Pere Monje habla un catalán suave y pausado, y atiende a la prensa con la amabilidad y vocación de servicio que han hecho de Via Veneto El gran restaurante de Barcelona, incontestable título del volumen que ha editado Planeta Gastro, a modo de repaso del histórico local de la calle de Ganduxer, otrora frecuentado por Dalí o García Márquez y, aún hoy, punto de encuentro de la clase alta catalana.
En los misteriosos pasadizos y concurridos salones de Via Veneto “se construye, día a día, parte de la historia del país: aquí pasan las cosas importantes”, sostiene Pere Monje, director de Via Veneto y digno hereu de su padre Josep, quien se trasladó muy joven del Pallars Jussà a la gran capital para aprender los secretos del oficio y terminó siendo el propietario del restaurante. Aún hoy, a sus 90 años, menudea sus visitas al local.
En la memoria de Pere reposa un recuerdo traumático. Cuando era niño, jugando al balón en el jardín de casa, el esférico se desvía más de la cuenta y choca contra unas botellas de vino. Primero un tintineo, luego un crujido, y después aquel misterioso jugo esparcido por el suelo, como un charco de sangre. Un Rioja de 1925: nunca olvidará la angustia de su padre. Años después, Pere crece y compra una misma edición de esa botella. Y luego vendrán tantas otras, y se reparará aquel dolor lejano. Pero para ello aún tiene que pasar muchos veranos en la cocina del restaurante (desde los 11 años) cocinando pies de ministro, cortando verduras o preparando caldos y salsas.
La nostalgia es un engaño
Desde la Barcelona de los 60, en blanco y negro, pero con infinidad de ideas que llegaban desde Francia, hasta la gran metrópoli de hoy, Via Veneto se ha mantenido imperturbable. Refugio burgués, lugar de entendimiento, lujo y discreción. “Cada persona tiene un Via Veneto en su cabeza”, sostiene Monje, quien defiende que “el restaurante sigue siendo el mismo desde hace 57 años: un lugar donde todo el mundo trabaja para que el cliente lo pase bien y disfrute”.
Monje sabe que la nostalgia es un engaño y no anhela otros tiempos, ni los considera más felices o más bellos. “La nostalgia paraliza: me interesa el futuro, lo que tenemos delante”. El restaurador "no tiene tiempo para el pasado", pues “aquí cada día es volver a empezar: el año termina con la cena de Nochevieja y empieza en la comida del 1 de enero”.
Confidencialidad y confort
Los valores que inculcó Josep Monje a su hijo y a todo el equipo aún sobrevuelan los salones de Via Veneto. “Es una forma de entender el oficio y la vida: ese es su gran legado”, el que ha permitido que hoy el restaurante sea el ágora de todas las comidas de empresarios y políticos de Catalunya. “Un entorno tranquilo provoca que las personas hablen, se conozcan, tengan empatía la una de la otra: el entendimiento sale de manera natural, porque una mesa, con buen vino y buena comida, genera consenso: ese que hoy tanto nos hace falta”.
Ahora, Monje dedica mucho tiempo a encontrar los mejores vinos del mundo. Junto a su sommelier recorren Europa y Estados Unidos en busca de botellas como aquel Rioja de 1925 que se rompió en el patio de su casa. Si el cliente disfruta, el viaje ha merecido la pena. “Cuando un comensal escoge un gran vino, yo disfruto tanto como él”, asegura Monje, quien como los grandes jugadores de futbol, prefiere dar una bella asistencia que marcar un gol.