Los botellones, y las fiestas ilegales en pisos y locales persisten en Barcelona. El distrito de Ciutat Vella y el barrio de la Vila de Gràcia acogen algunos de los puntos calientes de estas situaciones incívicas que el conseller de Interior, Miquel Sàmper, atribuía hace unos días a la conocida como "fatiga pandémica".
Desde el 28 de febrero, Mossos d’Esquadra y Guardia Urbana redoblan las patrullas para poner freno a estas fiestas más o menos espontáneas. Desde la restauración acusan a la administración de permitir el fenómeno y lo relacionan con las medidas que, por un lado decretan el cierre de sus bares, y por otro permiten el servicio a domicilio y, con ello, la posibilidad de llevarse bebidas a la calle.
El paseo del Born ha protagonizado imágenes con centenares de personas consumiendo bebidas espirituosas. Fuentes del Ayuntamiento de Barcelona matizan que “no todo el mundo bebe alcohol” en esta calle. "En Barcelona no se dan convocatorias para hacer botellones", asegura el gobierno municipal. Lo que ocurre en esta calle y en la plaza dels Àngels del Raval (donde se ubica el Museu d’Art Contemporani de Barcelona), “no puede calificarse de fiesta ilegal”. Se trata de grupos de personas que se juntan en pequeños grupos, pero que pueden suponer un problema si se multiplican hasta alcanzar masas grandes de gente.
En el paseo del Born, los dispositivos policiales se pusieron en marcha hace dos o tres semanas y se agudizan el jueves porque las concentraciones se intensifican en fin de semana. En el Macba el inicio de los dispositivos se remonta a meses atrás.
"ES LAMENTABLE"
La asociación Born Comerç tacha las imágenes de botellones de “lamentables” y considera “que dañan a la ciudad y a todo el comercio”. Su presidente, Juan Carlos Arriaga, señala a la administración por permitir estos encuentros y reclama una reapertura de bares y terrazas hasta el toque de queda, que asegure un “consumo ordenado”. La posibilidad de pedir bebidas a domicilio y la actividad de los lateros que venden cerveza en la calle promueven estas imágenes. “No es por culpa de la restauración. Quien no cumple las medidas es la administración. Que ponga remedio y lo elimine”, reclama Arriaga, que también pide más presencia policial.
La Guardia Urbana prioriza estos días la información y prevención a la sanción a los ciudadanos, aunque también se ponen multas; 227 desde el 1 de febrero hasta la primera semana de marzo en Ciutat Vella. En el Raval, las plazas de Castella y de Terenci Moix, adyacentes entre ellas, son otros puntos habituales de botellón. En esta última, y a pesar de la caída de temperaturas y una tarde lluviosa, unas 50 personas sin mascarillas bebían en la vía con la música de unos altavoces de fondo. Sobre las 21.30 horas apuraban las últimas bebidas en la calle, algunos en estado de embriaguez, antes de la entrada en vigor del toque de queda.
VISTA GORDA
A unos metros de los juerguistas pasa un coche patrulla de los Mossos sin detenerse. En la plaza del Macba, vacía, tres agentes de la unidad motorizada del cuerpo conversaban entre ellos antes de dirigirse a otro punto de la ciudad. Antes, sobre las 18.00 horas, les había tocado vaciar el lugar de gente, como casi cada día a esa hora. La sensación es que la policía solo actúa cuando la situación se desmadra, como ha ocurrido varias ocasiones en el Born y, en menor medida, en Gràcia. De lo contrario, a pesar de que decenas de personas incumplan las distancias de seguridad y el uso de mascarillas, los agentes hacen la vista gorda.
En las plazas de la Vila de Gràcia se reúnen en las últimas semanas centenares de jóvenes, principalmente por la tarde. Los motoristas de la Urbana “limpian” las aglomeraciones barriendo a la gente con su presencia, esperando que la muchedumbre abandone la plaza. Minutos después, sin embargo, se suelen desplazar a otras plazas del barrio.
LAS PLAZAS DE GRÀCIA
Este sábado, sobre las 20.00 horas, un coche patrulla vigilaba una plaza del Sol vacía que horas antes acogía a un centenar de personas. Mientras los urbanos ahuyentaban el botellón en ese punto, otros grupos de jóvenes bebían en la plaza de la Vila de Gràcia, a pocas calles de distancia. “A mí, agentes y algún responsable de la Guardia Urbana me han dicho que la idea es hacer acto de presencia e intentar que la gente se marche. Me cuentan que también es una situación incómoda para ellos, y que perciben como una incongruencia el hecho de que los bares cierren y que no haya una presión más fuerte con los botellones”, asegura Alberto Barros, portavoz de la Associació de Bars i Restaurants de Gràcia. Desde el Ayuntamiento afirman que Gràcia siempre ha tenido servicio desalojo de plazas y que nunca se han abandonado.
Desde la plataforma vecinal Raval Dream sostienen que la policía "no se pone dura" con los botellones "quizá para evitar males mayores". Desde el Ayuntamiento informan que la policía también ha redoblado sus esfuerzos en perseguir las fiestas ilegales en pisos y locales.
En junio, la policía barcelonesa reforzó la vigilancia y el monitoreo en las redes sociales para detectar e impedir juergas. Y, a partir de octubre, cuando se decretó el toque de queda nocturno, proliferó su detección, porque con la prohibición de movilidad a partir de las 22.00 horas resulta más fácil. Desde entonces hasta febrero la Urbana ha desmantelado entre 70 y 80 encuentros en locales y pisos turísticos, aunque la dimensión del problema va más allá, porque contabilizar los casos de fiestas y encuentros en casas particulares es complicado.
IMPEDIR LA ENTRADA DE MATERIAL
"Una reunión de 10 personas en una casa con alboroto no la contamos como una fiesta, aunque supere el número de personas permitidas. Además, en los pisos particulares no podemos entrar. Lo que hacemos es esperar fuera e impedir la entrada del material para la fiesta", explican desde el consistorio. Asimismo, recuerdan que "hablamos de reuniones ilegales. No es ilegal hacer una fiesta, sino que participen más de seis personas, sin distancias ni mascarillas".
Pasadas las 22.00 horas, las calles de Ciutat Vella se vacían. Solo quedan clientes apostados en las puertas de restaurantes esperando para hacer su pedido y los mensajeros de las empresas de reparto en bici y moto.