La demoscopia de los últimos años, concretamente a partir de las elecciones europeas de 2014, se ha convertido en una de las ciencias predictivas más inexactas, codo con codo con las previsiones meteorológicas en Semana Santa. Nos hemos acostumbrado a predecir resultados electorales que los comicios luego falsean. Pasó con la irrupción de Podemos en aquel 2014 y luego con los ayuntamientos de las principales ciudades en 2015. En las plebiscitarias del mismo año se pronosticó una mayoría absoluta indiscutible de Junts pel sí y acabó con la renuncia de Artur Mas a la presidencia y la CUP como aliado de gobierno de un casi desconocido Puigdemont. Las sucesivas elecciones generales también rompieron pronósticos. Primero desmitificando el ascenso de Ciudadanos y luego del sorpasso de Unidos Podemos al PSOE…
Si tenemos que resaltar un factor común a todas las encuestas previas a cada uno de los comicios destacados, es la importancia de la indecisión de voto hasta el último momento. Para este próximo 21-D, el último barómetro del CIS eleva hasta cerca del 30% los electores que se declaran indecisos. Sin duda, las campañas electorales de los últimos años han sido decisivas, al contrario de lo que acostumbrábamos antes del estallido de la crisis socioeconómica en la que nos encontramos. El escenario catalán, sin embargo, cuando está en juego la composición de su Parlament, parece como si viviera en una campaña electoral permanente. Desde la consulta del 9-N, la política nacional catalana viene marcada por hitos que exigen de una marcada maquinaria electoralista en todos los sentidos. Como si a cada comicio, consulta o referéndum se pusiera en juego el futuro eterno del país. Estamos, como diría un analista gramciano, ante "un momento políticamente constituyente": tanto las diferentes opciones políticas, como los electores llevan disputando estos años ya no qué gobierno elegir, sino definir qué es Catalunya en sí misma.
VOTOS DIFERENTES SEGÚN LOS COMICIOS
Analizar los últimos resultados electorales en Catalunya, en todos sus niveles institucionales, es evidenciar la ausencia de tendencias hegemónicas claras. A la hora de elegir gobiernos municipales, existe una inmensa variedad de alcaldes de ERC, Confluencias, PSC, PDeCAT, CUP, etc., pero ninguna de Ciutadans, el principal partido de la oposición en el Parlament. Las últimas elecciones generales repitieron dos victorias de En Comú Podem, cuarto partido en el 27-S. El PSC pierde voto a nivel municipal y cuando toca elegir el Congreso de los Diputados, pero parece que Iceta se hace fuerte en el Parlament…
Ante un escenario de tan dispares tendencias, no podemos más que reconocer que nos encontramos ante una larga etapa de indefinición política clara del electorado catalán y, sobre todo, de la incidencia que está teniendo los diferentes planteamientos de lo que está en juego en cada hito. Para el 21-D, además, nos encontramos con un escenario hiperventilado de acontecimientos políticos históricos: el 1-O, la huelga dos días después, la no DUI y la DUI efímera o DUI fake según quien la mire, el 155, el encarcelamientos de los líderes de la ANC y de Òmniun primero, de medio Govern después, y de la huida a Bruselas del otro medio.
La salida de prisión de unos y no de otros, más de 40.000 manifestantes en la capital europea estos días, candidatos a la presidencia que no pueden hacer campaña… Es alucinante la cantidad de sucesos anormales que juegan esta partida. Hay pronósticos que auguran la mayor participación de la historia de Catalunya y de cualquier proceso electoral autonómico en España para unos comicios que se celebrarán un jueves, tres días antes de Nochebuena. Predecir resultados sin duda es un ejercicio de futurología política en este contexto, pero sí que podemos jugar a las intuiciones teniendo en cuenta las certezas del escenario político y social catalán.
ESTRUCTURA POLÍTICA Y ECONÓMICA DESIGUAL
Es un hecho incontestable que Catalunya está fuertemente caracterizada por la diversidad, pero también por la desigualdad. Es una tierra históricamente compuesta por personas con orígenes culturales y arraigos territoriales diferentes, pero también que compone una estructura social y geográfica económicamente desigual. El litoral y su arraigo turístico y de servicios, las industrias y las clases trabajadoras alrededor de las capitales, especialmente Barcelona, el interior pagès y el no tanto, la economía pirenaica, etc. Esta estructura siempre ha arrastrado grandes disparidades políticas que en el contexto nacional plebiscitario de los últimos años, ha acrecentado estas distancias.
Si el interior y las zonas bienestantes de Catalunya tradicionalmente han hegemonizado la cuna del nacionalismo catalán en su tradicional división entre la antigua Convegència y ERC, los cinturones trabajadores de las ciudades han acostumbrado a rivalizar el PSC, ahora las confluencias alrededor de Catalunya en Comú Podem, PP antes y ahora Ciutadans. El escenario ante el próximo 21-D ha acrecentado estas diferencias y nos avocamos hacia una contienda cuya alta movilización nos augura un resultado que evidenciará que Catalunya, más que nunca en los últimos cuarenta años, está profundamente fragmentada políticamente.
