Hay rincones que no se entienden sin un mapa antiguo. Lugares nacidos de una ausencia o de un cambio que, como una cicatriz, dejó una marca para siempre.
El Mercat de Sarrià es uno de ellos. Para encontrar su alma, es necesario mirar más allá de los puestos rebosantes de vida, a la calle que lo abraza: el paseo de la Reina Elisenda.
A principios del siglo XX, Sarrià aún respiraba como una villa independiente, con su iglesia de Sant Vicenç y, justo al lado, el huerto de la rectoría, el “Hort del Rector”.
Pero, en 1909, el progreso irrumpió en este espacio fértil y anexo a la vida espiritual del pueblo con el rugido de la maquinaria. Una nueva arteria se abrió como una cuchillada limpia en el tejido del viejo Sarrià separando para siempre la iglesia de su huerto: la carretera que uniría Cornellà con Fogars de Tordera, que a su paso por la villa se bautizó como “paseo de la Reina Elisenda de Montcada”.
El nuevo Mercat de Sarrià
De esa herida, de esa parcela que de repente quedó huérfana, nació la oportunidad. Tras un primer intento fallido en 1900, los arquitectos M. Coquillat y A. Calvet vieron el potencial en ese terreno "sobrante".
Y allí, donde antes crecían hortalizas para el cura, proyectaron otro tipo de “huerto” para todo el pueblo. En 1911, el Mercat de Sarrià abrió sus puertas, convirtiendo una separación en un punto de encuentro.
Entrada al Mercado de Sarrià
Un modernismo "contenido"
Su fachada es testigo de esa historia. La estructura de ladrillo visto, con sus dos tonalidades que parecen dialogar con el sol, es robusta y elegante.
No es un modernismo exuberante, sino contenido, obrero, casi industrial en su esqueleto de hierro fundido. Pero, ojo a los detalles. En la fachada principal, que se asoma piramidal hacia el paseo, 22 vidrieras rectangulares capturan la luz de la tarde y la derraman en el interior como miel líquida. Y arriba, coronándolo todo, siete pilares decorativos se alzan como vigías silenciosos de la vida del barrio.
Mantiene su esencia: paradas de toda la vida
Dentro, el murmullo es el mismo de hace un siglo. En 2007, el mercado se renovó sin perder el pulso de su esencia, que aún hoy se siente en las paradas que pasan de abuelos a nietos, en el consejo experto del charcutero, en el aroma a pescado fresco y a pan recién hecho que se mezcla con el de las flores.
El Mercat de Sarrià es el rincón donde el huerto del rector florece cada día en mil cestas de la compra, un recordatorio de que, a veces, de las rupturas nacen los más bellos y duraderos puntos de unión.
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