Antes de matricularse en la universidad, Iván, Paco y Jorge apenas habían salido de la Mina. Para estos tres amigos asistir a la facultad era “inalcanzable”. Pero el “anhelo” de estudiar una carrera siguió ahí, latente en sus mentes. También cuando se casaron y nacieron sus primeros hijos. En 2016, tras mirarse a los ojos, se conjuraron y decidieron saltar al vacío sin paracaídas. Cinco años después, están a las puertas de graduarse. La inmensa sonrisa que dibujan sus rostros reivindica el orgullo gitano en uno de los barrios con una de las tasas de fracaso y absentismo escolar más alta de Cataluña. Aunque lo relatan pletóricos, quitan hierro a la proeza. “No somos la élite de nada”. Son gitanos, vecinos de la Mina y universitarios. Tres características que cada vez reúnen más vecinos del barrio. Esta es la historia de tres de ellos.
Paco Vargas (28 años) tenía 23 cuando empezó Ciencias Políticas en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). A los 18 había terminado Bachillerato, pero no se atrevió a dar el siguiente paso. Un muro invisible se alzó ante él. “Me entró miedo. Cuando el sistema te ha dicho siempre que este mundo está reservado a los payos (personas no gitanas) al final el mensaje cala y provoca que tu padre no entienda tu deseo de ir a la universidad”, relata.
SACRIFICIOS COMPARTIDOS
"Para muchos es algo raro que estudiemos en la universidad. No están acostumbrados", comenta Iván Cortés (32 años). Como muchos jóvenes del barrio, abandonó los estudios en la ESO, los retomó años más tarde y tras un ciclo de Integración Social se aventuró con el grado de Psicología. Tenía 27 años. Jorge González (32 años) optó por estudiar Trabajo Social después de 10 años encadenando contratos precarios. "Junto a otro compañero gitano nos sentábamos en primera fila. Temíamos que se nos escapara algo. Nos lo tuvimos que ganar a pulso", asegura.
Reunidos en la terraza del bar La Mina, los tres estudiantes repasan la travesía de estos últimos años. Las primeras barreras de la comunidad gitana para acceder a la formación superior, cuentan, se remontan al origen de su barrio, construido en los años 70. "Piensa que a mi abuelo no le dejaban ir al cole", suelta Paco. El hombre vivió en uno de los campamentos barraquistas de Barcelona, cuyos habitantes poblaron luego la Mina. La poca formación que recibió su generación la otorgaban algunos religiosos voluntariosos. "Esto no se soluciona en 50 años. ¡La escuela del barrio llegó 15 años después de edificarse el barrio!", recuerda.
LA MARGINIACIÓN: DE PADRES A HIJOS
Durante la siguiente generación, la de los padres de Jorge, el panorama apenas cambió, según relata Jorge. "A mi padre no le dejaron conocer el mundo de la educación y la gente tiene miedo a lo desconocido". Su progenitor vivió en las chabolas de la Perona, uno de los últimos barrios de barracas en desaparecer. No entendía que su hijo quisiera acceder al campus. "Han vivido otra época. No se les ha permitido estar en esos espacios con los payos. Toda esta marginación que vivieron nos la acaban trasladando a nosotros y lo normalizamos al vivir en un barrio gueto", insiste este padre de dos niñas y un niño.
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La Mina acoge el 28% de los 36.669 habitantes de Sant Adrià de Besòs. Es el barrio más densamente poblado de la ciudad metropolitana. El 30% de sus 10.372 vecinos pertenecen a la etnia caló. En un recuento rápido y de memoria, Jorge cuenta a más de 15 gitanos del barrio que se han graduado, o bien están estudiando un grado universitario. Más de 50 gitanos en toda Cataluña lo tienen y más de 120 han cursado un grado postobligatorio. Los datos los expone Fernando Macías, técnico del Pla Integral del Poble Gitano, una iniciativa de la Generalitat volcada en la integración y la mejora de calidad de vida de la comunidad calé.
En 2011, el plan desplegó unos cursos de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Los interesados no dejan de crecer. En la primera convocatoria asistieron al curso una quincena de personas. Este 2021 han sido 60, de las que 38 decidieron presentarse al examen. "Muchas no iban preparadas. pero querían probar. De los 16 estudiantes que teníamos controlados, han aprobado 9. Son datos muy positivos", señala Macías, doctor en Educación por la UB y profesor en la misma facultad.
LOS REFERENTES
Macías es una pieza clave en este efecto dominó que inspira a los miembros de su comunidad a finalizar los estudios obligatorios, primero, y a acceder a un nivel superior, después, si así lo desea el estudiante. Este gitano de 36 años, uno de los primeros en estudiar una carrera en Cataluña, es un "referente", un espejo en el que se miran decenas de personas que buscan seguir sus pasos. En su tiempo libre trabaja como voluntario en la asociación Campus Rom, una red de profesionales de la educación –gitanos y payos–que altruistamente ayudan a aquellos que necesitan un empujón y la motivación necesaria para conseguir sus objetivos académicos.
