La pensión no contributiva de 500 euros que Josefina Bazán y José García tenían para vivir todo un mes hacía que para ellos fuese imposible vivir solos en un piso de alquiler. Todo cambió cuando, al conocerse en 2012, los dos pensionistas de 59 y 60 años decidieron mudarse juntos. Aunque el hecho de que el alquiler más económico que encontraron fue uno de 650 euros en Sabadell hizo que su única opción para poder asumir los costes de una vivienda digna fuese pedir ayuda a Cáritas. “Para mí es un privilegio poder vivir con Fina. Es como si me hubiese tocado la lotería sin haber jugado”, cuenta García sentado en el salón de su piso en una conversación con Metrópoli Abierta.
Los barceloneses Bazán y García llevan cuatro meses viviendo juntos, pero para llegar a este punto tuvieron que esperar cuatro años a que Cáritas les encontrara dos plazas en uno de los pisos de un complejo de apartamentos llamado Almeda, que está gestionado por la misma entidad. La integradora Maite M. de Cáritas cuenta que en este espacio de Cornellà viven 21 personas en 19 apartamentos, que algunos estaban en riesgo de exclusión social antes de aterrizar en este 'hogar' y que la mayoría tiene pensiones no contributivas “muy bajas”. Dentro de este perfil, hay varios que la tienen por enfermedad, como es el caso de Bazán y García.
UN PANORAMA CRÍTICO
Actualmente el panorama de las pensiones es más crítico que años atrás. Según un estudio realizado por la Fundación Edad&Vida, el 70% de los pensionistas de España tiene su pensión como única fuente de ingresos, el 38% percibe menos de 750 euros al mes y un 45% alega no poder llegar a fin de mes holgadamente.
Estos datos hacen que ya no sea nada extraño que algunos mayores recurran a la opción de compartir piso con otras personas de su edad. El Informe anual de pisos compartidos en España en 2018 publicado por el portal inmobiliario pisos.com, indica que las personas mayores de 60 años representan un 2,07% del total de personas que lo hacen. Y por su parte, el director general de esta plataforma, Miguel Ángel Alemany, ya alertaba en 2015 de que “en los últimos años ha crecido el número de jubilados que comparte piso”. Una tendencia que es aún más comprensible que se dé en ciudades como Barcelona, que según publica un artículo de Crónica Global, es la ciudad más cara de España para compartir piso.
Aunque puede que haya pensionistas que preferirían vivir solos o mantener el piso de toda la vida donde, por ejemplo, vieron crecer a sus hijos, para esta pareja irse a vivir juntos ha significado encontrar la estabilidad que llevaban años sin alcanzar. “Me encanta poder estar los dos juntos tranquilos. Soy la mujer más feliz del mundo”, dice ella.
SORTEAR LA SOLEDAD
García y Bazán indican que se reparten las tareas de la casa a partes iguales. Ella se encarga de la cocina, él de limpiar el resto del piso y entre los dos lavan la ropa, hacen la cama y van a comprar comida. “Somos muy compatibles. Donde no llega ella, llego yo y al revés. Nos recordamos mutuamente que tenemos que tomarnos las pastillas y nos acompañamos al médico. Es el motor de mi vida. Sin ella estoy más perdido que el barco de Chanquete”, apunta y, acto seguido, añaden que aunque García eche de menos tener cerca a su madre, que vive en Mataró, y Bazán sus paseos por las calles con vistas al mar de La Barceloneta, tienen claro que quieren continuar con este proyecto en común. Y aún más, si tenemos en cuenta que desde que sus caminos se cruzaron, han conseguido sortear la soledad con la que conviven tantas personas mayores.
“Algunas de las cosas que hice cuando llevaba una mala vida las hice porque estaba solo y no tenía ilusión. Me despertaba y me iba a beber al parque o de fiesta. No le encontraba sentido a vivir. Fina me ha ayudado a no querer volver a caer en todo eso”, dice García para añadir seguidamente que todos los pedregales con los que se ha cruzado a lo largo de los años le hacen valorar a diario tener una compañía como la suya.
ALEJARSE DE LA "MALA VIDA"
A los 14 años, García empezó a trabajar en una fábrica textil y a los 16 sufrió un accidente de moto que le dejó secuelas irreversibles en el brazo derecho. Fue a partir de entonces cuando empezó a recibir una pensión no contributiva que, aunque le alcanzaba para vivir, marcó el momento en el que “todo se fue a la mierda”. “Caí en depresión porque siendo muy joven sentí que no podía tener ciertos trabajos ni jugar a fútbol, que me encantaba. Empecé a beber. Y con los años, en 2012, acabé en un centro de Sabadell para dejar el alcohol y otras cosas más”, cuenta García al traer al presente el lugar donde conoció a Bazán.
Ella también llegó allí para dejar el consumo de estupefacientes. Sabía que tenía que cambiar de vida, pero lo que no imaginaba es que, dos años más tarde de vivir en ese complejo, se toparía con García. Fue entonces cuando su mundo dio un giro de 180 grados. “Recuerdo verle de espaldas intentando hacer la cama con una sola mano. Estaba sudando y lo hacía cómo podía. Cuando me vio allí plantada me dijo: ‘¿qué haces tú aquí?’. Yo le contesté: ‘¿que no podías avisarme? Te puedo ayudar’. Y ese fue el principio de todo”, recuerda con una sonrisa.