El doble viaje de Amine
Este joven extutelado llegó desde Marruecos con un propósito: dejar atrás un sórdido pasado y lanzarse a la oportunidad de una nueva vida
12 mayo, 2021 00:00Es Amine, un joven extutelado que busca su futuro en Barcelona. Su pasado es turbio, poco ejemplar. Pero hace unos años decidió tomar un nuevo camino. Tiene 19 años, esperanza y mucho optimismo. Inspira ternura cuando se le trata. Pero no siempre fue así. De adolescente era “malo”, según se describe a sí mismo. Lo dice poco orgulloso, aunque sin esconderse. En una entrevista con Metrópoli, este joven explica su tumultuoso pasado con vistas a darle un giro en cuanto se le plante una oportunidad. No cierra las puertas y está atento a todo cuanto se le ofrezca como salida de emergencia.
Amine vivía en Rabat (Marruecos), con sus padres y hermanos. Era la oveja negra de la familia. Se juntaba con malas compañías. Era un pequeño delincuente, adicto a las drogas, desde el hachís hasta el pegamento, pasando por las pastillas. Su mal camino le llevó a ingresar en una cárcel de Marruecos. Un día, una de sus profesoras le dijo que no llegaría a nada en la vida. Ese comentario fue el detonante que abrió un momento de lucidez para sus futuros propósitos. Se embarcó en una patera con 16 años, solo, con destino a España. Partió desde Rabat y llegó a Andalucía en un largo viaje por el mar, en un cayuco con otros 63 chicos. Fue una de las experiencias “más duras” que recuerda.
EN BUSCA DE SU HOGAR
Pasó tres meses en Andalucía en un centro de acogida. De ahí saltó a Cataluña. Aterrizó en un centro de menores en Mataró, donde vivió durante dos años. Ahí sí hizo amigos. “Son como mi familia”, dice, y remarca que ellos también se están buscando la vida como pueden.
Ya con la mayoría de edad, entró en un piso de mayores de jóvenes extutelados en Santa Coloma de Gramenet. Pero Amine quería independizarse cuanto antes. Con unos pocos ingresos, alquiló una habitación en un piso en Sant Roc (Badalona), donde actualmente vive con una familia.
TRABAS BUROCRÁTICAS
Dentro de lo que cabe, a Amine no le va tan mal. Una vez en Barcelona, recibió la ayuda de Impulsem, una cooperativa que se dedica a educar y formar a jóvenes con dificultades socioeconómicas, entre otras funciones. Ahí hizo dos cursos, uno de madera y otro de mantenimiento. Este último le permitió encontrar un trabajo de prácticas de limpieza en la Sagrada Família, donde espera que le acaben contratando. Lo necesita. Como el resto de jóvenes extutelados por la DGAIA, Amine cuenta con un permiso de residencia, pero no de trabajo. Para que le den este permiso necesita encontrar un empleo a tiempo completo de un año de duración o no tendrá los permisos en regla.
Su día a día es monótono y disciplinado. Por las mañanas, acude a sus prácticas en el templo de Gaudí y por las tardes asiste a cursos de catalán y castellano. Es un intento esforzado por mantenerse a flote en un país complicado para un chico marroquí, aunque no siempre indiferente.
MÚSICA COMO VÍA DE ESCAPE
Instalado en esta rutina, encuentra un asidero en la música. En concreto, el rap, que entretiene los momentos de hastío y abatimiento. Le introdujo en este mundo Jeebli, un cantante marroquí afincado en Barcelona. Cuando está “aburrido, triste o enfadado” compone canciones, tanto en español como en árabe. Escribe sobre su historia, sobre el duro pasado en su país y en su barrio, de cuando fue “malo”. Pero esa historia quedó atrás. “Quiero mejorar y hacer cosas buenas en mi vida”, dice con una cierta ingenuidad.
El relato de Amine contrasta con el de otros jóvenes de origen marroquí que se dedican al rap. Muchos se autodenominan M.D.L.R. (Mec de la rue), chico de la calle en francés. El primero en popularizar este concepto fue el cantante Morad. Lleva asociada una estética muy extendida entre los jóvenes (chándales de marca, bandoleras llamativas, etc.) y la admiración por la vida callejera, en muchos casos asociada a la delincuencia.
Pero Amine lo repudia. Asegura que muchos de sus amigos eran “buenos chicos” y que ahora imitan y siguen la moda M.D.L.R. Sobre Morad, comenta que le gustan sus ritmos, pero detecta una cierta hipocresía en las letras de sus canciones. “Habla de la calle pero no la ha sufrido. Morad lleva toda la vida en España. Ha estado en una cárcel de menores, sí, pero tres meses… ¡Y en España”, se ríe.
Hace unos años, él vestía igual que un M.D.L.R., admiraba la delincuencia y buscó el refuerzo a su identidad a través del mundo marginal. Pero pronto se dio cuenta de la futilidad del mismo. Ahora pone a prueba su capacidad de lucha. Puede convertirse en un fin en sí mismo, que allane el camino a su propia integración.