La térmica de Sant Adrià de Besòs se desmanteló en 2011, y solo se conservan actualmente las Tres Chimeneas. Podría ser perfectamente una localización donde rodar una de esas distopías que ofrecen al mundo la visión de un futuro inhóspito, de megaestructuras abandonadas y humanos matándose entre sí por sobrevivir en el caos. Confieso: esto no es Barcelona, sino un punto en el litoral, con un pie en Sant Adrià y otro en Badalona.
Pero merece la pena, porque uno no tiene todos los días la oportunidad de colarse (legalmente) en el interior de un coloso como la antigua térmica de Sant Adrià de Besòs. Las Tres Chimeneas son mucho más que simples estructuras. Son un testimonio de la ingeniería civil, un monumento al poder de la industria y un ícono inconfundible del litoral barcelonés.
Su historia comienza en 1913, con la construcción de la primera planta térmica en la desembocadura del Besòs, propiedad de Energía Eléctrica de Cataluña. Esta primera central, diseñada por Eduard Ferrés y construida con hormigón armado, entró en servicio con dos turboalternadores de 7,5 MW y fue ampliada en 1914. En 1948, la central pasó a manos de Fecsa, y fue reemplazada en 1957 por una nueva instalación en Badalona.
El aumento de la demanda eléctrica llevó a Fecsa, en 1971, a construir una nueva central en el mismo lugar que la primera, con tres grupos de 350 MW cada uno, operativos entre 1973 y 1976. A finales de los 80, se adaptaron dos para usar gas natural en lugar de fueloil. Su construcción requirió una planificación meticulosa y muchos recursos.
Los cimientos se hundieron varios metros en el suelo para garantizar la estabilidad de las torres, y la estructura principal se construyó con hormigón armado y acero. Las chimeneas originales, de 90 metros, se levantaron sobre los edificios de caldera y doblaron su altura. Pero tras varios estudios climáticos y para resolver un problema de inversión térmica, se les añadió a cada una 20 metros más −la parte metálica− hasta alcanzar los 200 metros.
A sus gruesas y rugosas paredes de hormigón se adhieren, como la hiedra, las escaleras de acero que ya no llevan a ninguna parte. La falta de viabilidad económica y las presiones medioambientales desembocaron en el cierre de la central en 2011.
Y entonces empezó el debate a favor y en contra de su derribo total. De todo el complejo, se han conservado las tres chimeneas (de propiedad municipal) y la sala de turbinas. En el interior, la luz del sol se filtra a través de pequeñas ventanas, y el Mediterráneo se extiende hasta donde alcanza la vista, más allá de la playa de Chernóbyl. Desde la plataforma exterior lateral, Barcelona se dibuja en el horizonte como un inmenso laberinto de edificios.