Sobrevivir en la calle más turística de Barcelona es cada vez más complicado. Sobre todo si eres el propietario de alguno de los escasos comercios históricos que resisten en la Rambla. Es casi cuestión de sentimentalismo cuando año tras año llueven ofertas millonarias por parte de multinacionales que quieren controlar el paseo más emblemático de la ciudad. “Recibo propuestas por mi negocio cada 15 días”, apunta Anna Matamala, propietaria del restaurante Moka (1934).
Lo saben los pocos locales emblemáticos que se mantienen al pie del cañón tras más de un siglo en la Rambla de Barcelona, como La Cava Universal, que está a menos de cuatro años de cumplir 170. Si en los años cincuenta apenas había media docena de restaurantes, en 2024 hablamos de 98 licencias –-entre bares, cafeterías y restaurantes-–, según señala a Metrópoli la asociación Amics de la Rambla.
FRANQUICIAS DE COMIDA RÁPIDA
La gran mayoría de estos locales son franquicias de comida rápida, tiendas de souvenirs o de cannabis, una imagen que deja en el olvido lo que un día fue la Rambla de Barcelona: un pintoresco paseo de poco más de un kilómetro decorado con flores, cafeterías, restaurantes emblemáticos y edificios de interés como el Palacio de la Virreina, el mercado de la Boqueria y el famoso Teatre del Liceu.
“Corremos el riesgo de que lo que más destaque de la Rambla sea el turismo”, lamenta Fermín Villar, presidente de la asociación Amics de la Rambla, aunque remarca que los turistas siempre han formado parte de esta avenida: “Cuando Barcelona no era aún turística, la Rambla ya lo era por su proximidad con el Puerto”. Este aspecto, sumado a la brutal especulación en la zona, ha derivado en un eje comercial sin alma barcelonesa, difícil de recomponer. “Es la calle con más mutabilidad de la ciudad”, destaca Villar.
COMPETENCIA DESLEAL
La Rambla vive por y para los turistas, un factor que influye mucho en la oferta. Lo sabe bien la responsable del Moka: “Hemos quitado algunos platos de la carta, como por ejemplo el conejo, porque los turistas se escandalizaban”, relata Matamala a este medio.
También el bar Nuria, en primera línea desde 1926, decidió renovarse hace unos años para seducir al barcelonés que reniega de la zona. Lo hicieron apostando por las tapas y las copas a precios asequibles. “Desde los Juegos Olímpicos del 92' hay muchos más turistas, pero también somos mucha más competencia”, que desde el local tildan de “desleal”.
“Durante las rebajas, la gente entra al local a pedir ensaladas o platos de pasta para comer en 10 minutos y seguir comprando”, explica Matamala. “Parecemos Andorra la Vella”. Anna, al depender de un alquiler de renta antigua, sabe que el fin del restaurante Moka está cerca: “Cuando me suban el precio, no podré sostenerlo”.