Probablemente el coro a bocca chiusa de Madama Butterfly es una de las piezas más delicadas del repertorio operístico. El coro murmura, más que canta, fuera del escenario, lo que le dota de una magia especial. En la representación que vimos en el Liceu el coro, que una vez más ni se dignó en salir a saludar, fue tan suave, tan delicado, que casi ni se le podía escuchar y eso que el maestro Paolo Bortolameolli si algo hizo bien fue respetar a los cantantes y no hacerles pelear contra la orquesta como nos tiene acostumbrado el, todavía, director titular del Liceu.
La producción que vimos es, como siendo habitual, otra reposición, en este caso de la coproducción estrenada en 2006. No es una mala producción, se nota la mano de la Royal Opera House, pero si bien es clásica y fiel al libreto, tal vez es demasiado minimalista y fría, especialmente en cuanto iluminación, muy plana, prácticamente sin atrezzo, dejando el escenario casi siempre vacío. Además, usarla cuatro veces comienza a ser cansino, mostrando la falta de imaginación, y medios, del teatro barcelonés.
Brillante Saioa Hernández
Sea por la escenografía, sea por falta de interés, el coro una vez más brilló por su ausencia en una ópera donde tiene un papel diferente, tanto que fue uno de los recursos que usó Puccini para salvar a la obra en su reestreno tras cosechar un sonoro fracaso.
En el reparto sorprende el corto calendario de la, en teoría, soprano principal, Sonya Yoncheva, quien canceló su participación el día 23 por “incompatibilidad de agendas debido a los cambios de fecha del Liceu”. Y los días 16 y 20 de diciembre alegó un proceso catarral. Tanto cambio solo evidencia una cosa, la poca relevancia que tiene nuestro teatro en el calendario global, abundando las cancelaciones. No solo no se trabaja lo suficiente con el calendario de los artistas, sino que, probablemente, los contratos están poco protegidos para evitar tanto cambio.
Yo vi a una más que eficaz Saioa Hernández quien estuvo brillante defendiendo una Cio-Cio-San muy convincente. Se trata de un papel que combina la dulzura con la fuerza, la pasión con la tristeza y aunque alguien de 45 años mal puede representar a quien se supone tiene 15, ese “gap” de edad pasa totalmente desapercibido ante la fuerza y el sentimiento de su voz. La soprano fue, con diferencia, la más aplaudida en un saludo al público diferente, iniciado por ella misma en lugar de ser la última en salir.
Mejor en las partes sinfónicas
Mattew Polenzani estuvo más que correcto en su papel de Pinkerton, hasta el punto que casi apetecía silbarle por ser el malo malísimo de la obra. Él también recibió una buena dosis de aplausos ganados especialmente en la segunda parte de la obra, donde sus agudos brillaron con potencia.
El cónsul Sharpless de Lucas Maechem destacó por su gran presencia, siendo su mejor momento la lectura de la carta de Pinkerton del segundo acto. Annalisa Stroppa compuso una Suzuki emotiva y servicial, con una bella voz. Y el resto de personajes, muy solventes, tal vez, destacando Goro, interpretado por Juan Noval-Moro y el Príncipe Yamadori por Carlos Cosías.
La dirección musical de Paolo Bortolameolli, destacó en las partes sinfónicas, donde la orquesta pudo brillar, y, como decía al principio, por respetar a los cantantes sacrificando, en ocasiones, el brillo propio para lograr un mejor resultado conjunto.
En resumen, una buena manera de terminar el año que evidencia la principal debilidad de la dirección de nuestro teatro, no nos hacemos respetar y cada vez veremos a menos figuras en el escenario porque siempre encontrarán algo mejor que hacer.