En los últimos días una de las influencers con más proyección en nuestro país, Marta Pombo, ha protagonizado una situación bochornosa. A un mes de casarse con su prometido han salido unas imágenes que podrían mostrar una supuesta infidelidad por parte de él.
Lejos de mantenerse al margen y hacer oídos sordos a los fans que le recomendaban que lo dejase, o los que insultaban al protagonista de la trama, la joven influencer ha explotado a través de sus redes sociales y ha cargado contra todos sus haters recomendándoles que escriban un libro sobre “su miserable vida”.
Pombo, o Pompis como se hace llamar de manera graciosa la instagramer y youtuber madrileña, ha asegurado estar “hasta las narices de que la ‘peña’ hable, cuente y se invente lo que le salga del mismo pie sin pensar en el daño que pueden causar”. Ante esta situación nos preguntamos la mayoría de los mortales, ¿hasta que punto pueden mantener su intimidad los influencers y exigir que no se los critique?
Viven de su imagen, de la percepción idílica que han construido para que las marcas apuesten por ellos. No les importa que un desconocido les pare por la calle, atentando contra un momento íntimo, y les pida una foto. Tampoco les molesta que les alaben a través de las redes sociales, entonces, ¿porqué cuando los comentarios son negativos dejan de ser lícitos?
Son ellos los que se han expuesto y han mostrado su vida a diario a través de las redes sociales o las páginas de las revistas con exclusivas millonarias. Ellos mismos han permitido vulnerar la concepción de su intimidad para mostrar las bondades de su vida, entonces, ¿porqué no aceptar también la parte mala, al igual que lo harían en otra profesión?, ¿ésta no les aporta rentabilidad económica?