La Mina lucha por romper el gueto
Vecinos y profesionales se esfuerzan por mantener viva la dignidad de un barrio abandonado
26 enero, 2020 00:00Noticias relacionadas
Son las nueve y media de la mañana y Marta del Campo saluda con una sonrisa a cada uno de los niños y niñas que cruzan la puerta del Institut Escola de La Mina. Los alumnos entran a cuentagotas mientras los primeros vientos del temporal Gloria sacuden los árboles de este barrio de Sant Adrià de Besòs. Del Campo no es una directora de escuela cualquiera. No trabaja en un sitio cualquiera. En 2016 se puso al timón de uno de los centros con la tasa de fracaso y absentismo escolar más alta de Cataluña.
En septiembre, los profesores empezaron el curso motivados, con una pequeña, pero gran noticia. Por primera vez, ningún alumno de Sexto de Primaria se había perdido por el camino. Todos accedieron a 1º de ESO. “El paso a Secundaria es clave, empieza la adolescencia y a partir de los 11 años empiezan a desencantarse. El hermano mayor no estudia, la madre no trabaja y el padre no sabes a qué se dedica”, retrata Del Campo.
LAS DESIGUALDADES DEL GUETO
Nacer en La Mina es hacerlo en un gueto. Donde fuera hace frío y dentro, en casa, el vecino se siente protegido. El estigma exterior tiene mucha fuerza. También el interior, el que sale de la propia comunidad, que se retroalimenta e impide el desarrollo de los jóvenes, que crecen en un entorno con menos oportunidades. Romper con esas barreras es vital para educadores como Juanma Martí, Director del Casal d'Infants Besòs La Mina. Su centro acoge por las tardes a 60 chicos de entre 6 y 16 años. El objetivo: motivar a los jóvenes para que no abandonen sus estudios. “Luchar contra el absentismo es motivar para aprender, es un trabajo conjunto con familias, concienciar de la necesidad de tener unos conocimientos”, señala.
Con 10.372 habitantes, La Mina acoge el 28% de los 36.669 habitantes de Sant Adrià de Besòs. El barrio se construyó deprisa y mal, como muchas áreas periféricas del Área Metropolitana de Barcelona (AMB). En 1968, las autoridades franquistas levantaban el primer bloque. Seis años más tarde, muchas calles seguían sin luz, asfalto ni centro sanitario. Primero se edificaron los bloques bajos de cinco plantas –la hoy conocida como Mina Vieja–, después, los imponentes edificios blancos, en la Mina Nueva. Las viviendas debían acoger a las miles de familias que malvivían en las barracas del Campo de la Bota. El chabolismo, sin embargo, no desaparecería hasta principios de los años 80.
LAS PRIMERAS PROTESTAS
Josep Maria Monferrer aterrizó en el barrio hace 45 años. Es fácil encontrarle en el Archivo Histórico, rodeado de documentos, donde a sus 78 años trabaja para mantener viva la memoria y orígenes de La Mina, “recién construida y ya abandonada”, como escribió el periodista Josep Maria Huertas Clavería. Pedagogo, filósofo y miembro de la Asociación de Vecinos, Monferrer lucha por la “dignidad” de un barrio usado, dice, como el “trastero de Barcelona” que recoge todo le que le estorba a la ciudad condal.
A finales de los 70, los vecinos protagonizan las primera huelgas y manifestaciones para reivindicar esa dignidad. Pedían servicios sanitarios, de limpieza y presencia policial para frenar la delincuencia, un problema ya por entonces preocupante. Un alto grado de analfabetismo (llegó a alcanzar el 18% de la población adulta cuando la media en Cataluña era del 2%) provoca altas tasas de paro. Los vecinos, desconfiados por las promesas incumplidas, recurren a los clanes, estructurados por familias de etnia gitana, para resolver sus problemas mediante su ley. En la pared de un bloque, una pintada con el mensaje “Los Manolos” y dos pistolas recuerda al visitante el nombre de una de las familias más conocidas.
LA HEROÍNA LLEGA AL BARRIO
La llegada de la droga al barrio acelera los problemas. En 1978, un adolescente entra en coma por consumir heroína. En 1983, el caballo se cobra su primera víctima, un chaval. El trapicheo aumenta el consumo y La Mina se convierte en uno de los mercados de la droga de Barcelona. En un barrio escaso de modelos de éxito, referentes, y con mucho paro, el tráfico de estupefacientes es una vía fácil y tentadora para conseguir dinero.
El viento sopla con fuerza y forma pequeños torbellinos con hojas y restos de basura. Apenas se ve gente en la calle. Entre los pocos transeúntes, es fácil detectar a los drogadictos. Tapados con capuchas, bolsa de plástico en la mano, van y vienen nerviosos tras comprar o consumir su dosis. En el Centro de Reducción de Daños de La Mina, el trasiego es continuo. También hoy, un lunes frío, alimentado por los primeros vientos del temporal. En 2019, se registraron 85.910 consumos, mayoritariamente de heroína y cocaína, una cifra que se mantiene estable en los últimos años.
