M. lleva prácticamente nueve meses viviendo en la calle París. “He visto de todo”, cuenta a Metrópoli Abierta desde la puerta, en estado de alerta, mirando hacia los lados. Llegó, pero pronto se va de ahí. El propietario del edificio ubicado en los números 194 y 196 –donde empieza l’Antiga Esquerra del Eixample– decidió contratar a vigilantes privados por miedo a posibles ocupaciones, sobre todo, por el temor a que se convirtiera en un narcopiso. Desde entonces, y hasta septiembre, la empresa DSK Servicios Auxiliares se ha encargado de custodiar el local las 24 horas para impedir que nadie entre… y se quede.
“Durante este tiempo han intentado ocuparlo unas cuatro veces”, desvela M., que prefiere mantener su identidad en el anonimato. Desde fuera, el edificio parece inhabitable: necesita una rehabilitación y algunas de las entradas están tapiadas. El objetivo de la mayoría era acceder para montar una narcosala en el bajo donde él ahora duerme. “No lo saben, pero tenemos una alarma conectada y, por suerte, si lo intentan, aparecen rápidamente otros compañeros para frenar la ocupación y dotaciones policiales”, dice con un deje cubano, de donde proviene.
INTENTO DE APUÑALAMIENTO
Sin embargo, otros como él no corrieron la misma suerte. “A un amigo, que también es vigilante, le acorralaron y le quisieron apuñalar en La Rambla”, exclama gesticulando con la mano. “Las heridas fueron leves porque llevaba protección debajo de la camiseta”, añade aliviado. Silencio. “Pero a esta gente le da igual la vida, no tienen miedo a nada”, afirma tras algunos años de experiencia en el sector.
La noche –como vigilante– puede hacerse muy larga. M. ha presenciado distintos intentos de robos en las terrazas que colindan con Enric Granados. También ha visto peleas enfrente del bar afterhours What’s Up donde, según él, personas con drogadicción pasan las horas. Y los días. Y las semanas. “Ya los conozco, se me ponen a hablar, me piden que les deje pasar al piso, que les invite a algo”, describe.
EL ESCENARIO EN EL EIXAMPLE
En este tiempo, ha podido analizar el escenario diurno. M. ha observado cómo decenas de hombres entran a diario al sex shop Snow Dreams, que ofrece “actividades para adultos”. Y, justo al lado, turistas –ajenos al erotismo descrito– se fotografían enfrente de la puerta del Hotel Astoria para inmortalizar su escapadita a Barcelona.
No solo en Ciutat Vella son testigos directos de las ocupaciones. Tal como adelantó este medio, vecinos de Sarrià-Sant Gervasi han denunciado en varias ocasiones la presencia de ocupas presuntamente de origen rumano en el distrito. También en Gràcia han presenciado la ocupación de pisos vacíos. No se queda atrás Horta-Guinardó ni el distrito de Sant Martí.
LA VERNEDA, EN GUARDIA POR LA OKUPACIONES
De hecho, en este último, vecinos de La Verneda llevan semanas haciendo guardia las 24 horas del día en la Rambla Prim para evitar okupaciones en antiguas entidades bancarias que, a diferencia del propietario de la calle París, no contratan a vigilantes privados. En su caso, se quejan –a través de las caceroladas nocturnas– del miedo a salir a la calle por el incremento de los hechos delictivos en la zona. “Roban en las tiendas, revientan coches”, comentaba una de ellas a este medio. En Travessera de Gràcia, donde se ubicaba el edificio okupado y bautizado como Ca la Trava, la propiedad del inmueble (Llave de Oro) decidió contratar a vigilantes para evitar que volvieran a instalarse los jóvenes.
Según los últimos datos proporcionados por el Ayuntamiento, en la ciudad hay unos 13.000 pisos vacíos, sin contar los que se encuentran ocupados. El barrio con más pisos sin residentes es el Raval. No obstante, la cifra de pisos vacíos dista de las previsiones de 80.000 que vaticinó, en 2011, el Instituto Nacional de Estadística, y de los 31.000 calculados en el anterior mandato bajo el mandato de Xavier Trias como alcalde.
NO QUIEREN VER YONQUIS
Las ocupaciones han salpicado también al Eixample. Cada vez más dueños e inmobiliarias temen la llegada de ocupas –en muchos casos son mafias y no familias en situación vulnerable– antes de empezar unas obras o durante las vacaciones. Les preocupa que pueda ocurrir lo mismo que en Ciutat Vella, donde la degradación y las imágenes de yonquis pinchándose a plena luz se han vuelto frecuentes. El único soplo de aire fresco al que pueden acogerse los titulares legales (propietarios y administraciones) es a la nueva Ley de desahucio exprés.
A diferencia de la anterior, el trámite para expulsar a los residentes ilegales no se alarga hasta los dos años como sucedía anteriormente, puesto que las personas que se encuentran dentro tienen que acreditar en un plazo de cinco días la posesión de un título jurídico.
De este modo, en aproximadamente cinco meses –como máximo– el propietario, en teoría, puede recuperar su vivienda por la vía legal, sin necesidad de recurrir a empresas como Desokupa. Eso sí, para evitar la proliferación de mafias, no se pueden beneficiar de esta ley ni entidades financieras, ni fondos de inversión ni promotoras.