8.30 horas del domingo 22 de abril, junto la estación de França de Barcelona. Falta media hora para que arranque la Cursa Bombers, una de los más esperadas por los runners y una las más multitudinarias de la ciudad. La profesión de bombero es una de las más admiradas y respetadas. Los bomberos salvan vidas y se comprometen.
De pequeños, muchos soñamos con ser bomberos. Este cronista optó, finalmente, por el periodismo, pero hace ya cerca de tres décadas probó suerte como apagafuegos algunos veranos. Recuerdo aquellos años en el parque de bomberos de La Pobla de Segur con nostalgia y guardo algunas amistades que perdurarán para siempre.
Por desgracia, alguna de aquellas personas con las que compartí horas en el bosque ya no está. Es el caso del amigo Jordi Moré, que perdió la vida hace ya nueve años en el incendio de Horta de Sant Joan haciendo lo que más le gustaba. De aquel equipo de los GRAF (Grup de Recolzament d'Actuacions Forestals) de Lleida que quedó atrapado en aquel siniestro sólo salvó la vida Pepe Pallàs, natural también de La Pobla, que sufrió quemaduras en el 70% de su cuerpo. Con el tiempo, Pepe se ha ido recuperando y ha vuelto a trabajar en el cuerpo. Pepe, como el resto de bomberos, es gente de otra pasta.
Quizá por el respeto que siento hacia los bomberos --y también cierta envidia sana-- intento siempre que puedo correr esta prueba. Es una manera de sentirse bombero por un día aunque nos limitemos a correr 10 kilómetros. Este año, además, es especial. La Cursa Bombers cumple 20 años. Parece que fue ayer cuando un grupo de bomberos barceloneses empezaron a organizar una carrera en la ciudad. En aquel lejano1999, el running no estaba tan de moda y nada hacia presagiar que la cursa se convertiría en una de las más populares de Barcelona.
La cursa arranca puntualmente a las 9.00 horas. La organización ha preparado ocho cajones en función de los tiempos registrados por cada corredor en otras pruebas. La salida se da en tres oleadas: la élite, los atletas con tiempos inferiores a los 50 minutos y el resto. Mi pistoletazo de salida es el último. La encargada de hacerlo es la alcaldesa Ada Colau. Tras cuatro meses de parón --entre otros motivos por lesión--, me he decidido a tomar la salida de nuevo y no se me ocurre una cita atlética mejor que la Cursa Bombers. Llego sin casi entrenar y seguro que lo acabo pagando.
La carrera sale de la estación de França, atraviesa el paseo Marítim y sube por el Paral·lel. Salgo detrás de la liebre de 55 minutos, pero hacia el kilómetro tres, poco antes de girar por la calle de Floridablanca, veo que el ritmo es demasiado rápido para mi y decido bajar pistonada. Las piernas me pesan y me cuesta respirar.
CON BOMBONA DE OXÍGENO
En la Gran Via, pasado el kilómetro cinco, adelanto a uno de los 350 bomberos que corren la prueba. Algunos van con toda la equipación, incluida la bombona de oxígeno. El domingo ha amanecido caluroso y si ya supone un esfuerzo correr con pantalón corto y camiseta, imagínense que puede significar correr con 20 kilos extra y con ropa que no transpira. Pero parte de la magia de esta prueba es toparte con estos bomberos y dedicarles, al menos, un aplauso.
La cursa ha reunido este año unos 14.000 corredores. La suerte de estas carreras tan multitudinarias es que siempre hay alguien más lento que tu. Puedes ir a paso de tortuga, pero siempre ves gente más rezagada. Aquí los malos somos menos malos. Cuando encaro el kilómetro siete, en Ausiàs Marc con Marina, los ganadores, Marc Alcalà y Marta Galimany, ya han llegado. Sus tiempos, 29'29'' y 33'54'', son de otra galaxia.
El último kilómetro y medio de la Cursa Bombers es de postal. Tras dejar atrás la ronda de Sant Pere, los atletas bajamos toda la Via Laietana. Desde la plaza de Urquinaona, la vista llega hasta el mar. La Via Laietana, aquella arteria que el Ayuntamiento lleva dos décadas queriendo reformar pero que nunca reforma, aparece llena de camisetas verdes, la oficial de la carrera, en la que este año la organización ha inscrito: Cursa Bombers Barcelona 1999-2018, 20 anys encenent l'esperit.
Pasado el antiguo Palacio del Cinema, a la altura de la calle Comtal, me doy cuenta que se me ha acabado el agua, pero siempre hay quien te acaba ofreciendo un trago. No puedo con mi cuerpo y en Jaume I hago un amago de tomar el metro. Queda menos de un kilómetro y sé que si lo hago no me lo perdonaré. Aflojo todavía más. Este último tramo de la carrera lo hago con la gente de Corre amb mi, una iniciativa solidaria en la que un grupo de corredores empuja sillas de ruedas de personas con parálisis cerebral. Allí todos corren y animan, vayan a pie o sentados.
Cruzo la meta con un discreto 57,51". Tras cuatro meses sin casi correr, bajar de la hora es casi un milagro. Empapado de sudor, tengo ganas de beber alguna cosa. La cola hasta la zona final de avituallamiento es monumental. No se ha organizado en distintos pasillos como en otras carreras igual de multidudinarias y el acceso se convierte en un tapón. Los voluntarios no dan a basto. Algunos atletas (bastante incívicos, por cierto) no son capaces de guardar la cola y se dedican a coger cajas de bebidas isotónicas que reparten entre sus amigos. Nadie de la organización pone orden.
A mi lado, aguardan dos bomberos ya sin parte de su equipo. Se les ve cansados, pero sonrientes. Ellos son los verdaderos protagonistas de esta cita atlética y ni siquiera los errores de la organización estropean la matinal de domingo. El próximo año, intentaré correr de nuevo la Cursa Bombers. Eso sí. Prometo entrenar.