Pocos imaginarían que bajo un elegante palacete novecentista de la avenida del Tibidabo se esconde el búnker soviético mejor conservado de Barcelona.
Este refugio, construido en plena Guerra Civil española, sorprende por su estado intacto y por la singularidad del lugar que lo alberga: un edificio que hoy es sede de Mutua Universal, pero que en su día fue centro de diplomacia, espionaje e intrigas internacionales.
El inmueble fue diseñado entre 1915 y 1918 por el reconocido arquitecto Enric Sagnier como residencia del farmacéutico Salvador Andreu, un ejemplo del esplendor y la modernidad de la burguesía barcelonesa.
La sede de Mutua Universal en Barcelona
Sin embargo, la Guerra Civil transformó su destino y lo convirtió en un escenario clave de la historia reciente.
De palacete burgués a consulado soviético
Tras el estallido del conflicto, la casa fue incautada por las autoridades republicanas y cedida al consulado soviético, que hasta entonces se encontraba en una estancia más modesta en el Hotel Majestic.
El cambio no fue menor: la mansión, con tres plantas, caballerizas, columnas de mármol de Carrara y jardines amplios, se transformó en la legación extranjera más influyente de la época, con un estatus cercano al de una embajada.
Desde finales de 1937, el inmueble se convirtió en un auténtico epicentro de decisiones estratégicas, donde se tejieron acuerdos diplomáticos y se coordinaron operaciones cruciales para la República.
La sede de Mutua Universal en Barcelona
Bajo el mando de Vladímir Antónov-Ovséienko, veterano de la Revolución rusa, la sede soviética adquirió un peso político y militar determinante.
Desde aquí se organizaron envíos de armas y ayuda logística a la retaguardia republicana, y también se fraguaron operaciones tan controvertidas como la detención de Andreu Nin, líder del POUM, en junio de 1937.
El refugio secreto: 50 metros cuadrados bajo tierra
Ante la intensificación de los ataques aéreos en 1937, Stalin ordenó reforzar la seguridad de la legación soviética. Así nació el búnker subterráneo del Tibidabo, un refugio de más de 50 metros cuadrados construido bajo el palacete.
El espacio fue diseñado con altos estándares de seguridad: muros de hormigón armado de 40 centímetros, dobles puertas de hierro colado y un sistema de cierre que solo podía activarse desde el interior.
Este nivel de protección lo convirtió en un espacio prácticamente impenetrable para los ataques enemigos.
Sede de la Mutua Universal en Barcelona
Dentro del búnker se habilitaron despachos para el trabajo diplomático, letrinas, un generador eléctrico autónomo, una cocina y un avanzado sistema de ventilación que aseguraba aire limpio durante los bombardeos.
Todo esto garantizaba la autosuficiencia en caso de aislamiento y lo convirtió en un refugio único en la ciudad.
Una salida de emergencia hacia la libertad
Uno de los elementos más llamativos del búnker era su salida de emergencia, conectada directamente con el exterior de la mansión.
Situada junto a la entrada de vehículos y al lado del jardín, ofrecía una vía de escape rápida en caso de necesidad.
Este detalle, que todavía se conserva, refuerza la idea de que el búnker no era solo un espacio de protección, sino también un lugar pensado para mantener la continuidad de las operaciones diplomáticas y garantizar la seguridad de quienes trabajaban allí.
El papel de Antónov-Ovséienko en la historia del búnker
El diplomático soviético Antónov-Ovséienko fue clave en la consolidación de este refugio. Conocido por haber participado en la toma del Palacio de Invierno en la Revolución rusa, su figura representaba la influencia directa de Moscú en la Guerra Civil española.
Desde el búnker, supervisó operaciones militares y diplomáticas de gran relevancia, consolidando el papel de la Unión Soviética como aliado principal de la República.
Sin embargo, su historia tuvo un final trágico: años más tarde, al regresar a Moscú, fue víctima de las purgas estalinistas.
Un patrimonio oculto y protegido
Lo que hace especial a este refugio es que, a diferencia de otros refugios antiaéreos de Barcelona, se ha mantenido casi intacto gracias a su ubicación oculta bajo la mansión.
El palacete está catalogado con nivel C de protección patrimonial, lo que garantiza su preservación como ejemplo del novecentismo barcelonés. Desde el exterior, su fachada imponente y sus jardines elegantes poco hacen pensar en la existencia de un refugio bélico.
El acceso al búnker es restringido y no cuenta con señalización exterior, lo que ha contribuido a su conservación a lo largo de las décadas.
En su interior todavía se pueden ver puertas originales, cuadros eléctricos, restos de maquinaria e incluso una bandera soviética descolorida que habría pertenecido a Antónov-Ovséienko.
De la Guerra Civil a la Mutua Universal
Tras el final de la guerra, la familia Andreu recuperó la mansión con el búnker intacto, tal y como lo habían dejado los diplomáticos soviéticos.
Décadas después, en los años setenta, la finca fue escenario de cenas oficiales del Gobierno franquista, que se celebraban en sus salones mientras el refugio permanecía oculto bajo tierra.
Hoy, el edificio alberga la sede de Mutua Universal, y aunque el acceso al búnker no está abierto al público, en ocasiones la institución comparte fotografías del interior en su página web.
Gracias a este testimonio visual, se puede apreciar el estado excepcional en el que se conserva, lo que lo convierte en un verdadero tesoro histórico de Barcelona.
Un legado silencioso en los cimientos de la ciudad
En una ciudad donde muchos refugios de la Guerra Civil han desaparecido o se encuentran deteriorados, el búnker del Tibidabo sobresale por su excelente estado de conservación.
Más que un simple espacio de protección, es una cápsula del tiempo que recuerda cómo los conflictos internacionales también se libraron en los sótanos de Barcelona.
Bajo un palacete de lujo, la historia se mantuvo en silencio durante décadas, hasta ser redescubierta como una joya del patrimonio oculto de la ciudad.