y reflexiones profundas que encuentran un espacio a través del arte y logran llegar al corazón de la sociedad. El Centro de Arte Santa Mónica, ubicado en el Raval, ha acogido por primera vez una exposición de obras creadas por 170 reclusos catalanes que meditan sobre la situación de encierro, la vulnerabilidad creada y la sensación del transcurso del tiempo en la cárcel.
Durante cinco meses, más de 4.000 asistentes se han impregnado de la sensibilidad y fragilidad de los internos de Quatre Camins, CP de Jóvenes y Mujeres. Todo gracias a la colaboración del artista barcelonés Antoni Hervàs, que ha visitado los centros y ha establecido vínculos emocionales con cada uno de ellos para unificar sus historias personales con la propia a través del arte.
“Nos consta que muchas personas se han conmovido en las salas, traspasando la relación visual que se tiene con el arte y consiguiendo transmitir algo tan difícil como todas esas subjetividades e historias personales que anhelan expresión y visibilidad”, asegura la comisaria de la exposición, Mery Cuesta.
Dos voces juntas
Hervàs, quien ya había trabajado el arte con otros colectivos al margen de la normativa social, ha buscado desafiar la metodología convencional de los "talleres artísticos" que se ofrecían en las cárceles. "Aunque la temática era hablar de la idea del tiempo suspendido en las celdas, quería que la propuesta creativa saliera de ellos", explica a Metrópoli.
Para ello, el artista creo un espacio de diálogo donde los presos pudieran expresarle su percepción y las emociones que se les despertaban en torno a este tema y, así, establecer una conexión mental y vivencial con ellos. "Primero quería conocerlos y, a partir de ahí, ver que hacemos juntos para ponerme a su servicio y entrelazar sus piezas con las mías", añade.
A través de largas conversaciones pudo comprobar las diferentes inquietudes y reflexiones de cada interno en situación de privación de libertad. "Había personas que echaban la mirada atrás, aferrados a sus raíces y a los traumas arraigados en su inconsciente", expresa. Otros, en cambio, sobre todo los más jóvenes, "estaban cargados de ilusiones y proyectos que ansían cumplir cuando salgan".
Sábana y escapismo
La primera incursión de Antoni en la cárcel fue en el CP de Mujeres. Aquí, comenzó a dar rienda suelta a sus conversaciones gráficas con las internas, que no tardaron en confesarle sus más intimas emociones. A medida que transcurría la semana, se toma la decisión de utilizar las sábanas con las que duermen como medio de expresión artística.
"Ante la falta de recursos materiales, aprovechamos que algunas se iban a desechar debido a su desgaste", justifica. "Lo que importaba era su deseo de expresarse y, junto a los técnicos, reunimos los medios para que pudieran hacerlo, incluso si eso significaba recurrir a cajas de fruta o envoltorios de plástico", comenta.
En ese momento, las sábanas no solo se transformaron en un lienzo vivo que absorbió todas las sensaciones que les despertaba su estancia en la cárcel, sino que recogió todos esos deseos e ilusiones que habían permanecido ocultos hasta entonces. Una vez las internas acabaron sus respectivas creaciones, Antoni cosió todas las sábanas y añadió otras anudadas, simbolizando lianas para huir, con el afán de representar una fábula sobre los sueños y el anhelo de escapismo que experimentan. "Es una oda a la libertad”, asegura.
Una conexión familiar
Durante su estancia en el CP de mujeres, Antoni forjó un vínculo inquebrantable con la interna más mayor del centro: Loli. Su afinidad se establece casi de inmediato al recordarle la relación tan especial que compartía con su abuela, quien se llamaba de la misma forma y le inspiró en su trayectoria artística cuando era solo un adolescente.
La interna dibujaba en libretas y las utilizaba como medio para mandar mensajes a aquellos familiares con los que no podía comunicarse, ya sea porque habían fallecido o bien no le contestaban las llamadas desde la cárcel. Debido al estrecho vínculo que tenía con Loli, Antoni decidió hacerle un homenaje dedicado a ella, a su universo y sus ratos abuela-nieto compartidos.
“A partir de sus grafismos, creé un tótem único que evoca a una pitonisa cargada de sabiduría y que tiene dos caras”, relata para este medio. “En una de ellas, representé el episodio traumático que vivió en su adolescencia en México, el cual simboliza su infancia, y en la otra, plasmé la tristeza y soledad que experimenta en su vejez, alejada de su familia, a quienes escribe para expresarles cuánto los ama y lo mucho que los extraña, sin obtener jamás una respuesta”.
Romper con la dicotomía de buenos y malos
Cuánto limitan las etiquetas, enterrar a una persona bajo un adjetivo que restringe la libertad para ser "más allá de". Antoni quiso romper con la dicotomía de buenos y malos al representar cada pieza con dos lados, queriendo simbolizar las polaridades que conviven en cada interno. "Todos ellos son muchas cosas, no por cometer un error, significa que tengan mal corazón", relata.
"He podido comprobar como trasciende esta catalogación; sus ojos irradiaban fragilidad, la expresividad de sus historias me dejaban ver su sinceridad, transparencia y reflexión y el apoyo a sus compañeros me mostraban su bondad", revela. "En cada parte se pueden apreciar tanto vivencias y atributos positivos, como aquellas acciones menos afortunadas, que juntas forman parte de un todo".
El nexo de unión
El arte no solo ha proporcionado a los internos de los tres centros penitenciarios un espacio seguro y libre de juicios para expresarse de manera creativa y constructiva, sino que también ha generado un lazo entre ellos. "Aunque no se conocen entre sí, me he convertido en su nexo de unión, y he canalizado en la exposición la apremiante urgencia que comparten de expresar su verdad, formando un circuito continuo que los conecta como un todo".