La calle es un lugar difícil. Las inclemencias, la inseguridad y la pobreza extrema forman parte del día a día de las personas que tienen que dormir sobre el cemento y para las que levantarse cada día es una nueva batalla. Con la llegada de temperaturas más soportables, algunos puntos de las calles de Barcelona suelen llenarse de personas sin hogar que intentan conciliar el sueño mientras, a escasos metros, la vida nocturna de la ciudad transcurre ajena a ellos.
Se trata de varias de las caras del complejo poliedro que es Barcelona. La falta de seguridad y la desigualdad conviven con el ocio, la opulencia, la discriminación, el altruismo de voluntarios y ONG y un Ayuntamiento que asegura estar concienciado con la situación de los menos favorecidos. En el centro de la figura, los sintecho, uno de los colectivos más vulnerables que viven en la urbe.
UNA VIDA MEJOR
Esta es la situación que vive Julio (nombre ficticio para preservar la intimidad), un hombre que llegó hace un año desde El Salvador y voló hasta la capital catalana hace un año en busca de una vida mejor y ayudar a su familia. Tras su llegada, comenzó a buscar empleo pero, al no disponer de ingresos, tiene que vivir en la calle. Cada noche, se asienta en los campamentos improvisados de personas sin hogar que se forman en lugares como el parque de la Ciutadella, los soportales de las Ramblas, la avenida de Picasso o los alrededores de la estación de França.
Explica que la concentración es normal, pues al haber muchas personas durmiendo y en la misma situación hace que se sienta más seguro. Y no es para menos pues, a escasos metros, dos individuos gritaban a un hombre mientras entraba en una tienda de campaña con gritos de "deshonra" y "vergüenza". Julio se indigna, no entiende el porqué de un acto tan genuinamente "cruel". A los pocos minutos, otro grupo de jóvenes visiblemente ebrios pasó cantando a pleno pulmón, despertando a quienes intentaban conciliar el sueño sobre el frío pavimento, pertrechados con poco más que un saco de dormir, una manta o una tienda de campaña.
De aproximadamente unos 50 años, Julio sueña con convertirse en profesor en España, aunque asegura que cualquier empleo le sirve si con el sueldo puede salir de la calle y es que, a pesar de su jovialidad natural, su situación está perjudicando mucho su salud mental. Comenta que no sabe explicar bien cómo y en qué está afectándole, pero sabe que sufre. "Cuando vamos a por comida veo a un hombre que habla solo y tengo miedo de, si sigo en la calle mucho tiempo, terminar igual", explica.
La situación en la que se encuentra le tiene sumido en una espiral de la que cree que es muy difícil salir. "Te levantas, haces tus cosas y cuando pasa el día vuelves a intentar dormir para levantarte otra vez al día siguiente", comenta. Además, "es como si las personas notaran cuando vives en la calle y eso hace muy difícil que te den trabajo". Para aguantar el día a día, se concentra en las cosas que le gustan, como conocer a gente de otros países.
Cuando puede hablar con su familia, que sigue en su país, intenta evitar el tema, aunque supone que "sí, deben estar muy preocupados". No obstante, lo primero que le viene a la mente cuando recuerda su hogar natal es la espiral de violencia en la que estaba sumido tanto el país como su pueblo cuando lo abandonó y recuerda cómo una banda mató impunemente a uno de sus mejores amigos por cometer el 'error' de encontrarse con un grupo conflictivo durante la noche. Él, incluso, se dio por hombre muerto cuando se le acercó uno de los miembros del mismo grupo, aunque consiguó salvar la vida.
De obtener un empleo, lo usaría para poder conseguir una vida digna y enviar lo que pueda para su familia para ayudarles a salir adelante, relata. Por el momento, se limita a seguir con el día a día y puede comer gracias a personas anónimas o a voluntarios de ONG que reparten alimentos. Antes de terminar la jornada, volverá a buscar otra zona donde acampen muchos sintecho para desplegar su saco de dormir y descansar.
CASI 5.000 SINTECHO
La suya no es la única historia. Cada día, 1.231 personas como mínimo duermen en las calles de la metrópolis catalana. Muchos de ellos se concentran en puntos para protegerse de posibles ataques pero, otros, prefieren la soledad. Según datos de Fundació Arrels, el sinhogarismo barcelonés tiene nombre de hombre extranjero. El 90% de las personas que duermen en la calle son varones y el 71% son originarios de otros países.
La edad media de las personas sin hogar ronda los 44 años y, aquellos que se ven obligados a vivir entre cartones, suelen tardar años en revertir la situación. Desafortunadamente, la cifra se dispara cuando se incluye a personas que requieren de los servicios sociales para dormir bajo techo. Según la fundación, 4.800 duermen cada día en albergues públicos o privados. La mayoría de las personas sin hogar se concentran en los distritos de Ciutat Vella y del Eixample. De hecho, los barrios de El Raval; Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera y el Gòtic son el primer, segundo y cuarto barrio que más personas sin hogar concentran.