Vivir en Gràcia se ve como un sueño. Ambiente nocturno, ambientillo en las plazas, tranquilidad. Esta es la imagen que se proyecta del distrito más cool de Barcelona. Pero, como siempre, las sombras son oscuras, y Gràcia no se libra de ellas. Más allá de Vila de Gràcia, un punto de referencia para los jóvenes, el distrito cuenta con otros barrios heterogéneos con características bien particulares en cada uno de ellos. Desde Camp d'en Grassot i Gràcia Nova, Vallcarca i Els Penitents, a El Coll y La Salut.
En estos últimos años los precios del alquiler se han disparado en este distrito que se ha convertido en una mini atracción turística por sus fiestas y el Park Güell. Los vecinos no se callan y exigen que se regule. No obstante, una de sus demandas más masivas es que se necesita “pacificar” las calles para dar más prioridad al peatón. En ocasiones, vivir en Gràcia puede convertirse en una pequeña (des)Gràcia. Valga el juego de palabras.
Pero cada barrio es un mundo y las problemáticas varían dependiendo de la zona. Es por ello que en Metrópoli Abierta nos hemos reunido con cinco representantes vecinales para averiguar cuáles son los retos que presenta el distrito –barrio a barrio– para el próximo mandato, que empezará a mediados de 2019.
Marta Abelló, presidenta de la Asociación de Vecinos de Sant Joan: “El mercado de la Abaceria ha tenido buena acogida, aunque algunos inconvenientes”
Una de las grandes novedades de esta legislatura en el paseo de Sant Joan ha sido el traslado del mercado (provisional) de la Abaceria. En términos generales, según la presidenta de la asociación de vecinos Marta Abelló, ha recibido “una buena acogida”, pero desde su apertura el pasado mes de julio han surgido algunos inconvenientes “aunque algunos se han ido arreglando”.
Es el caso, por ejemplo, del criterio de las terrazas, que se ha unificado en todo el paseo, algo que hace tiempo que pedían los vecinos. Luego está el ruido de los autobuses. “Ahora solo pasan las líneas H8 y 47, así que estamos más tranquilos”, comenta Abelló. “Hemos sido muy insistentes con el Ayuntamiento, damos mucho la lata”, ríe la presidenta.
Sin embargo, el ruido persiste. “El camión de la basura es terrible”, reconoce. Otro de sus “problemas” es la convivencia con los perros. “Hacen sus necesidades en las aceras y sus dueños no las recogen”, explica. No obstante, creen que su reivindicación “más grande” llegará cuando quiten el mercado, de aquí a cuatro años. “Entonces sí que exigiremos unas obras serias para compensarnos de algún modo”, dice. Su principal petición es “pacificar” el paseo y ensanchar las aceras con el fin de que haya menos vehículos y más espacio para los peatones.
Irene Güell, presidenta de la Asociación de Vecinos Gràcia Nord-Vallcarca: “Si no se materializa la Rambla Verde, saldremos de la mesa de diálogo”
Vallcarca ha sido históricamente un barrio con un fuerte movimiento okupa, y la relación con los vecinos de toda la vida siempre ha sido cordial. Sin embargo, en los últimos meses el ambiente se ha crispado. “Nosotros apostamos por una Rambla Verde en la avenida Vallcarca, pero los okupas no quieren ni oír hablar”, cuenta Güell. Mientras los partidos de la oposición apoyan la transformación, el partido de Eloi Badia, BComú, silba como si nada estuviera pasando.
La implementación de la Rambla, que daría más espacio al peatón, implicaría el derribo de las casas afectadas que justamente son muchas de las que están okupadas. Los vecinos recogieron 700 firmas, aunque de poco sirvió. En las últimas mesas de diálogo, la parte “afectada” con el plan dejó clara su postura: que no. “Ya hemos dado un ultimátum, si no cambian de opinión y desencallan esta situación, abandonaremos la mesa”, ha desvelado la presidenta que impulsó la asociación en el año 2000. “Nos haremos oír”, golpea sobre la mesa.
Mientras que el Triangle se ha salvado, desde la asociación siguen reivindicando más equipamientos públicos para el barrio y la implementación completa del PGM Hospital Militar-Farigola del 2002. “Una vez más, somos los olvidados y los que estamos a la cola”, zanja apesadumbrada.
