“Alerta, episodio de sequía. BROLLADORES ATURADOS”, advierte un cartel a los pies de la fuente Manuel de Falla, en el parque Josep María Serra Martí, en el barrio de Canyelles. Es la “otra fuente mágica” de Barcelona, aunque por su aspecto actual, cualquier parecido con la de Montjuïc es pura ciencia ficción. “Es muy bonita, ¿verdad?”, la pregunta de una señora, aferrada a su carro de la compra, me asalta por sorpresa mientras grabo un vídeo. “Amor de barrio”, pienso ahí plantada.
Fuente de 1994
Frente a mí se despliega una enorme plataforma rectangular dentro de un lago totalmente seco, con una pieza longitudinal de acero suspendida a unos 20 metros de altura y sostenida por columnas inclinadas. En el lateral, como un bodegón inerte y solitario, unas piedras rodeadas de surtidores de los que no brota ni una gota de agua.
Está claro que algo me pierdo, y creo que la señora del carrito se ha dado cuenta: “Lleva tiempo parada, sin agua y sin ná, una pena, nena”. Me encomiendo a San Google y consulto la hemeroteca digital. Y entonces entiendo la observación de la señora del carrito. En la pantalla del móvil, la fuente que tengo ante mis ojos luce en todo su esplendor en un espectáculo sincronizado de agua, luces y música.
Las piezas del puzzle empiezan a encajar con la información que había encontrado y en la que se describía esta obra del arquitecto Pedro Barragán, inaugurada en 1994, como “monumental y vanguardista”.
Sin agua por la sequía
En funcionamiento, el agua cae desde la plataforma elevada en cascada, se proyecta desde los surtidores y se vaporiza sobre las piedras volcánicas, hoy tristes y abandonadas en el lateral del lago vacío. El mecanismo expulsa el agua a un ritmo de 300 litros por segundo y, gracias a una serie de programas y circuitos, el agua “baila” al ritmo de la música y de la luz. Así, los sonidos agudos, graves y medios se asocian con los colores y la altura del agua. En 2014, además, la fuente incorporó la tecnología LED, que permitió una iluminación más eficiente y de colores más vibrantes.
Retiro la vista del móvil y la vuelta a la realidad es gris y dura: ni agua, ni luces, ni música… Al guardar el móvil en el bolsillo, se me cae una moneda y no puedo evitarlo. La recojo del suelo y, como si estuviera frente a la Fontana di Trevi, la lanzo al lago vacío mientras formulo un deseo: ojalá las lluvias pongan fin al episodio de sequía y vuelva pronto a funcionar.