Como los tres amigos, Macías identifica elementos similares que, bajo su punto de vista, frenan a los miembros de su etnia a seguir estudiando. El educador es muy crítico con las prácticas educativas de algunas de las escuelas de alto complejidad, donde estudian muchos de los jóvenes de la comunidad. Denuncia que en estos centros se estudia menos temario que en el resto de escuelas e identifica dos factores principales a analizar: "Un prejuicio externo afirma que somos menos capaces de estudiar, de asumir un horario, un ritmo académico, etc. Muchos de los que lo difunden son polítcos, educadores, y hacen de tapón de cara a las expectativas. Dentro de la comunidad, otro prejuicio señala que estudiar te hace más payo. Al final, con esta mezcla los niños reciben inputs muy negativos desde el tejido educativo", describe.
EL PIONERO
A Daniel Martínez Heredia, el primer gitano universitario del barrio, pocos le creyeron capaz de graduarse en Crimonología. "Cuando hacía Bachillerato siempre tenía la sensación de que en algún momento u otro iba a caer. Me pasó lo mismo en la ESO. Lo notaba en las reuniones con padres y tutores. Siempre hay un interrogante en los alumnos, pero en nuestro caso ese interrogante es permanente. Hasta el último momento", relata Martínez.
A diferencia de sus predecesores, este criminólogo se graduó joven, con 24 años. "El temor no tenía que ver con no ser capaz de llegar. Lo que me generaba dudas es saber si el esfuerzo tendría recompensa". Las dudas se materializaron durante 10 años. Con el diploma en el bolsillo, se encontró todas las puertas cerradas para trabajar en el ámbito social, lo que él deseaba. Trabajó en la obra, como camarero y frutero hasta que logró ser responsable en una tienda de una cadena de verduras. "Yo pensaba que moriría en ese puesto de trabajo. Tenía dos hijos y quería estabilidad. Tiré la toalla y dejé de echar curriculums", comenta. Sin embargo, en 2016 el Pla Integral del Poble Gitano se cruzó en su camino y lo contrató para dirigir el Casal Cívic de la Mina.
LA TRINI
A Iván no le asusta el futuro. A un año de terminar Psicología, está determinado a estudiar dos másteres. "A lo mejor hago otra carrera. Yo pienso formarme toda la vida", asiente convencido. Él mismo es otro referente, en su caso caso, del Institut Escola La Mina que acoge a 600 alumnos desde parvulario hasta ESO. Su rol es el de conectar la escuela con el barrio. Todo el mundo conoce su andadura por la universidad de este padre de tres hijos y su ejemplo tiene un impacto real en alumnos como Trini Heredia (20 años), que estos días espera las notas de su primer año del ciclo formativo de grado superior de Integración Social.
"Si me comparo con mucha gente no es nada, pero, para mi, acceder al ciclo ha sido una historia de superación personal", explica la joven. Durante un año, estuvo alejada del instituto porque tenía que cuidar a su hija pequeña. Cuando volvió al aula, solo ella y una compañero decidieron estudiar Bachillerato. De su clase en secundaria, solo aprobó la mitad. Para Trini, referentes como Iván son vitales. "Valoramos más a un referente gitano que a un payo. Ellos nos conocen más. ¿Si él lo ha conseguido, porque nosotros no", observa.
LA ESCUELA
Marta del Campo (paya), directora del Institut Escola desde 2016, subraya el valor de estas figuras. Su nivel de eficacia discurre en paralelo a su juventud. Como más jóvenes son, más cercanos a los alumnos. A esta docente con una larga trayectoria en centros de alta complejidad en barrios como Sant Roc (Badalona) y Sant Cosme (Prat de Llobregat) le interesan, sobre todo, los nuevos referentes como Trini o Nehemías Salguero, un estudiante que ha encadenado su segundo ciclo formativo de grado profesional. "Son la nueva cantera de la Mina", resume.
Del Campo defiende su modelo de atención individualizado, familia por familia, en un centro con el 80% de alumnado gitano. "A veces, el problema aparece en la adolescencia, cuando empiezan a dudar de ellos mismos. Los ciclos de vida de los niñas y niñas son más rápidos. Es muy difícil que sigan estudiando si se casan con 17 y 20 años", opina. El profesor Macías rechaza que exista un supuesto desinterés entre los chavales. "Es un discurso racista y clasista", asegura. En muchos casos, afirma, el sistema expulsa a los alumnos cuando se decide no poner deberes, asignando aulas abiertas, en aulas donde no se enseña contenido curricular, etc. "Si un padre ve que su hijo de 12 años no lee ni escribe, tomará la decisión de llevárselo para el mercado. ¿Qué padre no quiere lo mejor para sus hijos?"
"LA UNIVERSIDAD ME HA SACADO DE LA EXCLUSIÓN"
De vuelta al bar La Mina, los tres amigos se congratulan del efecto motivador que están produciendo sus casos en amigos y familiares que se han interesado por estudiar el curso de acceso a la universidad. La mujer de Jorge, que apenas sabe leer, tal vez se lance a realizarlo en octubre. Antes, ha decidido sacarse el carnet de conducir. El hermano de Paco realizó un ciclo formativo de Farmacia.
Paco e Iván, este miércoles en la Mina / PABLO MIRANZO
"Antes mis expectativas eran bajísimos, pensaba que solo sería capaz de trabajar. A mí me ha empoderado de tal manera que me siento capaz de terminar una carrera, hacer un máster si dios quiere, un doctorado y a empujar a mi familiar", explica Jorge. "Se que puedo hacer lo que me proponga", añade Iván. "Hemos tachado el no. Estudiar en la universidad me ha sacado de la exclusión que por desgracia sufre nuestra comunidad. Al 100%", reflexiona Paco.