Josep Maria Artigal, de la Plataforma Rambla del Prat y Salvem L'Illa: “Construir vivienda protegida en medio de una isla de edificios es una chapuza”
Quién se iba a imaginar que un edificio destinado a la vivienda social iba a provocar semejante alboroto. En Vila de Gràcia saltaron las alarmas cuando algunos vecinos se enteraron de que el consistorio de Ada Colau pretendía construir un edificio de cuatro plantas en medio de una isla de edificios de Gràcia, como un pegote. Talando un platanero centenario, expropiando un centro infantil y otro de meditación, así como solares de particulares.
Los vecinos afectados no se quedaron de brazos cruzados y montaron la plataforma Salvem L'Illa con la intención de impedirlo. “Estamos a favor de la vivienda protegida, claro, pero hay otros lugares del barrio donde se podría construir”, relata Josep Maria Artigal. Por ejemplo, sugieren que en lugar de edificar en medio de la isla y gastarse tres millones de euros en la construcción, el consistorio compre el edificio número 12 de la calle Astúries que se vende por un millón.
Bajo el lema “Protejamos el interior de la isla, paremos la chapuza urbanística” salieron a recoger firmas. Rápidamente, consiguieron 1.027, con nombres, apellidos y DNI. Asimismo, han presentado alegaciones tanto individuales como colectivas y ahora están a la espera de lo que pueda pasar en el pleno. “Espero que no salga adelante porque cada vez tenemos menos espacio verde en la ciudad y esta es una de las pocas islas que hay en Gràcia”, detalla.
Mar Girona, de la Asociación de Vecinos Park Güell-La Salut-Sanllehy: “Cambiará el tipo de comercio cuando la gente haga vida en el barrio”
Los vecinos de La Salut-Sanllehy están agradecidos y contentos con la propuesta del Plan Estratégico del Park Güell, aunque el resultado no ha sido exactamente el esperado. “Se necesitan decisiones más valientes, ambiciosas y escuchar más a los vecinos”, comenta Mar Girona. “Va todo demasiado lento”, lamenta.
Una de sus peticiones más urgentes es “la pacificación total por encima de la calle Mare de Déu de la Salut”, con una regulación horaria de carga y descarga, y con un pivote hidráulico que controle el acceso de los vecinos y el del bus de barrio. “Hay un problemón con el tráfico, sobre todo por la gente que va al Park Güell o a dejar a los niños al colegio”, explica.
Otro contra es que no hay comercio local y los vecinos tienen que desplazarse del barrio para hacer las compras, cenar en un restaurante o, simplemente, llevar a los hijos a actividades extraescolares. Tal como han denunciado en otras ocasiones, en la zona se está creando un “monocultivo” de comercios enfocados al turista. Véase souvenirs, véase bares con sangría y paella. “Cambiará el tipo de comercio cuando la gente haga vida en el barrio”, declara. “No hay servicios ni espacios para niños”, complementa al respecto.
Anna Tolosa, presidenta de la plaza del Nord: “Los ruidos, la suciedad y las fiestas son constantes”
El caso de la plaza del Nord es paradigmático. Hasta hace bien poco era una de las pocas que se salvaban del jaleo y el botellón. Pero a raíz de las fiestas de los Lluïsos de Gràcia –con la complicidad del regidor del distrito, Eloi Badia– el asunto se fue de las manos. Aunque con esta entidad llegaron a un acuerdo. Es por eso que la farra se ha desplazado. Ahora los fines de semana cientos de personas se unen a las fiestas del local okupado Nova Usurpada.
“Estas navidades el ruido ha sido prácticamente a diario”, comenta Anna Tolosa. “La noche de fin de año estuvieron hasta las 11 de la mañana con la juerga”, apostilla. “Lo dejan todo sucio, con pis y con pintadas... parecen incapaces de recoger nada”, cuenta. “Suerte que por las mañanas el servicio de limpieza se encarga de ello”, explica agradecida.
“Nos hemos reunido varias veces con los dirigentes, pero no ha cambiado nada”, relata apesadumbrada. “Dicen que ya han tomado medidas pero los policías no vienen nunca, o vienen cuando no toca y está todo tranquilo”, añade. Las peleas también son constantes. Para Tolosa, la solución pasa por encontrar un punto intermedio que les permita convivir con los vecinos sin montar las fiestas hasta altas horas de la madrugada.