Se sienta en su taburete, apura el vaso y balbucea con su particular acento inglés: “Otra sangría, por favor”. Sant Jordi tiene muchas caras, y esta es una de ellas. En el bar Kiosko La Cazalla suena la música electrónica al ritmo de las sangrías y mojitos que se venden como churros por su precio: 2,5 euros y cinco euros respectivamente. Una guiri de Mánchester presume de su rosa que yace en la barra junto con su paquete de tabaco y el iPhone. No sabe qué está pasando, a qué se debe tanta gente en La Rambla de Barcelona, pero ella se lo pasa bien y sonríe: al fin y al cabo, está de vacaciones.
Más allá del caos en el centro donde miles de personas buscan –in extremis– el mejor libro para regalar durante esta Diada, la ciudad sigue su curso “natural” en los callejones. Los turistas asiáticos se agolpan para escuchar al guía de turno que les muestra el Raval. Decenas de sintecho piden limosna en la entrada de la cadena de comida rápida KFC. En un momento determinado, un turista sale con comida para uno de ellos y él responde agradecido.
BORRACHO EN LA RAMBLA
Las escenas que ya se han vuelto habituales se concatenan en las ramificaciones de La Rambla. En plaza Reial varias parejas de turistas aprovechan los pocos rayos de sol que iluminan la tarde después de la lluvia. Cerca de Liceu, un hombre borracho de extraña apariencia no logra ponerse de pie. Se tambalea hacia un lado y hacia el otro sin éxito. Se le caen los pantalones y deja a la vista su hucha. Se le caen las monedas y unos adolescentes –que están realizando una gincana de Sant Jordi– observan con estupefacción la situación. No hay presencia policial y no parece que vaya a arreglarse pronto.
Los vendedores de silbatos sobresaltan a los turistas que ríen con el característico sonido de pájaro. Cerca de Drassanes, un yonqui sentado en el suelo saca los materiales necesarios para prepararse un chute de heroína. Ajeno a las personas que hacen cola a su alrededor para entrar al baño público, prepara su dosis. Tras unos minutos de concentración, grita: “Mamma mia”, al darse cuenta de nuestra presencia. “Qué mujeres”, añade enajenado.
OTRA REALIDAD EN BARCELONA
En Rambla Cataluña, la versión de la leyenda parece otra. Cientos de jóvenes hacen cola emocionados para que Risto Mejide y Albert Espinosa les firmen sus libros. Los partidos políticos sacan tajada de la jornada literaria para hacer campaña electoral con sus consecuentes rifirrafes por motivos ideológicos. También los libros sobre el procés independentista siguen proliferando un año más.
Los bestsellers como los de Julia Navarro, María Dueñas, Rafel Nadal y Santiago Posteguillo acaparan los stands. Triunfan los libros de feminismo como Morder la manzana de Leticia Dolera y los de cómic como Bowie, una biografía, ilustrado por Maria Hesse. Además, choca la presencia de obras como Mi lucha de Adolf Hitler. “Se vende mucho, por la mañana se han llevado tres ejemplares”, comenta uno de los paradistas a este medio. Algunos stands desafían a la maniática del orden Marie Kondo e incitan a comprar libros de segunda, tercera o cuarta mano.
Tampoco falta el postureo. Una rosa no es una rosa si no se comparte en alguna de las redes sociales existentes. Las parejas pasean de la mano y disfrutan de la puesta de sol, los floristas rebajan los precios de las rosas a la mitad para volver a casa lo antes posible con los deberes hechos y los libreros hacen recuento de sus ventas en la exitosa jornada. Los turistas siguen bebiendo hasta que el cuerpo diga basta. Y la Barcelona avanza como siempre, con su curso “natural” en La Rambla y en sus callejones.