El desalojo de un piso gestionado por las mafias del alquiler de la Barcelona hace dos semanas destapó las mezquinas intenciones de una red de delincuentes. El piso, realquilado ilegalmente por un tercero a costa de la propiedad, se convirtió en un punto de camas calientes donde 12 jóvenes dormían repartidos en dos grupos de seis. Unos dormían de día y otros de noche por 100 euros mensuales por cabeza. El falso arrendador percibía 1.200 euros por unos bajos de apenas 30 metros cuadrados.

Cuando hace dos semanas A.F entró en su piso, un fuerte hedor le hizo vomitar al instante. "Vivían como cerdos con colchones cogidos de la calle", explica la dueña del piso. La ropa estaba colgada en improvisadas perchas apuntaladas en agujeros en la pared. La mujer sospecha que alguien vendió un duplicado de las llaves, pues no había muestras de que hubieran forzado la puerta. Dos años antes, a esta vecina ya le ocurrió lo mismo con otro piso, en el que vivieron varias familias diferentes.

BICITAXIS

La Asociación de Vecinos de la Barceloneta tiene indicios de que algunos de los jóvenes que vivían hacinados están relacionados con los robos con violencia que ocurren en el barrio con frecuencia. Antes de la llegada de los chicos, el piso albergó un parking de bicitaxis, los vehículos a pedales de tres ruedas que transportan a turistas por el frente marítimo. 

La dueña del piso perdió el control de su apartamento pocos días antes del desalojo de su inquilina, que no pagaba el alquiler desde hacía más de un año. La mujer abandonó el piso, pero inmediatamente después llegaron los vehículos a tres ruedas y con él las inestables baterías que se cargaban en el interior. Estos generadores provocaron un incendio mortal el 15 de agosto de 2020 en el barrio en el que murieron tres hombres de nacionalidad paquistaní.

LADRONES OKUPAS

En una terraza de la Barceloneta, Montse Vilahur escucha el relato de A.F. Ella sufrió en 2019 una okupación, en su caso con el método clásico de la patada, cuando le reventaron la cerradora y se la cambiaron. Vivía a caballo entre Girona y la Barceloneta, donde residía unos tres días por semana. La okupación se prolongó apenas unas semanas, pero dieron para mucho. Explica que eran dos hombres de origen marroquí y una mujer española y que, en un primer momento, no consiguió echarlos a pesar de mostrar a la policía las escrituras del piso y del testigo de una vecina que corroboró que el piso era suyo y de que los ocupantes habían llegado hace pocos días contradiciendo la versión de los ocupantes que aseguraron a los agentes que llevaban meses en la casa.

"En mi caso tuve suerte", dice. Una pelea que salpicó de sangre el apartamento provocó que el grupo huyera del lugar. Ante lo ocurrido, la policía entró en el lugar y encontró varios relojes de alta gama, por lo que sospecharon que eran una banda de ladrones. Vilahur contrató a un cerrajero y cuando este finalizaba el trabajo, los okupas intentaron volver a entrar. Argumentaron ante la policía que quería recuperar sus objetos y los agentes les dejaron llevarse lo que quisieron.

TRAFICANTES

El caso no terminó allí. La dueña instaló una alarma que saltó el día después. "Fueron ellos. Probaban si la alarma funcionaba", dice. Dos días después sonó de nuevo. Esta insistencia hizo pensar a los mossos que el grupo también traficaba y que guardaban mercancía o dinero en efectivo escondido en el interior. En noviembre de 2019, finalmente, y tras tapiar el piso, Vilahur logró vender su apartamento.

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