El restaurante barcelonés Monvínic tiene fama bien ganada de cocina exquisita y selecta, acompañada de una de las más extensas cartas de vinos de la ciudad. De hecho, se ha erigido en una referencia en el mundo vinatero gracias a su impresionante bodega, en la que se apilan más de 3.000 referencias de una veintena de países. Las tapas y platos de autor son soberbios, al decir de los amantes de la gastronomía.

Monvínic es asimismo un centro divulgador de la vinicultura. El establecimiento organiza actividades periódicas dedicadas a catas, conferencias y encuentros internacionales sobre el vino.

Pero una cosa es la extraordinaria calidad de los manjares y caldos que se sirven, y otra muy distinta la rentabilidad del negocio. En el caso de Monvínic, ambas cosas parecen estar diametralmente reñidas.

HISTORIAL NEGATIVO

En efecto, a partir de su apertura once años atrás en la calle Diputació, entre Rambla de Cataluña y Balmes, el establecimiento no ha sido capaz de cerrar un solo ejercicio con números negros. Además, en los últimos ejercicios, la facturación no solo no crece, sino que mengua año tras año. Desde 2013 se ha dejado por el camino el 20% de los ingresos, que ahora rondan los 1,2 millones de euros.

Con semejante nivel de ventas, las pérdidas son muy elevadas. Se sitúan, aproximadamente, en los 750.000 euros anuales y en el balance ya se acumulan casi 8 millones de déficit pendiente de compensar con unos beneficios futuros que no acaban de llegar.

Monvínic pertenece íntegramente a Sergio Ferrer-Salat Serra de Migni, hijo del recordado Carlos Ferrer Salat, empresario de largo recorrido, fundador de la CEOE y presidente del Comité Olímpico Español.

RECOMPOSICIÓN PATRIMONIAL

Sergio Ferrer-Salat dotó a su restaurante de un potente colchón financiero, con un capital de 15 millones. Pero los malos resultados ya se han “comido” más de la mitad de los fondos. Por tal motivo, Sergio Ferrer-Salat se ha visto obligado ahora a reducir el capital hasta los 11,9 millones, a fin de soslayar la obligación de disolver la sociedad o bien inyectarle nuevos fondos.

Con todo, a Sergio Ferrer-Salat la negativa evolución de su negocio de restauración no le quita el sueño, ni mucho menos. De hecho, semejantes avatares no suponen más que un pequeño contratiempo que apenas acarrea un leve rasguño en su enorme patrimonio.

Sergio Ferrer-Salat heredó de su padre casi el 100% de los potentes laboratorios barceloneses Ferrer. Este conglomerado de industrias farmacéuticas, con amplia presencia internacional, gira casi 700 millones anuales y atesora un patrimonio neto de 260 millones.

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