La reducción del 34,5% de infecciones por VIH de 2009 al 27,3% de 2015 es gracias a este equipamiento del Departamento de Salud, que reparte jeringuillas entre los adictos. En el mismo edificio se encuentra el Centro de Atención y Seguimiento (CAS) con programas destinados a tratar a los adictos. En 2018, el servicio registró 129 nuevos tratamientos.
Josep Maria Monferrer, fotografiado en la Biblioteca de La Mina / G.A
Para Monferrer, la heroína llegó en un momento en contexto de crisis económica en que los jóvenes buscaban “romper” con el mundo de los adultos. “Muchos chicos buscaban otro modelo y empiezan a traficar para ganar dinero”, explica. Hoy, muchos jóvenes siguen sin identificar la escuela como una herramienta útil para su desarrollo. “Hay un sentimiento de que la escuela no sirve como ascensor social. No existen modelos donde mirarse al espejo, no hay perspectiva de mejora”, resume Martí desde el Casal de Infants.
PERROS CALLEJEROS
En los 70, La Mina era el barrio de Cataluña con más jóvenes (el 55% de la población tenía menos de 20 años). Monferrer escribe: "Muchos niños y jóvenes vivían con mucha tensión a causa del ambiente en los pisos, demasiado pequeños para acoger a las familias, sobre todo poco estructuradas. La alternativa era la calle, donde el ambiente era duro, competitivo y a veces violento".
En 1977, José Antonio de la Loma rueda en el barrio la película Perros Callejeros donde narra las fechorías del Torete. El director se ve obligado a recoger las cámaras ante la indignación de colectivos de jóvenes que impiden el rodaje por creer que estigmatiza el barrio. El conocido como cine quinqui dulcifica la delincuencia y algunos jóvenes encuentran en personajes como el Vaquilla modelos a seguir.
Para Martí, este estigma es un motivo más que favorece la exclusión. "Cuando salen del barrio se sienten diferentes, muchos jóvenes que cambian de instituto terminan regresando", comenta Del Campo. Una gran cantidad de chavales apenas salen del vecindario y, algunos, nunca lo harían si no fuese por las salidas y excursiones que organiza el instituto. "Si van solos se sienten juzgados, se repliegan en sí mismos", coincide Xènia Martínez, coordinadora del Casal Infantil.
LA VIOLENCIA, VISTA POR LOS NIÑOS
La seguridad es uno de los principales retos de La Mina. A pesar de las redadas policiales, los clanes de la droga siguen operando en la zona. Desde el Casal Infantil, Martínez cuenta como viven los niños la violencia y el tráfico de drogas. "Son muy conscientes de donde viven. Cuando hay alguna pelea tienen miedo. Saben que hay droga. Lo ven, lo viven y aceptan que es la realidad que les ha tocado vivir", explica.
La directora del Institut Escuela tomó las riendas del centro en 2016, enmedio de una nueva crisis de seguridad tras el asesinato en el Port Olímpic de un miembro del clan de los Baltasares. El suceso provocó el destierro de 500 personas, que huyeron ante la amenaza del clan por la pérdida de uno de los suyos. Hoy, muchas de aquellas familias han regresado progresivamente. Otras, probablemente no regresen jamás.
LA IMPORTANCIA DE LA ESCUELA
En el Institut Escola trabajan con “referentes positivos”, gente del barrio, muchos gitanos, que explican en las aulas sus trayectorias de éxito. En La Mina, apunta Martí, un modelo de éxito es un joven que ha terminado la ESO y un ciclo formativo. “Existe un tópico entre los gitanos, según el cual, estudiar te hace más payo (personas no gitanas). Les convencemos que estudiar les hace más gitanos, que les fortalece” explica la directora. Eliminar las clases de la tarde ha contribuido a reducir el absentismo, que se concentraba especialmente en esas horas.
Para muchas familias, la educación no es una prioridad. “Nuestro trabajo es decir que la escuela es muy importante en las vidas de los niños y que será determinante en el tipo de vida que llevarán de mayores”, cuenta Del Campo. Muchas mujeres tienen su primer hijo a los 20 años. En familias generalmente numerosas, con tres y cuatro criaturas, las madres priorizan el cuidado de los más pequeños prestando menos atención a los mayores, de entre 6 y 12 años, cuya decisión de ir al colegio recae muchas veces en ellos mismos. Para Monferrer, la presencia de guarderías en el barrio (ahora no hay) es clave para poner los “cimientos para luchar contra el fracaso escolar”.
Como director de la primera escuela del barrio, Monferrer implantó en los 70 el programa La Letra, participando entra con el que consiguió reducir un 20% la población analfabeta. "Enseñábamos matemáticas construyendo jaulas de pájaro", explica. Los chicos hacían a la vez de maestros y enseñaban a leer y a escribir a sus familiares. Ahora, dice, el modelo educativo actual, “retrógrada”, ha provocado un absentismo del 30 o 40%. "Los niños no tienen los mínimos hábitos para encajar en un entorno escolar. No saben estarse quietos en una silla. El sistema actual es demasiado duro para un chaval que no tenga unos hábitos. De aquí que huyan y el absentismo", ilustra.