Los últimos análisis demoscópicos, especialmente el último barómetro del CIS, con la mayor muestra, reflejan algunos datos interesantes. Para empezar, se observa una tendencia particular en la comparación entre los niveles de preocupación política respecto de la preocupación económica. Hasta la fecha, las trayectorias coincidían. A mayor preocupación económica, mayor era la política y viceversa. A partir de este pasado septiembre, se dispara la política y desciende considerablemente la económica. Aunque la crisis económica se haya agudizado, especialmente y precisamente durante estos últimos meses, las personas parecen haber dejado esto a un lado para centrar la atención en lo que cada vez más se parece a una crisis de Estado. El 70% de los electores piensan que la situación política va a ir a peor y alrededor del 90% indica que quiere ir a votar en estas próximas elecciones. Sin duda, la inmensa movilización que se augura viene insuflada por el voto de la preocupación, más que por el de la ilusión.
EL EFECTO DEL VOTO DE LA PREOCUPACIÓN
El voto de la preocupación tiene, ante el inconmensurable efecto de los últimos acontecimientos, un arraigo político más que económico y podríamos dividirlo en dos vertientes que, en última instancia se ponen en juego, sobre todo alrededor de la ciudad de Barcelona, principal concentración de número de electores y donde las posiciones políticas son más diversas. Por una parte, tenemos el voto como reacción al contrario y en este caso, los bandos se dividen alrededor de los polos de carácter nacionalista: el voto contra el españolismo y el voto contra el catalanismo. Este factor movilizador insufla las posiciones de Ciutadans que parece recoger el voto oculto que tradicionalmente acumulaba el PP, y buena parte del antiguo votante socialista. Pero también esta movilización antagonista engrosa las posiciones de ERC al que, en cambio, la encarcelación de su líder parece estar perjudicando por su falta de visibilidad, y de JuntsxCat que trata de hacer olvidar su marca PDeCAT para explotar la imagen de Puigdemont y que parece estar dándole resultados a la hora de fortalecerse ante el partido de Junqueras. La CUP regresa a su electorado más fiel, algo más del surgido en 2012, y pierde posiciones en el área metropolitana capitalina.
La segunda vertiente de la preocupación como factor especialmente movilizador es el voto que buscará alguna salida o solución política. Más que un voto ilusionado con algún proyecto, es el voto que se aleja de la lógica populista del “nosotros – ellos”, para situarse en la posición del “parlem”. Está por ver la relevancia de esta bolsa en un momento especialmente caracterizado por la emocionalidad que impulsan las lógicas políticas nacionalistas polarizadas. Habitualmente estas posiciones quedan desdibujadas, pero ante una indecisión tan alta, el “factor puente” puede acabar de decantar el resultado constituyente. Los años de desgaste del procés que tanto han alimentado la polarización han ido expulsando adeptos a la lógica nacional reparitendo su voto, sobre todo entre PSC y Catalunya en Comú Podem.
El primero parece haber comenzado la campaña con un fuerte impulso demoscópico recuperando votos de Ciutadans, de la abstención, de la antigua Unió y de desentantados de Junts pel Sí. Los segundos parten de la misma base de votos que obtuvo Catalunya Sí que es Pot en 2015 y, siendo una de las opciones que más simpatía despierta entre los electores indecisos, parece ir comenzando a arrancar protagonismo. Sin duda, volverá a ser la participación el factor decisivo y esta se encuentra, sobre todo, alrededor de Barcelona, con la densidad de población más diversa y más castigada por la crisis. Su comportamiento político nacional acabará por decidir la contienda.
HACIA UNA GOBERNABILIDAD INCIERTA
En cualquier caso, nos movemos, otra vez, como ya sucedió tras el 27-S, en una aritmética altamente repartida, aún más tras la ruptura de Junst pel Sí. La victoria electoral y el segundo puesto están entorno al 24% y el 20%, donde a priori juegan ERC y Ciutadans, el tercer puesto entorno al 16-17%, donde parecen rivalizar JuntsxCat y PSC, el incierto comportamiento electoral de Catalunya en Comú Podem, el descalabro del PP y la estabilización del voto cupaire. Esta vez, nos encontramos ante un plebiscito que quizás no es solo uno, o tal vez no lo sea tanto, donde las posiciones de partida parecen más enfrentadas que nunca pero donde los partidos parecen jugar a un cripticismo extraño sobre sus posibles pactos postelectorales. Los programas parecen dejados a un lado mientras se exaltan significantes que no sabemos en qué se concretarán tras las elecciones.
Lo anormal se ha vuelto normal y la constitución del Parlament, con todas sus incertidumbres, también parece no augurar un gobierno claro, quizás hasta que no se logre formar gobierno alguno y nos avoquemos a las enésimas plebiscitarias. De igual manera nos encontraremos de nuevo en la encrucijada que muchos parecen no querer asumir. El deterioro socioeconómico catalán y español está poniendo cada vez más en duda la capacidad de nuestro sistema institucional para resolverlo y el 21-D quizás se convierta en una prueba más de que hace falta, más que comicios y hojas de ruta fallidas, un proceso político-social de mayor envergadura y compromiso para girar el rumbo involutivo de nuestra sociedad.