Cualquier que haya paseado por la Carretera de les Aigües, o Passeig de les Aigües como rezan los indicadores oficiales, ha podido disfrutar de las magníficas vistas sobre la ciudad de Barcelona, de la tranquilidad del entorno, del silencio. Bien en bicicleta, bien corriendo o simplemente paseando con o sin mascota, el recorrido llano y zigzagueante atrae a miles de barceloneses que encuentran allí el lugar ideal para descargar adrenalina, olvidar el estrés o hacer algo de ejercicio.

La corrientes de aire facilitan el vuelo de estos pequeños aviones. / CR

Y, si se tiene suerte, algunos días de la semana, entre primavera y otoño, se puede descubrir un espectáculo inesperado. En una curva del recorrido, pequeños aviones sin motor vuelan por encima de los paseantes aprovechando las corrientes de aire que se generan en la ladera de la montaña. Son manejados por radiocontrol por las hábiles manos de unos cuantos aficionados que disfrutan, se divierten y descargan tensiones en un paraje extraordinario. Con Barcelona como telón de fondo, los aviones realizan giros, ascensos, picados, piruetas, vuelos rasantes, y algún que otro aterrizaje forzoso entre los matorrales. Los curiosos se detienen a contemplar el espectáculo. Algunos incluso se interesan por la actividad, preguntan y observan con atención.

AIRE LIBRE Y TRANQUILDAD

Los protagonistas son los aviones, pero detrás de ellos están los miembros del Club de Velers de Collserola, la única entidad de Barcelona dedicada a este tipo de actividad, y la más grande de Europa en esta especialidad. Cargados con el aparato de radiocontrol con el que manejan el avión, muestran sus habilidades y prueban nuevas piruetas en un marco incomparable, con la ciudad de Barcelona y el mar como espectacular telón de fondo.

A veces toca ir a buscar el avión que ha caído sobre los matorrales. / CR

"Nosotros somos como una gran familia" afirma Alfonso Calzado, presidente del club. "Nos reunimos aquí, compartimos experiencias, nos divertimos, disfrutamos de nuestra afición en un entorno inigualable. Estamos al aire libre, se respira tranquilidad y silencio, nadie nos molesta y a nadie molestamos".

Iniciarse en esta afición es fácil. Bastan entre 150 o 200 euros para hacerse con un avión y todo lo necesario para hacerlo volar, aunque los más expertos invierten cantidades más elevadas. Además, hacerse socio del club cuesta unos 155 euros al año, la mitad para los menores de 25 años.

El aprendizaje 'corre a cargo' de los socios del club. "Cualquiera que quiera venir al club podrá aprender de manera sencilla. Los propios miembros del club le vamos a enseñar cómo volar, los trucos más importantes, cómo cuidar y reparar el avión, etc." señala Alfonso.

Volando el avión con una magnífica vista sobre Barcelona y el mar. / CR

MAESTROS EXPERTOS

Y cuando se habla de enseñanzas, la experiencia de Juli Serra, socio fundador del club y uno de los más veteranos, resulta imprescindible. "He enseñado a mucha gente. A mí esto me ha gustado mucho siempre y cuando llega uno nuevo, me lo endosan a mí", dice entre risas. "Pero no me importa. Recuerdo que una vez vino un chico muy joven y me preguntó cómo podían empezar. Le expliqué una serie de cosas y a la semana siguiente se presentó con un avión. Le empecé a enseñar y pronto me di cuenta de que lo manejaba bastante bien. Me extrañó mucho, así que le pregunté dónde había aprendido. Me aseguró que era la primera vez que hacía volar un avión, pero me confesó que jugaba mucho en el ordenador a un juego de pilotar aviones. Lo hacía con un jockstick. ¡Por eso manejaba los mandos con tanta suavidad! Eso es clave para hacer volar estos aviones".

Juli recuerda los motivos por los que una grupo de aficionados decidieron fundar el Club de Velers de Collserola. "Fue en 1985. Hasta entonces nos juntábamos unos cuantos para hacer volar los aviones y nos dimos cuenta de que si surgía algún problema lo podríamos afrontar mejor todos juntos que cada uno por separado. Así que fundamos el club. Empezamos doce o catorce". Ahora son casi 150 socios que pagan la cuota y un seguro por si ocurre algún percance, algo que no ha sucedido nunca.

Un avión para iniciarse es asequible a casi todos los bolsillos. / CR

PIRUETAS

El ambiente que se respira es familiar, se conocen todos, se ayudan todos. Si hay que montar un avión, cambiarle la distribución de pesos, realizar nuevas piruetas, aprender a manejar el aparato de radiocontrol, enseñar trucos, etc. Son todos para uno. "Somos como una familia. la mayoría nos conocemos desde hace años, nos ayudamos y nos divertimos", comenta Alfons, otro de los presentes y, según dicen, uno de los mejores en el manejo de estos pequeños aviones. Unos traen algo de comer, otros llevan bebida, y lo comparten todo entre risas y vuelos.

De vez en cuando se plantean pequeños retos. Y entonces el avión empieza a subir en vertical, o cae en picado, o se pone a hacer piruetas. Llega un momento en que casi ni se ve en el cielo. "El radiocontrol maneja el avión desde muy lejos, hasta donde alcance la vista, por lo que no hay riesgo de perderlo. Además, los aparatos modernos están dotados de hélice, que se puede activar o no. Solo se suele usar en el despegue, para algún ascenso en vertical o si se ve que se puede perder el control por ráfagas de aires muy fuertes. Pero lo más habitual es no usarlo", dice Alfonso.

Los aviones también requieren algunos cuidados de vez en cuando. ( CR

SALIDAS

Organizan actividades, campeonatos sociales y algunas salidas para disfrutar de su afición en otros países, como Francia, Italia o Alemania. Y, una vez al año, a finales de agosto, buena parte de los socios con sus familias se van a pasar una semana a La Molina, para hacer volar sus aviones en las cumbres del Pirineo, aprovechando las corrientes de aire, disfrutando del ambiente y la belleza del lugar.

Una de las metas de los miembros del club es poder atraer gente joven. "Por desgracia, la media de edad en el club es alta. Los jóvenes están más interesados en otro tipo de diversión y les cuesta venir. Los hijos de algunos de nosotros han empezado, pero luego se ha cansado. Nosotros queremos que vengan y lo prueben. Les prestaremos el material para que empiecen. Y si les gusta, que sigan", dice Alfonso, cuyo hijo es uno de los jóvenes aficionados a este deporte.

El club pertenece al Consejo Consultivo del Parc de Collserola, "y estamos comprometidos con el cuidado del parque. Lo respetamos y lo mantenemos limpio, nunca dejamos ningún rastro después de nuestras actividades", asegura Josep Closas. "El Ayuntamiento nos permite usar este lugar para practicar nuestro deporte y eso nos ayuda mucho".

Cuando se va el sol, recogen sus bártulos y se van a casa. Toca reparar, si los ha habido, los desperfectos, y guardar los aviones hasta la siguiente ocasión. La cita, siempre en Collserola, la auténtica sede social del club.

Collserola proporciona paz, silencio y tranquilidad para volar estos aviones. / CR

 

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