EL CONSORCI
Monferrer es muy crítico con el Consorci del barri de La Mina, una agrupación de las principales administraciones (Generalitat, Diputació de Barcelona y ayuntamientos de Barcelona y Sant Adrià de Besòs) creada en el 2000 para mejorar las condiciones de vida y que preparó el terreno para la construcción del Fòrum. “La primera transformación que se hizo en La Mina consistió en aislarla”, explica. Este historiador concibe el Fòrum como una gran “muralla” que separa el barrio del mar.
/ G.A
El historiador admite que el Consorci ha mejorado las condiciones de vida. En otros casos, sin embargo, las buenas voluntades no se han materializado y han lastrado la esperanza de los ciudadanos. Si el bloque Venus es un reflejo del abandono de los sucesivos gobiernos, Paqui Jiménez representa la resistencia vecinal para reivindicar una vida digna. En su bar de la calle Ponent, pela ajos y fríe champiñones para el servicio del mediodía. Durante unos minutos, deja la cocina y clava su mirada ruda al periodista para narrar un conflicto que se eterniza.
VENUS, UN PROBLEMA ENQUISTADO
Hace 20 años se aprobó el derribo del edificio, en estado precario, y el realojo de los 243 vecinos que viven en él. Hartos de esperar, los inquilinos han reunido los 12.800 euros necesarios para denunciar al Consorci y reclamar 100.000 euros de indemnización por cada familia por la paralización de un realojo que nunca llega. "Yo ya no creo en nada. Llevamos tantos años para una cosa tan sencilla habiéndola tenido en la mano...", se lamenta Jiménez desde su bar. "Al final nos meteremos en un bloque y tendremos agua y luz gratis. Es lo que deberíamos haber hecho hace tres años", avisa indignada
El alcalde de Sant Adrià de Besòs, Joan Callau, defiende la labor del Consorci y asegura que las viviendas que debían acoger las primeras familias del bloque están ocupadas. Ahora, dice, el Ayuntamiento está inmerso en la batalla judicial para recuperarlas. "Suerte que hemos hecho planes de choque, si no, estremécete de cómo estaríamos", señala Callau. Explica Jiménez que fue el gobierno de Carles Puigdemont el que mostró más "voluntad política" para trabajar por el barrio. Esta vecina aun recuerda el café que les sirvió a Oriol Junqueras y Dolors Bassa en su bar mientras el exvicepresidente y la exconsejera escuchaban atentos las reivindicaciones del vecindario.
Los cortes de luz, las goteras y un ascensor que no funciona resumen el estado caótico del bloque Venus. "No sabemos cuando será, pero estoy segura de que el edificio caerá. Entonces, querrán actuar, tarde y mal", sigue Jiménez, que describe un barrio "muerto, con mucho paro y poca actividad económica". Las grandes plazas del barrio, flanqueadas por los altos edificios característicos, acogen decenas de locales, en su mayoría cerrados y sin actividad. El alcalde apunta a la iniciativa privada como la responsable de traer comercios.
EL 66% DE LOS ANALFABETOS DEL MUNICIPIO
Callau defiende la labor del Consorci. "Ha cambiado radicalmente el barrio. Ahora está mucho más comunicado", afirma el edil socialista, que subraya los servicio de tranvía y autobús que conectan el barrio. El alcalde pone en valor la "inserción laboral", llevada a cabo también en los años más duros de la crisis económica. "Con poca cualificación profesional es difícil conseguirlo. Suerte de los planes", insiste.
Según datos municipales, el 66% de la población analfabeta de Sant Adrià de Besòs vive en La Mina. Más de la mitad tienen más de 60 años. Sin embargo, en las últimas décadas el nivel educativo ha mejorado. Actualmente, 578 vecinos tienen una carrera universitaria, 1.281 han terminado Bachillerato y otros 3.427 tienen la ESO. Por contra, otros 2.165 no tienen el graduado escolar y 399 no saben leer ni escribir.
LA TRINI
La Mina también es la historia de Trini, una "referente", según Del Campo. En 4º de la ESO, la familia le prohibió ir a clase durante más de un año porque a los padres no les gustaba el chico que la cortejaba y que, seguramente, acabaría pidiendo la mano de la muchacha en el futuro si la historia de amor cuajaba. Al terminar el chico los estudios, Trino regresó a las aulas, terminó la Secundaria y empezó Bachillerato, después que la directora lograra convencer al padre, contrario a que la chica siguiera estudiando.
Uno de los primeros bloques construidos en el barrio.
Estos meses, Trini prepara el Treball de Recerca. El tema del trabajo final es su barrio y los proyectos de las numerosas entidades de La Mina. La idea se le ocurrió tras escuchar los comentarios de sus compañeros de clase. "Se creen que aquí no hacemos nada, que no vamos al cole", le contó a su antigua directora. La joven se alegra de que sus padres la guardaran en casa. "Si no lo hubiesen hecho estaría pedida y casada. No podría seguir estudiando", reflexiona.
Hace unos días, la directora Del Campo recibió una gran noticia de su antigua alumna. "¡Me puse muy contenta!", exclama. El curso que viene Trini quiere empezar el grado de Magisterio en la Universidad.