Óscar conduce estos días su camión en una soledad que inquieta. A los mandos de su vehículo, la calle Balmes se extiende desierta ante sus narices. "Es desolador, parece que estás tu solo en el mundo", comenta este trabajador de la limpieza de Barcelona. Apenas hay taxistas. Rutas que antes costaban 40 minutos, ahora las recorre en 5. Jenifer, su mujer, también es barrendera. En su caso peina las calles de l'Eixample. Él trabaja en distrito de Ciutat Vella. "A ratos da miedo, parece que te tenga que pasar algo", señala esta mujer.

Los trabajadores de la limpieza se han convertido en los testigos del silencio que envuelve las calles de la ciudad. Junto a los agentes de la Guardia Urbana y los Mossos d'Esquadra, forman parte de la minoría residual de trabajadores que siguen saliendo a la calle. Hacen un servicio esencial y sus profesionales no han dejado de retirar los miles de kilos de residuos que los barceloneses generan a diario.

PAPELERAS VACÍAS

En la calle, este matrimonio de 33 años percibe menos basura. Los contenedores se siguen llenando, pero las papeleras apenas se usan. Sin embargo, el puñado de guantes de látex que Jenifer barre cada día revela que algunos permanecen impermeables al civismo que impregna a la inmensa mayoría de la población durante este inédito confinamiento. "A mi me ha sorprendido. La gente debería pensar un poco, ni siquiera deberían tirarlos a la papelera", observa esta empleada.

Otros vecinos, ajenos también a cualquier lógica de convivencia durante la cuarentena para frenar el coronavirus, siguen dejando muebles y trastos viejos en la calle. El Ayuntamiento prohibió depositar objetos frente a los contenedores debido a la cancelación del servicio de recogida. Ante la constancia de esta minoría ruidosa el regidor de Seguridad, Albert Batlle, anunciaba el pasado 30 de marzo que la urbana sancionará a los incívicos.

AGRADECIMIENTO

El 22 de marzo, una comunidad de vecinos en Badalona aplaudía a Encarna, una trabajadora de la limpieza que agradecía el gesto mientras se limpiaba las lágrimas. Cuatro días antes, la escena tenía lugar en Sevilla con un sonoro aplauso de 20 minutos. Óscar y Jenifer no han recibido aplausos, pero sí muestras de agradecimiento explícitas, difíciles de encontrar antes del confinamiento. "Hay gente que te da las gracias. Se agradece", cuenta él. "A mí me paró una señora. 'Con los tiempos que corren y tu por la calle. Tiene valor'. Se agradece que te valoren", sigue ella.

Paseo de Gràcia, desierto / NÚRIA RUIZ



La distancia de seguridad obliga a los empleados a trabajar en solitario. Los sillines de los vehículos no permiten mantener el espacio mínimo. Esto no impide romper la rutina de Jenifer y sus compañeros y sobre las diez de la mañana siguen juntándose un rato para almorzar. Eso sí, sin olvidar la distancia de seguridad.

COCHES FÚNEBRES

El matrimonio no se acostumbra a una Barcelona vacía. Las habituales congestiones de todo tipo de vehículos son historia. Su lugar lo ocupan los vehículos de policía, de emergencias, también los coches fúnebres anunciando una nueva muerte. "El otro día vi pasar a unas 15 ambulancias. Se paran en las porterías, cargan a los enfermos", describe la mujer.

También se hacen evidentes los trabajadores de una céntrica funeraria y el trasiego diario cargando ataúdes. "Antes pasaban igual, pero no te fijabas en los vehículos. Ahora solo los ves a ellos: autobuses, barrenderos, coches fúnebres....", ilustra Óscar. El contraste del antes y el ahora es extraño. "Da mal rollo", observa ella.

CONCILIACIÓN FAMILIAR

Los turnos de Óscar y Jennifer coinciden cada 15 días. Para cuidar a sus hijos de tres y ocho años, la madre de ella se instala un par de días en su piso. Este jueves se cumplen tres semanas desde que los pequeños salieron a la calle por última vez. "Están nerviosos. Se suben un poco por las paredes. No se valora lo suficiente el aguante que están teniendo los niños", opina esta madre a través de una videollamada con este medio, mientras los dos pequeños revolotean alrededor del sofá.

Óscar y Jenifer, junto a sus hijos



Para Jenifer, trabajar en la calle representa un peligro por el aumento de probabilidades de un posible contagio. Sin embargo, el trabajo al aire libre es una válvula de escape del estrés diario generado por el confinamiento. "Al menos sales a la calle. Te puedes relajar de alguna manera", señala.

CADA DÍA ES DOMINGO

Durante la segunda semana de confinamiento, el matrimonio de barrenderos percibió un cambio de actitud en la ciudadanía y, con ella, una reducción aun más drástica de gente en la calle. "Al principio no nos acabábamos de creer lo que estaba ocrriendo. Creo que la gente ha ido tomando conciencia y a partir de la segunda semana se lo tomaron a rajatabla", asegura Óscar.

Para este trabajador cada día es como si fuera un domingo. Pero su esposa le corrige: "Es peor, porque en los fines de semana al menos hay familias en los parques. Ahora solo hay cuatro personas haciendo colas en los supermercados", resume.

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